viernes, marzo 05, 2010

primaveral

1.
Me digo que son liebres, o pequeños conejos, porque no me imagino otra cosa. Doy por hecho de que no son ardillas, por la velocidad, la forma en la que se deslizan por el valle de grama en el que está el parque pasivo. Sólo veo sus siluetas huidizas en la noche, tarde, de madrugada, cuando llego a mi apartamento un poco bebido, y camino con paciencia. Al acercarme a las escaleras que le hacen costado al parque son sólo pequeños montículos oscuros en la grama. En mi trayecto, como si cada paso instase una reacción en cadena, uno de los montículos se hace disparo por el espacio despoblado, tropezando con la cuerda invisible que activa el otro, que se desembucha en dirección contraria, y que, por conclusión, activa un último montículo-proyectil que desaparece detrás de los columpios. Me digo que son liebres, o pequeños conejos, porque no me imagino otra cosa.
2.
El otro día regresaba de clases un poco tarde, el cielo ya rojizo, y en su intemperie zenital, una equis se desplegaba de una esquina a otra, tejida en nimbo inacabable, como si un aviador, Zurita o Wieder, digamos, trazase otro de sus poemas aéreos. –Y qué si uno atisbase, me pregunté, y el cruce de las dos líneas marcase, en ese preciso instante, un cuerpo en el horizonte.
3.
Como para hacerle contrapunto al sistema de liebres nocturnas, últimamente en las mañanas, cuando salgo por la puerta trasera del edificio de ladrillos rojizos número 30, donde vivo, activo toda una red de reacciones en cadena de pequeñísimas aves rojo-candela de las que nunca antes me había percatado. Un sinnúmero de ellas coronan los arbustos que marcan las fronteras de la explanada. El más mínimo cambio en el ambiente—mi presencia, o una brisa—le da comienzo a todo un ballet sincronizado.
4.
Después de la desagradable nevada del martes, en la que nieve y lluvia hacían de todo un asco, tras un día parcialmente soleado, se evaporó la saturación que hacía del pequeño valle un pozo de fango. Regresando a casa, aves rojas, nubes destelladas, y en el centro-corazón de la senda, una pequeña flor, amarillenta, quebraba el pavimento. La toqué, por eso de asegurarme que no era adicional, y me fijé que a su alrededor otros pequeños capullos comenzaban a crepitar.
5.

Siempre saludo a la chica india de Hyderabad con la que me tropiezo de camino a la lavandería.
6.

La primavera está retrasada.

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