martes, agosto 31, 2010

restos de la infancia, dixit Cristina García

Our childhood is dead.
Nothing is left but this:

your words against mine.

Respuesta, The lesser tragedy of death, Cristina García

ante el alzheimer's, escribe McAllister

stay with me
a while longer
let me take another ride
let me finish this poem
del libro Between you and me: poems from the Alzheimer bustrips, de Lesley McAllister

domingo, agosto 29, 2010

la vida del embudo, dice Piñera

¡Nadie puede salir, nadie puede salir!
La vida del embudo y encima la nata de la rabia.
Nadie puede salir:
el tiburón más diminuto rehusaría transportar un cuerpo intacto.
Nadie puede salir:
una uva caleta en la frente de la criolla
que se abanica lánguida en una mecedora,
y "nadie puede salir" termina espantosamente en el choque de las claves.
La isla en peso (1943), Virgilio Piñera

viernes, agosto 27, 2010

telecómicas, una columna

Esta columna, Telecómicas fue publicada el miércoles, 25 de agosto, en la sección de Buscapié de El Nuevo Día. La pueden leer directamente en la página del periódico presionando aquí. La coloco en el blog como manera de archivo.

Telecómicas


Al tropezarnos el uno con el otro en París, era predecible que X y yo instituyéramos una de esas complicidades fundadas en el gentilicio compartido. Lo que no nos esperábamos era que este mismo dato amenazara la joven amistad. En esos días, X se preparaba para regresar a la Isla. Él estaba allí por unos cursos y conocía la ciudad como si fuese suya. Yo estaba por siete días, aprovechando una beca de mi universidad gringa, ya que nunca había estado en Europa.
En algún momento, entre algún dulce de hojaldre, X hizo un comentario acerca de mi mudanza a Atlanta. Le expliqué la situación de la beca que conseguí y terminó el tema. Al día siguiente, volvió a mencionarlo. Fue entonces que vi el problema.
No tenía que ver precisamente con política, ya que nuestras ideas no eran tan distintas. Estaba más relacionado a nuestras crianzas. Ambos crecimos viendo el “show” de Pacheco y tuvimos un Super Nintento; de preadolescentes escuchamos a Vico C, y años después bajamos el mp3 de Xplosión, ya graduados de la iupi. La diferencia y raíz del problema estribaba en el hecho de que mientras mis papás me llevaron a Disney dos veces antes de los quince años, a él lo llevaron a Europa. Que cuando “teenager”, él cantaba a coro con Roy Brown, y yo escuchaba a Metallica con mi hermano; que mientras él amaba a Almodóvar, a mí me gustaba Linklater; que él podía citar de memoria a Lorca y Unamuno, y yo a Girondo y George Carlin.
Aun con el asunto superado tras una cerveza, no me pude sacar la espinita. Era claro que para X existía la necesidad de tomar una decisión identitaria. Y él tomó la correcta: esa puertorriqueñidad 100% hispánica. Ante sus ojos, las tradiciones se excluían. Ante sus ojos, yo estaba “agringado”. Quizás estaba en lo correcto.
Pero, ¿cómo se hace? ¿Cómo se escoge entre el colonizador de ayer (¿por nostalgia?) o el de hoy (¿por contemporaneidad?)? Todavía no sé cómo responder. O si tan siquiera es necesario. Ver el Gran Bejuco nunca excluyó al Fresh Prince, ver el Cartoon Network nunca me quitó mi chim-bum-bam.

desidia, una columna

Esta columna, Desidia fue publicada el miércoles, 28 de julio, en la sección de Buscapié de El Nuevo Día. La pueden leer directamente en la página del periódico presionando aquí. La coloco en el blog como manera de archivo.

