miércoles, abril 27, 2011

abril veintisiete en el parque (con una mención de sor juana)

Frente al complejo donde vivo, está el Candler Park. Justo donde la carretera cede y se hace inflexión, valle, hay unos bancos de madera verde en los que uno puede sentarse. Luego de algunas cervezas y de ver una película en la que un hombre, interpretado por Edward Norton, se piensa vaquero del medio oeste en una ciudad californiana, y en su viaje le hace daño a la persona que más quiere, sentí unas fuertes ganas de salir a caminar. De respirar aire fresco y celebrar mi última clase de este semestre. Pero, al no tener un destino fijo, mal de persona de isla pequeña, tan pronto le pasé por el lado a uno de estos tentadores banquitos, decidí sentarme. Llevaba algo de sustancias alcohólicas en un vaso de wendy’s que encontré debajo de la cama, mientras limpiaba, y que no reconozco mío (aunque lo debe ser). Entonces, sin más ni menos, eso hice. Me senté y me dejé descansar. La brisa se había intensificado un poco. Lo suficiente para que los ochenta fahrenheits se hicieran agradables. Allí, una mariposa descendió de un árbol para develarse hoja. Un ciclista cruzó por mis espaldas y se tropezó en en un badén de asfalto y dio con el suelo. El cielo cedió un poquito a lo oscuro, pero no completamente. Eran sólo las siete de la noche. Le faltaba hora y pico (ya cumplidas) para anochecer. Pensaba en una u otra cosa, como todo el mundo, al mismo tiempo que observaba a un grupo de afroamericanos jugar baloncesto en una de las tres mediacanchas que están en el parque. Pequeñas siluetas negras deslizándose por el cuadrado, siguiendo una bola anaranjada, y exhalando frases que me llegaban, tan a la distancia, como pequeños quebrantos de un eco.
En algún momento recibí un mensaje de texto que nada tenía que ver con lo que pensaba pero que me hizo pensar en el día que había pasado. Mi última clase de este semestre había estado dedicada al Divino Narciso. Y, no me malinterpreten, antes de este momento había apreciado a Sor Juana, sin embargo esta vez sentí algo de cosquillitas con ella, algo bonito, algo de comprensión soslayada al contexto de su lectura. Como si el acto de lectura en sí mismo estuviese atado intrínsecamente al texto. Como si algo de esa incomprensión inicial que te produce esa loa primera se instalase en ti una vez las aguas turbias comienzan a apartarse. A apartarse no porque se hagan totalmente legibles, sino a apartarse porque se hacen cómplices, o porque uno se hace cómplice, porque uno se sumerge en ellas cuando hay una voz plácida, una voz cómoda, una voz que dice sufrir de la locura de la melancolía dándote las claves (no las del texto, sino las suyas) que te hacen ceder a esa opacidad, a esa borrosidad, a esa nubosidad que es el barroco americano. La sigilosa forma de una oreja que cabe, como pedacito de cartón en el rompecabezas de mil piezas, en esternón ajeno. Imagen aislada, sobrante, pero qué importa.
La brisa se intensifica y decido mirar en el teléfono, decido mirar en el teléfono la pequeña notificación que dice que he de esperar cierta aspereza del clima, cierta oscuridad del cielo, cierta concatenación atmosférica relacionada a los diecitantos tornados que han reñido a través del sur de los Estados Unidos durante esta tarde, y algo de eso me hace lógica. Una lógica ajena, déjame aclarar, porque no sé nada de estas tormentas que vienen con relámpagos y truenos y tornados, pero sin aguaceros, sin lloviznas, sin el chillido mojado de la tormenta tropical que tanto conozco, que tanto me gustaba cuando era niño creciendo en urbanización de brea que se inundaba a la más mínima advertencia (tienen otros ritmos, las tormentas de Atlanta). Me hace lógica porque el árbol que está a mi lado está comenzando a inclinarse. Pero los muchachos negros (me incluyo) siguen/seguimos allí. Ellos jugando y yo mirando. Ellos jugando y yo pensando en mis proyectos de verano, mis proyectos académicos (las monografías no paran), en mi otro proyecto novelesco (la primera oración suena a una mujer diciendo ‘fui la primera en verla’), en la alegría que siento en el instante presente (nada de futuros, nada de futuros, me insisto), Pensando en mil cosas y, a la misma vez, pensando en nada, como se hace cuando está cansado, cuando se insiste en fijar el pensamiento en ese vacío hasta imaginarse el punto rojo, ese círculo rojo y epifánico que corona la carpa del circo (eso es de Rayuela, ¿verdad?).
Cuando se vacía el vaso lanzo los pedazos de hielo al suelo y camino al apartamento, supuestamente a buscar dinero e ir al pequeño mercado que está al otro lado del parque a comprar otras pocas cervezas, pero me tropiezo con una de mis vecinas, con la que es de Nuevo Méjico, y me habla de la naturaleza de los tornados, de las precauciones a tomar y yo me hago el bobo, porque hay algo lindo de hacerse el bobo, y le digo que no he visto un tornado nunca fuera de las películas. No miento, pero sigue siendo parte de hacerse el bobo, porque a la gente le gusta explicar, a la gente le gusta contar, y yo hago lo que sea por la sociabilidad, por esa gracia que hay en las relaciones interpersonales cuando existe cierto equilibrio, cierto equilibrio libre de tensiones, rico en esa magia que es el cotidiano, lo romántico de la mundanidad clasemediera que tanto me gusta y que tanto me motiva.
Entonces, saludo a la otra, a la que vive con ella, que es igual de buena gente, o de querida, como suelen decir esta gente con la que me paso ahora, esta gente en la que comienzo a depositar mis cariños, y que provienen de alguna parte montañosa de los Andes (que es como decir de una parte acuática de la playa); y abro la puerta roja de mi casa, y enciendo la computadora para mirar mi email pero termino abriendo la ventana de Microsoft Word donde escribo esto ahora mismo, y antes de culminar, paso por el carro, por el carro plateado, ya es de noche, y busco mi copia del Divino Narciso, para citar una parte en la que ella dice algo de la máquina del mundo, o de la fallida máquina del mundo, pero no la encuentro, así que escribo esto así, parafraseando, y decido cerrarlo así, porque cuando se llega al momento presente sólo queda lanzarse devuelta al pasado, o teorizar del futuro, y me he prohibido hacer ambos, durante este mes, me he insistido en vivir el presente y nada más.

