lunes, diciembre 14, 2009

dense fog advisory

Waking up
entails a sense of place:
there’s only fog out there.

A list of what’s lacking:
a white bed, a goose down comforter,
a body’s warmth, and the tinkling laugh.

domingo, diciembre 06, 2009

domingo, 2:50pm

1.
Los domingos al mediodía el edificio Callaway está vacío. Van tres semanas en las que me deslizo por los pasillos y me encierro en el Lounge del quinto piso a trabajar. Salgo descalzo, de vez en cuando. Otras veces, pongo música y dejo la puerta abierta. En teoría, voy a trabajar. Termino acostado en uno de los muebles leyendo, o quedándome dormido.
2.
Hoy, salí un momento, porque escuché voces. Me tropecé con una mujer japonesa y su hijo. Estaban sentados en el lobby. La señora en el suelo, el niño en los cojines rojos. Entre ellos, había un libro. El niño comía media china mandarina, la madre tenía la otra. Ella decía algo, apuntando el papel. El niño lo repetía, en su voz chiquita. Lo hacían dos o tres veces, antes de cambiar la frase. Crucé el lobby, luego de escucharlos desde una esquina, y por el segundo que duró mi celaje, estuvieron en silencio. La madre me miró como invasor. El niño con curiosidad. Debía parecer un vagabundo, sin afeitar, el hoodie cubriéndome la cabeza, los ojos rojos. Cinco minutos después, resumieron la tarea. Su voz maternal, su voz infantil. El japones del niño temblaba. El de la madre, mucho más firme. Luego de un rato, regresé al Lounge.
3.
Bajé la música, leí, me quedé dormido veinte minutos. Volví a salir del cuarto, a buscar agua. Me detuve antes de cruzar por ese espacio que de repente tenía atmósfera de casa, de sábanas y almohadas bien usadas, de comida de mamá, de poder andar todo el día sin lavarte la boca. La mujer dijo algo más, el niño lo repitió y de repente se acabó. Pensé que me habían visto, así que crucé. Mientras llené la botella de agua, me llegó la voz del niño, esta vez comprensbile: Can we speak English now?, preguntó. Su madre respondió en japonés. Is dad going to take long?, insistió, y la madre respondió, nuevamente en japonés.
4.
Cuandro regreso, me tropiezo con una canción de Jamie Cullum: But the world don't need scholars as much as I thought/ Maybe I'll go traveling for a year/Finding myself, or start a career/I could work for the poor, though I'm hungry for fame/We all seem so different but we're just the same/ Maybe I'll go to the gym, so I don't get fat... Abro el libro, miro el documento de Word. Llevo dos páginas. Del pasillo escucho el elevador llegar, el niño decir algo, cierro la puerta, tengo que ponerme a trabajar, insisto.

sábado, diciembre 05, 2009

jacket rojo, audífonos grandes

1.
Abrigo rojo y grandes audífonos. Camisa gris, debajo. Dice Stanford. Pelo corto, algo rubio. Dirty blonde, insistiría algún amigo. No se está quieta. Tiene tres posturas: manos al teclado, a la taza de café, los brazos cruzados sobre el pecho, el cuello un poco inclinado hacia la derecha, la mirada inquisitiva.
No creo que se percate de los breves vistazos que le lanzo desde el libro que se supone que esté leyendo. Me detengo: deja de mirarla, hombre. Leo una reseña de una novela de Coetzee. Nunca he leído al sudafricano. Algo de unas entrevistas, metaficción.
Y qué si entrevistase a la hermana imaginaria de esta muchachita de los audífonos grandes y el abrigo rojo. Digamos que muere al salir de aquí, que justo cuando va a cruzar la calle sufre un infarto fulminante. Hace frío allá afuera, un cadáver joven sobre el asfalto anaranjado, ¿cuánto?, treinta y dos fahrenheit, cero grados centígrados.
2.
¿Qué dice la hermana, pues? ¿Menciona el abrigo rojo?
Qué mucho le gustaba usar ese abrigo, dice, remendado debajo de la axila derecha, lo lavaba una ves a la semana y se lo tiraba encima tan pronto lo sacaba de la secadora; le gustaba el crispy-warm feeling, dice.
¿Menciona la camisa de Stanford?
Nicole solía usar la camisa de mi universidad, añade, le gustaba que la gente le preguntase si había ido a Stanford, decía que era una forma fácil de comenzar conversaciones. Recuerdo la tarde que se la puso por primera vez, yo estaba tirada en la sala viendo la tele, y ella me dijo que si podía tomar una camisa de mi armario, le dije que cogiese cualquiera, y, sin pensarlo dos veces, tomó esa.
3.
O quizá la cosa va por otro camino, y cuando vamos a la hermana y mencionamos la muerte, esta da un paso hacia atrás, se lleva una mano temblorosa a los labios, y no responde. ¿Qué puedes decirnos de ella? Pero tenemos que darle un momento, permitirle procesar la noticia. Nos mira, se le escapa una lágrima y dice, we didn’t keep in contact much, I haven’t talked to her since last Christmas, when she suddenly turned up at my door. Nothing to wear, I had to give her one of my college sweatshirts. No puedo creerlo, concluye, y decidimos irnos, huir de ese golpe de pena.
4.
Cuando se quita los audífonos noto el tamaño de sus orejas. Recuerdo algún personaje de alguna novela de Murakami que tenía las orejas perfectas. ¿En Wild Sheep Chase, era? ¿O en Dance, dance, dance? Era modelo, creo, pero sólo de orejas. El personaje no podía dejar de mirarlas.
5.
Mi café está frío. Decido cortar esto. Dejarlo así. Dejarla viva, volver al trabajo académico: La Colmena, me insisto, la puta Colmena. La miro una ultima vez. Tiene los audífonos otra vez. Mira por el vidrio, a la calle vacía, pintada anaranjado por los postes.

jueves, diciembre 03, 2009

beautiful souvenirs, canta Hartman

Through the trees comes Autumn with her serenade.
Melodies, the sweetest music ever played.
Autumn kisses we knew are beautiful souvenirs.
As I pause to recall the leaves seem to fall like tears.
Silver stars were clinging to an autumn sky.
Love was ours until October wandered by.
Let the years come and go,
I'll still feel the glow that time can not fade
When I hear that lovely autumn serenade.
Autumn Serenade, cantada por Johny Hartman, con el sax de Coltrane.

lección uno

When they ask about my home, they mean the Island.