Intento imaginármela saliendo de su pequeño apartamento para tomar un poco de aire, para deshacerse de la sensación de absurdo que le debió haber dejado la llamada. La veo en su chaleco grisáceo, sus jeans de siempre, el pelo más largo de lo que lo ha tenido en años, caminando entre las masas de japoneses en trajes de oficina. Todos construidos a partir de la misma tela negra, todos con la misma camisa blanca, el mismo maletín, los mismos zapatos, todos mirando hacia adelante, sin parpadear, deteniéndose en los cruces, esperando por la señal, y luego continuando, como coagulo, como una estampida que ha perdido su frenesí y que ahora marcha monótonamente por una larga chorrera de asfalto, de vidrio, de plástico. Veo a Alice intentando perderse entre ellos, la veo con la mirada fuerte que vestía cuando pensaba zambulléndose en esa corriente, y la veo diciéndose que la mayoría de los que la rodean son más jóvenes que ella y tienen carreras, y tienen familias, y tienen vidas que pasan por desapercibidas. La veo diciéndose—mintiéndose—que algún día ella tendrá lo mismo, algún día ella será uno de ellos, pero por ahora no, pero por ahora no porque le falta algo que hacer. Es entonces que se da de cuentas que tiene que ayudar al ornitólogo, es entonces que sabe que para eso es que está en Japón, que para ayudar al Doctor Abe fue que me abandonó, que dejó atrás su carrera, su vida que pasa por desapercibida, que lo mandó todo a la mierda por esa mínima oportunidad de hacer algo que realmente valiese la pena.
Me engaño, claro.
Lo sé.
[La fotografía (parte de la serie "Could it ever end?") arriba es de Rubén Ramos, 2009. El texto es un pedazo de Palacio, novela breve, que verá prensas en el 2011.]
martes, noviembre 30, 2010
imaginación melancólica, un pedacito
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario