domingo, diciembre 18, 2011

sobre el arte de la cita, escribe sarlo sobre benjamin


 El arte de la cita une dos cualidades que Benjamin cultivó personal e intelectualmente: la amistad y la reserva. Su correspondencia con Scholem y su correspondencia con Gretel y Theodor Adorno son una prueba: cartas a la vez sinceras y escondedoras, donde no se dice todo lo que el otro espera, donde la vocación de secreto, que Benjamin cultivaba, se mezcla con la necesidad de comunicar  y el reclamo de ser leído. El arte ejercido por Benjamin en estas cartas es parecido al de la cita: toma la palabra de su interlocutor, da vueltas alrededor de ella, le responde y, muchas veces, vuelve a transcribirla en la carta propia. Hospitalario a las sugerencias que recibe, amistoso y  ávido de diálogo, Benjamin es también mesurado y muchas veces misterioso. Siempre, sin embargo, necesita de ese impulso que es el texto ajeno, la relación íntima con la escritura de otro, para su propia escritura. 
 Cuentan que Benjamin era un conversador fascinante; como escritor, esta cualidad dialógica lo empuja hacia la cita, esa amistad con la escritura ajena, que es a la vez un reconocimiento, una competencia y un combate. Su reserva lo llevó a trabajar la cita con las prevenciones con que un cuerpo toca a otro cuerpo desconocido, haciéndola pasar primero por sus cuadernos de notas, para acercarla, en el movimiento de la caligrafía, a la respiración de su escritura. 
La cita no es sólo la presentación de una prueba de lo que se quiere demostrar (como en los escritos convencionales) sino una estrategia de conocimiento. Si la verdad del Libro no escrito se descubre en esos miles de citas, ellas también le permiten a Benjamin mostrar su gusto por el aforismo, que depende básicamente de su forma literaria, de la capacidad de compactación de la idea en escritura, que ha renunciado a la retórica de la argumentación para apoyarse en el recurso poético de la presentación inmediata.  La cita comparte con el aforismo su brevedad y su aislamiento respecto de un texto corrido. En realidad, toda cita significativamente elegida funciona como aforismo, una vez que ha sido separada del original donde su encadenamiento es fuerte. Extraída de su espacio primero, la cita pierde las cadenas que la unían a la argumentación que éste presentaba.
“El Taller de la Escritura”, Beatriz Sarlo, en Siete ensayos sobre Walter Benjamin. 
[Tropecé con un fragmento mayor del texto de Sarlo en el blog "Poder, espacio y ambiente", y luego lo googlié y encontré el texto entero, linquiado arriba. ]

jueves, diciembre 15, 2011

sobre el world literature y la diseminación de la identidad, escribe duchesne winter

La globalización de los mercados editoriales y académicos ha ido abriendo un nicho exotista nada despreciable bajo la categoría de World Literature o Literatura Mundial, algo parecido a la World Music o Música-Mundo. Pero siempre se trata de un producto editorial, académico y publicitario procesado y re-exportado por los centros transnacionales. Se debe mantener la sospecha sobre esa regulación centralizada de pautas, modas y celebridades literarias tercermundistas “espontáneas”, si bien no se debe negar la oportunidad que tal apertura significa para cientos de autores de la periferia. Sin embargo, el mejor antídoto contra la guetoización exotista que imponen los mercados es el comunismo literario asumido como modo de diseminación de la identidad. Sin necesariamente prescindir del sustrato comunal que le aporta su historia local, en lo que éste significa como material literario y escenario de enunciación, el autor de origen colonial, poscolonial o subalterno debe probar la potencia diseminadora del evento literario asumiendo las tradiciones cosmopolitas y haciéndolas pasar por el plasma del comunismo literario y su paradójica incomunidad de orígenes. Si en algo sirven la hibridez y las fronteras es como puentes hacia el comunista no lugar de lo literario invocado por las plurales estéticas del lenguaje.