domingo, abril 17, 2011

si vuestra merced no se acuerda de mí, le dice el soldado a nuñez de piñeda

Leyendo el Cautiverio Feliz de Francisco Nuñez de Piñeda y Bascuñán me tropecé con un pedacito, en las primeras páginas, que me dio un estrujoncito. Ante la inminente separación del narrador y uno de sus soldados--ambos cautivos de Maulicán--ambos hombres se quiebran en llanto, los "ojos hechos arroyos", el segundo de éstos se postra:
Señor capitán y padre mío, acuérdese vuestra merced de mí, que soy un pobre soldado y miserable hombre de tierras estrañas, sin deudos ni parientes que puedan hacer memoria de mis trabajos; vuestra merced es mi apitán, mi señor y mi amo: duélase vuestra merced de mí cuando se vea en su casa, fuera de estas miserias y penalidades, que espero en nuestro Senor y en su bendita Madre que ha de rescatar vuestra merved muy breve; yo soy el que tengo que perecer en estas desdichas y en este penoso cautiverio, el que tengo de morir sin consuelo entre mis enemigos, yo soy el que no he de llegar a tener dicha de volver a tierra de cristianos, ni ver a mis amigos y compañeros, si vuestra merced, que si mi padre y mi señor, no se acuerda de mí...
Y ahí queda, abrazado de las piernas de Francisco, ese soldado anónimo.

viernes, abril 15, 2011

la mañana y los sustantivos

Esto no lo escribí ahora. No. Lo escribí antes, porque hoy, o quizás ayer, dependiendo de cuando decida subirlo al blog, desperté (tu responsabilidad la conjugación) con ganas de escribir. De escribir cosas breves que se diferencien de mis proyectos largos, que se diferencien de esa columna que a veces es placentera y a veces me molesta (evidente en los resultados), que escribo una vez al mes y que tinta y papel de periódico pasa desapercibida por la gente a la que le escribo. Punto. Me desperté con ganas de escribir y que lo que escribiese no tuviese nada que ver con mensajes de texto, nada que ver con correos a mis estudiantes, o a mis superiores, o algún destinatario de esos invisibles a quien uno le escribe artículos académicos en lengua rala. Desperté con ganas de usar palabras como divagar y vientre, como goce, pero por mi antipatía a la facilonga poesía erótica que ha envenenado la ínsula, no puedo movilizarlas a la letra, así que recurro al inventario (terquedad, salvajemente, salvo, salmo, triunfalista). También abrí los ojos con la onomatopeya jugando rayuela sobre la lengua, pero ceder me haría demasiado pop, y también intento escurrirme de esa mano de uñas mal picadas y mordidas que se restriega en el instante (¿qué es lo contrario al pop?). Asimismo quería decir algo utilizando sustantivos lindos como carnaval, o esquizofrenia, o vallejo, no sé, (te juro que vallejo me parece palabra), pero entonces, ¿academicista? Así que nada, así que nadar, así que el inventario es la salida, el inventario es la válvula, el inventario atrofiado, el inventario que satisface en lo que consigo la lengua legalista, la lengua legalista con tono firme, de bigote, y estampa oficial.

Añadir la nota aparte, al azar: he comprado espejuelos nuevos.

jueves, abril 14, 2011

hizo un día bonito

Ayer hizo un día bonito. El día anterior, también. Existe una temperatura perfecta que te motiva a planchar, a quitar arrugas, a vestirte como lo hacía tu padre en tu niñez, de camino a la oficina; a engalanar, o a usar infinitivos como ese (engalanar). Zapatos cerrados, oscuros. Tal vez sea entre los 74 a los 79F, humedad un poco menos del dos%, brisa lanzada hacia el noreste, siempre hacia el noreste. Olor de azaleas desplegado en todos lados, como bien ha notado ella, aunque dándole paso a la duda (y ahora dudo, ¿habrá dicho azaleas?). Y, en tanto, la forma con la que la concatenación de azares ha dado al rizo: delgado, oscuro, sigilosamente serpentino, a son esa sonrisa que se hace atmósfera (entiéndase: abarcadora, inclusiva). El magnolio, también ella, justo antes del punto de flor. La claridad que insiste hasta las ocho. La noche adyacente. Desplomarse en una cama como el Wallenda en Condado (y el señor K. me hace pensar en Sam). Deslizarse al sueño, temprano, como siempre, como dicta la divina rutina, la placentera rutina, deslizarse al sueño con decoro, paciencia, sin humos.

Y, despertarse, hoy, poner el café en la greca, y dar con una foto en el correo electrónico, titulada alice.