"Hay dos
maneras de ver o contemplar eso que llamamos historia: una es la visión
accidental, para la cual la historia es el producto azaroso de una infinita
cadena de actos irracionales, contingencias imprevisibles y hechos aleatorios
(la vida como un caos sin remisión que los seres humanos tratamos
desesperadamente de ordenar); y la otra es la visión conspirativa, un escenario
de sombras y manos invisibles y ojos que espían y voces que susurran en las esquinas,
un teatro en el cual todo ocurre por una razón, los accidentes no existen y mucho
menos las coincidencias, y donde las causas de lo sucedido se silencian por
razones que nunca nadie conoce. ‘En política nada pasa por accidente’, dijo una
vez Franklin Delano Roosevelt. ‘Si sucede, es porque así se planeó’. La frase,
que no he podido encontrar citada en ninguna fuente confiable, les encanta a
los adeptos e las teorías conspirativas, tal vez por venir de un hombre que
tanto decidió a lo largo de tanto tiempo (es decir, que tan poco espacio dejó a
la casualidad o al azar). Pero lo que hay en ella, si uno se asoma con cuidado
a su pozo maloliente, es suficiente para sobrecoger al más bravo, pues la frase
echa por tierra una de las mínimas certezas sobre las que fundamos nuestras
vidas: que las desgracias, los horrores, el dolor y el sufrimiento son
imprevisibles e inevitables, pero si alguien los puede prever o conocer, hará
lo posible por evitarlos. Es tan aterradora la idea de que otros sepan ahora
mismo que sucederá algo malo y no hagan nada para evitar el daño, es tan
espeluznante incluso para quienes ya hemos perdido toda inocencia y hemos
dejado atrás toda ilusión con respecto a la moralidad humana, que solemos tomar
esa visión de los hechos como un juego, un pasatiempo para desocupados o
crédulos, una estrategia inveterada para mejor lidiar con el caos de la historia
y la revelación, ya mil veces probada, de que somos sus peones o sus
marionetas. A la visión conspirativa respondemos entonces con nuestro bien
entrenado escepticismo y con un punto de ironía, repitiendo que de las
conspiraciones no hay pruebas, y los creyentes nos dirán que el objeto
principal de toda conspiración es esconder su propia existencia, y que el hecho
de no verla es la mejor prueba de que ahí está", dixit Juan Gabriel Vázquez en La forma de las ruinas, una novela que juega con los márgenes en los que la historia comienza a desdibujarse, pero que, siempre, regresa a la tierra firme de lo comprobable--para bien y para mal.
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