miércoles, diciembre 28, 2016

lecciones para el fin del mundo, una columna




Lecciones para el fin del mundo

En diciembre del noventa y nueve tenía trece años, pero ya a horas de año viejo estaba listo para un muy difícil resto de mi vida. Días antes me informaron que pasaríamos el 31 en Borinquen Pradera, y, aunque aún no apreciaba la ruralía cagüeña, me alegré. Supe inmediatamente que aquel campo sería idóneo para el último día.
En Bairoa, donde vivía, todo se habría dificultado. Las urbanizaciones no estaban hechas para el fin del mundo. ¿Qué hacer cuando se agotaran la comida enlatada, las bolsas genéricas de cereales, y la inmensa caja industrial de galletas que una compañía le dio a mi familia años antes tras la aparición de un engranaje de hierro dentro de un bizcochito con el que casi me atragantaba?
El campo, sin embargo, le prometía al gordito deprimido y míope que fui, la posibilidad de una larga subsistencia. Conocía los alrededores lo suficientemente bien como para armar una dieta supervivencialista. Alrededor de la parcela familiar había matas de plátano, guineos, gandules, demasiadas gallinas, y un árbol de mangó.
Sin que nadie se enterara, preparé una mochila en la que no sólo estaba lo de siempre, mis libros, libretas de escritura, lápices mecánicos, y mi Gameboy con baterías de repuesta. Añadí además una botella de agua, mi almohada favorita, un cambio de ropa y un cuchillo de mantequilla.
Me acosté a dormir a las 11:40 en balde. Las explosiones que me despertaron no fueron las de un mundo predeterminado haciéndose trizas a fuerza del Y2K y el meteorito de Nostradamus. Fueron las de los gritos, llantos y petardos que suelen acompañar el fin de año. Desperté decepcionado.
Hace poco me tropecé con mi diario de entonces, donde anoté los preparativos. Recordaba hacerlo. Lo que no recordaba era la inscripción que hice el 1 de enero del 2000 a las 12:10, antes de salir a enfrentar a padres, hermanos, tíos, y primos, en una letra extremadamente cuidada: “Debe haber algo más que simplemente aprender a bregar”.

miércoles, diciembre 07, 2016

lo que se va vuelve absurdo, dice daniel sada


Tanto los abandonos como lo retornos ¿dan lo mismo?: tienen una semejanza tan sutil por ser quizás como círculos maltrechos, e incompletos de resultas, que, empero, vistos de pronto dal el relumbrón de un trance incorregible y, por ende, dizque ya definitivo. Lo que amenaza con irse por lo común no se va ya y lo que por un agravio o por un simple capricho se va lejos ¿para siempre?, vuelve siempre, vuelve absurdo e inclusive peor que antes. Pero aquello que se va de a deveras, y de pronto, puede ser que se engrandezca o tal vez hasta renazca, sin embargo, ha de volver a ser substancia, la misma, la de acá: allá: cual río arriba, que jamás se hubiese ido…
dixit Daniel Sada en Porque parece mentira la verdad nunca se sabe

jueves, diciembre 01, 2016

good people, un relato

Hace un mes, el primero de noviembre del 2016, el Brooklyn Rail publicó uno de mis pocos cuentos, Good People. Acá les dejo el link y el inicio del relato.
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Good people


Maritere walked into the Caguas branch of The Creamery where ice cream meets heaven with the baby in her arms and María C., her cousin, to her side, and there she was once again talking the latter’s ear off with the same indiscriminate ardor that she put into anything, whether it was that beautiful purple dress she wore for prom two years ago, or that bendita grocery list that she always forgot when she actually went shopping, but which, even if she had taken with her, she wouldn’t have been able to purchase in its entirety because, like she repeated over and over, las cosas están bien malas. That said, perhaps that one Wednesday the tone was right. It just so happened that, as she was in the process of revealing, she hadn’t gotten her period that week, nor the previous one, and let’s not even mention the one before that. This could only mean one thing, and that one thing, you can imagine, would’ve definitely thrown a wrench into any well-oiled machine, and hers was far from well-oiled and already pretty wrenched out.
She whispered that last part, and nudged her head to the tender bag of skin and bones held warmly against her chest, hoping to not wake it up. If awake, it would start asking to be fed and she couldn’t bear it anymore. She didn’t say it out loud. She’d done so two days ago and her mother, with whom she lived, had overheard and slapped her across the face and gave her a sermon and that was the first time that had happened in a long, long time. But the truth was that her nipples were so sore and whenever the baby was sucking on her it made her feel like a huge, silver, scrunched up Capri-sun. That image actually came up in her nightmares and it scared her senseless. She knew it wasn’t logical, but she was afraid she would run dry and the baby would continue sucking and sucking and she’d be emptied out. And being emptied out and sola was the worst thing she could imagine in the whole world...