1.
Abrigo rojo y grandes audífonos. Camisa gris, debajo. Dice Stanford. Pelo corto, algo rubio. Dirty blonde, insistiría algún amigo. No se está quieta. Tiene tres posturas: manos al teclado, a la taza de café, los brazos cruzados sobre el pecho, el cuello un poco inclinado hacia la derecha, la mirada inquisitiva.
No creo que se percate de los breves vistazos que le lanzo desde el libro que se supone que esté leyendo. Me detengo: deja de mirarla, hombre. Leo una reseña de una novela de Coetzee. Nunca he leído al sudafricano. Algo de unas entrevistas, metaficción.
Y qué si entrevistase a la hermana imaginaria de esta muchachita de los audífonos grandes y el abrigo rojo. Digamos que muere al salir de aquí, que justo cuando va a cruzar la calle sufre un infarto fulminante. Hace frío allá afuera, un cadáver joven sobre el asfalto anaranjado, ¿cuánto?, treinta y dos fahrenheit, cero grados centígrados.
2.
¿Qué dice la hermana, pues? ¿Menciona el abrigo rojo?
Qué mucho le gustaba usar ese abrigo, dice, remendado debajo de la axila derecha, lo lavaba una ves a la semana y se lo tiraba encima tan pronto lo sacaba de la secadora; le gustaba el crispy-warm feeling, dice.
¿Menciona la camisa de Stanford?
Nicole solía usar la camisa de mi universidad, añade, le gustaba que la gente le preguntase si había ido a Stanford, decía que era una forma fácil de comenzar conversaciones. Recuerdo la tarde que se la puso por primera vez, yo estaba tirada en la sala viendo la tele, y ella me dijo que si podía tomar una camisa de mi armario, le dije que cogiese cualquiera, y, sin pensarlo dos veces, tomó esa.
3.
O quizá la cosa va por otro camino, y cuando vamos a la hermana y mencionamos la muerte, esta da un paso hacia atrás, se lleva una mano temblorosa a los labios, y no responde. ¿Qué puedes decirnos de ella? Pero tenemos que darle un momento, permitirle procesar la noticia. Nos mira, se le escapa una lágrima y dice, we didn’t keep in contact much, I haven’t talked to her since last Christmas, when she suddenly turned up at my door. Nothing to wear, I had to give her one of my college sweatshirts. No puedo creerlo, concluye, y decidimos irnos, huir de ese golpe de pena.
4.
Cuando se quita los audífonos noto el tamaño de sus orejas. Recuerdo algún personaje de alguna novela de Murakami que tenía las orejas perfectas. ¿En Wild Sheep Chase, era? ¿O en Dance, dance, dance? Era modelo, creo, pero sólo de orejas. El personaje no podía dejar de mirarlas.
5.
Mi café está frío. Decido cortar esto. Dejarlo así. Dejarla viva, volver al trabajo académico: La Colmena, me insisto, la puta Colmena. La miro una ultima vez. Tiene los audífonos otra vez. Mira por el vidrio, a la calle vacía, pintada anaranjado por los postes.