miércoles, junio 28, 2017

malas lecturas, una columna




A principios de mayo un estudiante preguntó en clase si Puerto Rico estaba efectivamente bajo dictadura. Hablábamos de literatura contemporánea, de un libro de cuentos reciente del escritor Juanluís Ramos que no tiene nada que ver con política. Antes de responder, pensé en el libro: los relatos giran, a grandes rasgos, en torno a un personaje homónimo que sufre humillación tras humillación y que, al son, se hunde cada vez más en una depresión abúlica. Es cómico.
No vi conexión alguna e iba a descartar la idea pero, como sucede en estas clases de final de semestre en las que todos estamos agotados, no lo hice a tiempo (retrospectivamente uso de excusa que una clase de literatura debe abrirse, también, a la imaginación). Otro estudiante tomó la idea e inmediatamente pactó con los de su corillo que sí. Como estaba al día, lo asoció a la huelga de estudiantes que corría por entonces, a la Junta y, ante miradas cínicas, procedió a buscar una definición en el diccionario.
Una dictadura, dijo, acentuando las sílabas llanas y diptongando un poco las vocales, es “un régimen político que, por la fuerza o violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales”.
“Exacto”, dijo otra, quien creo no había leído el libro, y pasó a argumentar que la depresión y la abulia eran metáforas para la falta de agencia del pueblo y la imposición unilateral de medidas de austeridad. Alguien añadió que la abulia también podía ser, de cierto modo, un modo de resistencia. (Cabe notar que “agencia”, “resistencia” y “subversión” son palabras diarias de este College).
Era una lectura terrible del texto, claro. A veces un tipo deprimido es un tipo deprimido, les dije. Sabía que me retarían, porque es parte de lo que jugamos. Joven y más radical que yo, una me respondió, riéndose, que a veces una dictadura es una dictadura.