sábado, septiembre 27, 2008

otoño, 5: pop, stop, pop, stop

1.
De camino a Bayamón, C. toma el ipod y comienza a buscar una canción que me dice que tengo que escuchar. Por un momento, se le olvida que está al volante, y a pesar de que la luz está verde y el automóvil que está detrás de nosotros está vociferando un muévanse—en el idioma claxónico de los autos—ella no acelera hasta encontrar la canción. ¿Qué es? Le pregunto, y ella se lleva su mano a la oreja, diciéndome escucha, escucha. Los primeros acordes me son completamente foráneos. Ella se ríe. Yo la imito. ¿No la reconoces? Me pregunta, como si estuviese segura que yo más que nadie debo conocer la pieza. Meneo la cabeza, porque los acordes me siguen ajenos. Pero de improviso siento el dedo índice de la canción deslizándose por lo hueco de mi oreja hasta alcanzar la parte defectuosa de mi cerebro que me imposibilita aprender las letras de mis canciones favoritas en su totalidad. Siento su uña sonora raspando esa parte, ese lóbulo, esa célula, que de seguro es roja y grisácea y asquerosa y me doy cuenta que sí, que conozco la canción. Comienzo a mover mi cabeza, a columpiarla, más bien. Suelto una carcajada. C. canta algunas líneas. Yo intento, pero no me salen. No recuerdo si para ese entonces, cuando la canción sonaba en la radio—¿entre el 1997 y el ’98?—ya mi disco duro musical se había afligido. Descubro que no. Que aún no se había desmenuzado porque me llega una línea a mis labios, una línea inexorable, una línea inapelable, innegable, inclemente, impía, implacable, inflexible y tan, pero que tan pop que me vuela las defensas y me posee, y me descubro embolsillando mi masculinidad por la duración de la pieza, por esos tres minutos obligatorios del pop MTV de finales del siglo pasado y abro la boca y canto: don’t you know it’s going too fast, racing so hard you know it won’t last. Don’t you know, why can’t you see? Slow it down, read the signs, so you know just where you’re going.
2.
Tengo doce años otra vez y estoy sentado frente al televisor. Soy pequeño, y gordo, y tengo los espejuelos más feos del mundo. Aún estoy en el uniforme marrón de la escuela. Aún mi mamá no me ha mandado a cambiarme. Aún no he llevado el bulto al cuarto. Carson Daily habla y habla y habla y me hace odiarlo más y más y más. Le deseo que desaparezca, le rezo a Dios (aún no había desaparecido, para ese entonces) porque le destruya la carrera, porque lo saquen de MTV y le den un programa en el spot más tarde de la televisión, para que su humillación sea total, y su fracaso genuino. Ahh…por fin, el video que esperaba, corro al VHS, me aseguro que esté encendido. Presiono el botón de REC. You just walk in, I make you smile. It’s cool but, you don’t even know me. You take an inch. I run a mile. Can’t win you’re always right behind me.
3.
Por fin he delineado todo lo que pasará en ‘adónde se fue el niño Andrés’, la novela que he querido escribir desde hace un año, pero que sigo interrumpiendo con otros proyectos. Por fin la tengo clara, o eso creo. Me digo que tengo que cambiar de tono, que tengo que practicar la narración con el tipo de primera persona que quiero, parecido a la de F. Scott Fitzgerald en el Great Gatsby, y que no se puede parecer en nada a Su nombre, Decepción, que también la escribí en primera persona. Escribiré un cuento, me digo. Y comienzo a escribirlo, y me divierto, y cuando por fin lo concluyo tengo un cuento de veintidós páginas a espacio doble. Un cuento de cuando fui a Argentina, utilizando datos de unas entrevistas que le hice a unos veteranos de guerra allá, mezclándolo con mentiras. Un cuento diferente, para lo que escribo normalmente. Con otro tipo de voz. Cuando lo releo me doy cuenta que me encanta. Que me encanta el narrador y todos los personajes, y que en muchos párrafos esbocé una serie de acontecimientos en los que podía expandir. Salgo de mi apartamento y camino a la universidad y se me ocurren otras situaciones que pudiesen tomar lugar en Buenos Aires. Algunas de ellas ficticias, y otras reales. Llego a la universidad y me digo que no. Que escribí un cuento. Entro a clases. Regreso a las seis de la noche, luego de salir del trabajo, a mi cuarto. Pongo el bulletin-board sobre la cama y le quito los pedazos de papel que le pegué—el outline para niño Andrés—y comienzo a escribir papeles nuevos, mientras escucho a Kevin Johansen, que Orlando me lo recomendó. Cuando por fin me acuesto a dormir, sé que el niño Andrés tendrá que esperar. Que tengo otra novelita que escribir.
4.
¿Por qué esconderlo? ¿Por qué censurarme?
Stop right now, thank you very much
I need somebody with the human touch
Hey you, always on the run.
Gotta slow it down, baby, gotta have some fun.

5.
Viva la Scary Spice.

No hay comentarios.: