miércoles, julio 26, 2017

sobrevivir la porquería, una columna




Sobrevivir la porquería



Llevo como un año pensando que la situación del país tocó fondo y mañana tras mañana descubro que me equivoqué nuevamente y me digo, con una seguridad inocente, “ahora sí es que es”. Pero vuelvo a errar y repito toda la rutina otra vez el día siguiente.
Ya ni lo digo por la existencia de la Junta.
 Si no lees los periódicos y borras a todos tus conocidos que hablan de política por Facebook, puede llegar a parecer que la Junta no existiera. La Junta, después de todo, sigue estando compuesta por las mismas gentes, por los mismos apellidos. Y, para bien o para mal, los golpes de sus medidas tienen más de tortura china que de operación militar gringa y aunque ambas tácticas matan, la primera toma más tiempo en registrar.
Lo que me hace pensar que la cosa tocó fondo es, más que nada, lo demás. Por ejemplo, las cenizas en Peñuelas. O la retrógrada perseverancia del discurso homofóbico. O el sádico individualismo de muchos a quienes cualquier reclamo de justicia (educativa, social, económica) les parece changuería, disturbio, vagancia. Etcétera. 
Después de todo, la situación del país no es sólo la porquería de clase política. La situación política es, también, la gente. Y, caramba, mañana tras mañana intento negármelo con todas las herramientas críticas e imaginativas que tengo: contextualizo, historizo, narrativizo y todo eso, pero como quiera me asedia la conclusión de que hay mucha gente porquería. Supongo que la hay en todos lados, pero qué chavienda.
Así que, esta mañana, desperté y acepté que no hay fondo que tocar. Que se trata de una caída libre. Que ya. Que quizás sólo queda darle la espalda al asunto y comenzar a vivir como si estuviéramos en una de esas películas posapocalípticas que tanto pegan últimamente y en las que, ante la debacle, la justicia y la política vuelven a desplegarse en lo cotidiano, en el entablar una forma de vida un poco menos puerca que la anterior.