lunes, septiembre 28, 2015

apellidos, una columna

Esta columna fue publicada en El nuevo día el pasado miércoles, 23 de septiembre. 



La pobreza del horizonte bipartidista cunde por doquier. Los tristes y demacrados trapos con los que intenta pasar al gato proverbial por liebre, y vestir a la aspirante mona de seda, son evidentes hasta para el más distraído de nosotros los miopes.
Sin embargo, esta pobreza no ha estado nunca más expuesta que hoy (o, por lo menos, no tan descaradamente), y ni se inmuta ante la probable cacofonía onomástica y la posibilidad de que sean las mismas familias y los mismos apellidos (Bush, Clinton, Rosselló) los que coronen futuras papeletas adornadas por siglas y símbolos que ya no pueden sino ser metonimias de la crisis (económica, social, política) de nuestra época.
Al mismo tiempo, la desfachatez y seguridad con la que la bestialidad bipartidista se canta última Coca-cola del desierto no se halla más clara en ningún otro lugar que en la mismísima preeminencia de esos nombres y su reproducción y herencia de legados marchitos e insignias huecas.
En Estados Unidos, la caducidad del recalentado discurso politico-bipartidista (ése que en España catalizó la ascensión de terceras opciones bajo los nombres Colau y Carmena el mayo pasado) ha dado paso a un campo de primarias impensable hace un par de años. Allí, candidatos de las afueras de las normatividades bipartidistas (tanto de la derecha radical, Trump, como la centro-izquierda, Sanders) intentan conseguir, no ya un espacio en las papeletas bajo terceros y cuartos partidos, sino la nominación oficial de un sistema bipartidista que, a través de los años, se perfeccionó precisamente para no dar cabida a tipos como ellos.
Pase lo que pase, Trump y Sanders son índices del desgaste de este horizonte, dos respuestas posibles a la pobreza imaginativa del bipartidismo.
La primera intenta reventar el “impasse” desembuchándole lo más duro y retrógrado de una cultura. La segunda recurre a la empatía, a la idea ya extraña de que un gobierno debe responsabilizarse por el bienestar de sus constituyentes.