sábado, octubre 24, 2009

dos p.m

1.
La vecina del primer piso lleva cuarenta y cinco minutos en su acto de meditación: su alarido sostenido se balancea entre rumor y canturreo. Ya me he acostumbrado. Apenas la escucho. Me tomó algún tiempo percatarme que el sonido era humano. Los primeros días, lo pensé animal. Luego, artificial: el bisbiseo de alguna tubería.
2.
A veces mantiene la nota por más de veinte minutos, antes de parar, inhalar, y continuar. A veces, cuando no hago nada más que escucharla, que intentar descifrar su sonido, siento que me relajo. Como si su meditación fuese contagiosa, zenh1n1.
3.
A lo lejos, pero demasiado cerca, una estrepitosa sirena de ambulancia, o de bomberos, o quizás de patrulla policíaca, aruña los alrededores y se fusiona con la vecina.
4.
La imagen se crea sola: un homúnculo sonoro, de tres gargantas y ojos achinados.

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