Fugas Incomunistas de Juan Duchesne Winter 

lunes, diciembre 12, 2011

de los límites del discurso amoroso, dice chávez castañeda


Justo esto era lo que sufría Joaquín cuando se separaban y Jana volvía a su estudio. Sufría la decepción lingüística. Se sentía miserable cuando las palabras que le había dicho a Jana hace unos instantes, creyéndose auténtico, sincero, ¡siéndolo!, se la repetían en los audífonos otras voces, y ni podía dejar de notarlas afectadas, tontas, vacías. El amor tenía un espacio lingüístico trenzado con códigos que sonaban vulgares, ridículos, despreciables o con códigos donde lo sublime y lo inefable aparecían como algo artificial, hueco, una pura espuma empalagosa. Joaquín escuchaba en las cintas los tartamudeos, las repeticiones, las equivocaciones, los balbuceos de esos discursos que se movían desesperados de uno a otro código, desacelerándose o, a veces, de plano hundiéndose en el silencio. Esta imposibilidad de acceder a las palabras adecuadas tendría que haber repercutido en esas parejas invisibles. Podía intuirse en el rumoroso “te amo”, dicho sin euforia ni afirmación, más bien avergonzado, con la lengua cansada por no poder decir nada mejor que eso. “Yo también”, se dejaba oír desfallecida la otra voz, y luego se besaban, eso resolvía Joaquín, lo dictaba él, se están besando, sí, ojalá.
Joaquín venía de amarse con Jana todavía sintiéndose especial y por eso resolviendo que esa vez lograría ponerlo en papel. Luego todo se venía abajo. Casi podía predecir las conversaciones de los amantes con sólo atender las primeras frases y casi podía ver también a esos amantes siendo atrapados por muros de palabras, muros porosos que se desmenuzaban por el abuso y que se les venían encima cuando ellos pretendían ir más allá.  
 Georgia de Ricardo Chávez Castañeda

martes, diciembre 06, 2011

oreja derecha, meñique de un pie; un cuento

Foto tomada justo en el momento en el que aconteció el regalo. (Propiedad del quirófano).
Ellos también, en diferentes partes del mundo, regalaron la oreja derecha y el meñique de un pie. Les pareció adecuado, por no decir ideal. Increíblemente, lo hicieron en la más total anonimidad. Ya desde hacía meses que el regalar la oreja derecha y el meñique de un pie se había vuelto parte del arsenal cotidiano de la sección de noticias internacionales de los diarios nacionales. Inclusive, había gente regalando omoplatos, y costados enteros. Ellos, sin embargo, simplemente regalaron esas dos unidades. No tenían planificado entregar nada más, ni habrían de entregar nada más, como aprenderemos días más tarde. Eso era todo; simplemente el acontecimiento de la entrega de esa oreja, ese meñique, y la gracia con la que lo hicieron. Si algo habrá de decirse de ellos, ahora que lo pienso, teniendo conocimiento de los archivos de todas las orejas y meñiques dados en las pasadas semanas, es que nadie antes regaló algo con tanta gala, con tanta astucia, con tanta franqueza. Eso, supongo, los aunó por un instante.   

sábado, diciembre 03, 2011

proceloso: una reseña de palacio, dice rey andujar

Proceloso,
Notas desde una novella llamada Palacio.

Son, sing about your own time
I am not there
A movie about Dylan

El texto demarca la temporalidad mediante el teléfono como símbolo de lo anterior mientras la red Cyber es un ahora vulnerable. La precariedad de este presente tiene que ver con el intercambio de información. Hoy es posible comunicarse más rápido, en tiempo real, aunque el debate persiste en cuanto a la relación cantidad-calidad y cómo la cruzada tecnológica afecta los sentidos. Según Nortbert Bilbeny en La revolución en la ética, es luego de la Segunda Guerra Mundial que la perpepción cambia, obligando a reordenar la prioridad del sensorio. El acercamiento global planteado en la avanzada tecnológica entrega al ser a un distanciamiento de igual peso. Nunca antes el tacto, lo digital, ha sido tan determinante.

Los personajes de esta novela son supervivientes de la avanzada electrónica. Es cierto que el mundo ha cambiado pero no los (des)afectos. Frankie, una de las voces narrativas, describe con impulsos defraudados un presente antiséptico en cuanto al fracaso colectivo y busca, en un pasado demasiado cercano para entenderse, las razones que obligaron a su compañera a tomar villadiego.

En medio de la modernidad que favorece la exposición y la falsa idea de fabulosidad, el tono es intimista, establece crudeza y pulcritud. Uno de los párrafos príncipes resume lo que para Frankie [escritor y todo] sostiene la literatura como gesto inútil, “Tres mil palabras devueltas al vacío del que habían surgido. Eso no era lo que quería decir. Cerré los ojos por un segundo. Escribí algo mucho más simple y visceral. Alice, me haces falta.”

Pero la esperanza radica en ese gesto inútil. Es escribir lo que permite a Frankie reconstruir la relación; crea un rompecabezas de piezas que se unen a partir de los lugares comunes, la película o el libro; aquella música. Lo que aleja a Frankie del tono pretencioso o nostálgico al nombrar hitos determinantes de la historia del arte contemporáneo, es la parquedad con que se ajustan a la historia, revelando su eventual importancia. No hay menciones just because.

Entre notas de despecho Frankie navega otras dos historias, la de Ayesha, una compañera de correrías estudiantiles y Willow, una trompetista de jazz que en vez de Miles va más por el lado de Lee Morgan y Louis Amstrong.

