Es tan fácil comenzar escribiendo que el personaje se ve al otro lado del vidrio que no puedo resistir hacerlo. No puedo resistir lo sencillo de su descripción: ojos grandes, pestañas demasiado femeninas, nada de barba, una calvicie que le pica por el parecido a su padre. Mucho menos evitar llevar su mano hasta la mejilla, para deshacer una lágrima vieja. Acto seguido, lo hago mirar el monitor, abrir su correo electrónico y cliquear compose new message. Todo sucede demasiado lento: el colocar sus dedos índices sobre el teclado (nunca ha aprendido a tecladear como secretaria, la taquigrafía, piensa que se le llama), el incrustar en el cuadriculado blanco el correo que él mismo le creó a ella (de la que no he hablado como es de esperarse de un narrador irresponsable). Se detiene un segundo. Lo piensa: el correo electrónico es tan impersonal, es tan falto de cojones que insulta. Pero eso ya no importa un pito: dejó de importar en el momento que se asomó al diario que ella había dejado abierto sobre la coqueta cuando se fue a visitar a su madre. A él sólo le quedaba responder. A él sólo le tocaba responder. Se trata de un personaje pasivo: todo le ha sucedido y él nunca ha hecho suceder.
Sí, lo hace: comienza a escribir, primero lento, primero sin faltas en la ortografía, primero siguiendo la etiqueta que debe existir para este tipo de cosas, pero mientras avanza todo esto se va para el carajo y comienza a olvidarse de las comas y escribe y escribe y escribeysedesaparecenlosespacioshastaquesedacuentamirandoseenelespejoqueestállorando y para.
Lleva su dedo índice, otra vez, hacia la mejilla de su reflexión, que ve al otro lado del vidrio, y esfuma una lágrima. Lee lo escrito. Lo lee dos, tres veces. Quiere corregirlo. Mas no lo hará. Le añade una despedida civil. No le menciona nada de que no volverá a pisar esa casa. No le menciona nada de que jamás buscará la ropa que ha dejado, ni los papeles en la impresora, ni reclamará las cartas que lleguen a su nombre. No le dice que su plan es hacerse abstracción, es hacerse espectro, desaparecer de aquél lugar como lo deben hacer los hombres que confían demasiado en sus mujeres. Hombres como él: hombres zombis a los que les toma días, meses, años descifrar que lo que sale de su pecho es el sobrante de una apuñalada ya vieja. no le dice nada de eso.
no: ni lo hará.
Apaga la laptop y la deja sobre la mesa de la cafetería: que alguien se la lleve, porque no la quiere. Llama de su teléfono celular a un taxi, se monta, y cuando se baja lo deja sobre el asiento: que alguien se lo lleve: a él ya no le pertenece nada.
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