domingo, noviembre 27, 2016

perplejidad, una columna


En una ponencia que ofreció en Los Ángeles días después de las elecciones y que luego compartió en línea, el crítico Jaime Rodríguez Matos hizo un llamado a la perplejidad.

Su argumento era complejo y recorría caminos que ni en mapa cabrían aquí, pero a su centro había un llamado a rehuir de la certeza, a no eliminar el inevitable momento de perplejidad, de sorpresa, que nos secuestra ante sucesos como la victoria electoral de Trump. Abrazar ese momento en el que estamos perplejos, perdidos, en suspenso, implica resistirse a la simplificación, postergar un juicio final.

Se podría decir que no es tan fácil. Y no lo es. Resistirse a la certeza es casi imposible hoy ante la exposición sin fin ni condiciones de las redes sociales. Ese espacio en el que nos vemos obligados a producir y consumir opiniones (mientras más grandilocuentes mejor) sobre el más mínimo evento, a toda hora y en todo momento.

Es casi imposible, también, ante la victoria de alguien como el futuro presidente, tras la cual insta movilizarse, colaborar.

Por eso hay que recalcar que la perplejidad en cuestión no llama a quedarse quieto y encerrarse a pensar la inmortalidad del cangrejo. Todo lo contrario: recomienda, en todo caso, la disciplina del evitar “sabérsela toda”, del resistirse a pensarse poseedor de un único plan de acción, del aceptarse sorprendido y, en vez de ofrecer certezas, de vez en cuando ofrecer el cuerpo y colocarlo en los lugares en los que importa.

Como algunos saben, vivo en un pequeñísimo poblado perdido en la ruralía estadounidense. Un poblado que, hace mes y medio, estábamos seguros había logrado resistir el romance trompista. La semana pasada, la casa de un colega judío amaneció vandalizada. Una nota clavada a su puerta les prometía ¿o deseaba? su muerte.

Sucesos similares han ocurrido en otros lugares, lo sé. Pero aún así, la perplejidad parece ser un buen lugar del cual partir a lo que se avecina.