Desidia

Tras enterarse de lo que sucedía en la Isla, el tipo, entre inglés y español, preguntó que qué se ganaba al final. Yo lo miré y me reí, repetí su pregunta incrédulo, y le dije que no entendería. Asintió, “no entendería”, coreó con una sonrisa y desalojó el tema. Su pregunta, sin embargo, como un grano de arena que se hace perla negra, permaneció. El cambio, esa mutación de pregunta de pasada a idea incómoda, fue imperceptible al principio. Cuando me percaté, ya el salto estaba hecho. ¿Sería tan siquiera posible discutirlo sin ser denunciado de reaccionario? El desencanto no ya como condición, como mal juvenil, sino como decisión.
¿A qué me refiero? A cansarse de todo el asunto y tirar los hombros. El que calla, otorga, dicen. Pero, ¿qué importa si se otorga al mismo colectivo del que nos desasociamos? ¿Podríamos solamente considerarlo?
Hablo hipotéticamente, claro. Decir, “ya, ya” y dar un paso hacia atrás. Salirnos del medio, abandonar el ring con la pelea sin terminar. Y no hablo de tomar el tiempo de retiro como guarida de preparación y robustecimiento, o como un respiro antes de la batalla final. Me refiero simplemente a olvidarnos del asunto.
¿Rendirnos? Exactamente. ¿Es posible rendirse? ¿Conceder la victoria, regalar la corona, pasar el trofeo? ¿Podría llevarse a cabo? Llamar desde los portones a los troyanos, y decirles que dentro del caballo escondemos un ejército que los hará leyenda. ¿Nos creerían? No intercambiar cuatro espías por diez, sino concederlos, y ya. Un acto de buena fe al poder, digamos, sin trucos, ni secretos, sin vueltas a la tuerca. Nada de redobles literarios. Si la intención es hundir la Isla, ahí la dejamos. Si la intención es desarmar la democracia, desháganla. Si la intención es privatizar todo, vendan hasta la bandera misma.
¿Cómo se llevaría a cabo? Estamos tan acostumbrados a pelear, o por lo menos a la idea de la pelea desde el sofá, que incomoda considerarlo. Escribir esto me da asco, me retuerce el estómago, pero se trata de una pregunta válida: ¿qué sucedería si abandonamos la embarcación y ni siquiera, ya secos y seguros en la orilla, nos volteamos a observar el naufragio?

jueves, agosto 05, 2010

de maestros, habla Mann.

Our masterful style is falsehood and folly, out renown and prestige are a farce, the public faith in us is utterly ludicrous, and educating the populace, the younger generation, through art is a hazardous enterprise that should be outlawed. For how can a man be a fit educator if he has an inborn, natural, and incorrigible preference for the abyss? We can certainly shun it and gain our status, but no matter where we turn, we are still drawn to the abyss. And so we renounce knowledge, which disintegrates things, for knowledge, Phaidros, has no dignity or severity; knowledge is all-knowing, understanding, forgiving devoid of composure, of form; it sympathizes with the abyss, it is the abyss. And so we can firmly reject knowledge, and hence forth our sole concern is Beauty—that is, simplicity, grandeur, and new severity, a new innocence and form. But form and innocence, Phaidros, lead to euphoria and desire, may lead the noble person to a horrid emotional blasphemy, which his own beautiful severity will reject as disgraceful—and they lead to the abyss, they, too, lead to abyss. They lead us poets there, I tell you, for we cannot soar, we can only be wanton. And now I shall leave, Phaidros, and you shall remain, and do not leave until you can no longer see me.
Death in Venice, Thomas Mann

martes, agosto 03, 2010

beware the smiles, dixit Mr. Mann (otra vez)

The man receiving this smile hurried away with it as with a fateful gift. He was so deeply shaken that he was forced to flee the light of the Terrence, the front gardens, and he hastily sought the darkness of the park behind the hostel. Strangely indignant and affectionate exhortations were wrung from him: “You musn’t smile like that! Listen, you mustn’t smile at anyone like that!” He flung himself on a bench, he was beside himself, he breathed the nocturnal fragrance of the plants. And leaning back, with dangling arms, overwhelmed, and shuddering again and again, he whispered the standard formula of desire—impossible here, absurd, abject, ludicrous and yet sacred, and honorable even here: “I love you!”
Death in Venice, Thomas Mann