Es Alice, la mujer ausente, la causante de que Frankie cuente el fracaso japonés que conforma el cuerpo medio de la trama. Digo contar porque quien escribe es la mujer, quien a su vez es la encargada de traducir un diario escrito por Kaede, la hija muerta de un ornitólogo. Se accede a un contra-reflejo en donde la ausencia es lo constante, ya sea en forma de muerte, desgana o despedida.

Hacia la parte final de la novela, un cambio súbito en la voz narrativa muestra a un Frankie más frágil aún mientras el resto de los personajes se declaran definitivamente alejados; mucho mejor lo describe Willow, al hablar de Frankie y Alice, “Quizás ni se lo imaginarán. Están a oscuras, tanteando. Nosotras también.” Durante la relectura de esta novela recordé mucho a El perseguidor de Julio Cortázar. La imposibilidad de contarlo todo, de vivir sólo para el arte y la búsqueda de que ese fondo se convierta en forma; de que el medio se convierta en día a día y que lo exterior, lo cotidiano, sea la verdadera locura. El gesto inútil como sentido único. Palacio está escrita desde personajes que añoran tocarse; una novela para ese mañana tan temido.


Rey Andújar, en Chicago – Septiembre 2011
[Esta reseña fue o será publicada en Diálogo, según me comentaron en un escueto e-mail que recibí]


viernes, diciembre 02, 2011

omoplato, escritura




A veces me da miedo que escriba otras cosas que no son las cosas que escribo y que al escribirlas abandone las cosas que supuestamente digo escribir, pero que no estoy escribiendo. Rápido se me ocurre que ese tipo de escritura (las que escribo) también tiene algo que ver con la otra escritura, que las divisiones las escribe alguien de nombre ye. Me lo repito y me lo repito frente al espejo y no me convenzo. Las motivaciones son las mismas, digo, insisto. Lo que mueve mis intereses académicos y periodísticos tiene que ver algo con lo que mueve mis intereses literarios, porque son escritos que vienen del mismo tecladeo y que me causan el mismo dolor de muñeca y de brazo y me empeoran el carpal tunnel y  me emocionan de la misma manera. Me pregunto entonces cómo afectaría mi escribir académico, mi escribir periodístico, y mi escribir literario si un día amaneciese sin una mano, o sin un ojo, o sin el codo, o quizás inclusive sin algo que no me parezca obvio inmediatamente, como el coxis, o el apéndice, o el omoplato. 


Quizás la mejor forma de diferenciar lo que escribo sería por fechas. No porque estos números signifiquen algo, sino porque así podría hacer un paralelo y ver cómo fue afectada mi escritura cuando equis le pasó a mi cuerpo. Por ejemplo, ¿existe una prueba textual, un trazo, que esté ligado a la operación a la que me sostuve en marzo, en la que un pedazo de mi cuello fue removido? ¿Cambiará algo cada vez que mi miopía empeora, o cada vez que gano o pierdo una libra? ¿No serían estas divisiones un poco más lógicas que aquellas que me dicen que lo literario está separado de lo académico, si es que existe tal cosa como lo uno o lo otro? ¿Y quién me dice esto sino yo mismo, porque nunca, en realidad, lo he escuchado de alguien? 


Y estas preguntas me las hago haciéndole eco a Mario Bellatin, supongo. Aunque no me gusta Bellatin, no me gusta si uno habla del gustar como eso que te divierte,  o eso que te incomoda, o eso que te causa cosquillitas en algún lugar entre el costado y el dedo índice del pie, siempre un poquito más largo del gordo. No me gusta Bellatin pero una y otra vez en lo que escribe brillan estas pequeñas marcas, pequeñas huellas, que bien pueden aburrir a veces, pero que insisten en que el espacio de la literatura, de la obra incompleta es el cuerpo y siempre es el cuerpo (que no es ni un adentro ni un afuera), porque el cuerpo es el que escribe, y el cuerpo es el que lee, y cuando lees mucho rato sin parar tienes que cambiar de posición, tienes que reacomodarte en la silla, o acostarte bocabajo, y eso creo que lo dijo Mayra en un ensayo, lo de leer con el cuerpo, aunque lo dijo quizás con un poquito más de zas, de zas caribeño, y yo le huyo al zas caribeño porque simplemente me gusta leerlo y no escribirlo porque hay quien abusa, abusa y abusa y entonces ni se da cuenta que abusa, y eso algo también debe tener con el cuerpo. Pienso todo esto cada vez que llego a este momento en el semestre, o en realidad, esta es la primera vez que lo pienso, que lo pienso porque me veo atraído a este asunto y comienzo a ver que leer, leer bien, me enseña por qué leo en primer lugar, o me acerca a esa pulsión que me hace leer, y no a la que me hace escribir, pero supongo que son las mismas, o que están relativamente cercanas, porque aunque tenga la una en el talón de mi pie derecho, lo más lejos a lo que la otra puede llegar es a mi coronilla que algún día será calva.