Otoño lluvioso, mañana de domingo, lo amarillo de algunos árboles en el vidrio. Ese frío convencional de ventana medio abierta, esa comodidad de no tener mueble alguno con la excepción de una cama y el set de comforters reversible que se hace abrigo, o casi-piel. Las tres montañas de libros que esperan mi atención, las dos monografías finales y el historical review essay. El catálogo de la tienda de ropas que me llegó pero que resiste el deshecho: en su portada una mujer-niña aprieta sus manos, como si rezase, como si le temiese a la mitad oscura del resto de la página. Los pasos en el apartamento alfombrado de mi compañero de casa. El silencio que mantengo como conspiración. La chaqueta que compré online, pea coat, le llaman, y que cuelga del armario como un cuerpo esperando posesión. La botella de agua que nunca lleno. El recuerdo bonito, la comodidad de las carnes. La tocineta es un olor lejano, pero que hace pensar en algunos sures. La ultima entrada en este blog, hace casi mes y medio. La ultima cuestión que dejé a medio escribir, los proyectos delineados pero en mutis, las traducciones que esperan reescritura, las doscientas cuarenta y dos páginas que tienen nombres y que no logro terminar de editar.
La taquilla del concierto de Cohen: el recuerdo de la señora de sesenta años que me contó de su juventud, del novio que tuvo en los setentas que persiguió al canadiense errante por Grecia, o por algún país. Me dije que iba a escribir, que hacía buen tiempo para ello y que no iba a arreglar nada, que quizás un inventario sería suficiente para activar los líquidos, para ponerlo todo en movimiento. Un inventario de dos meses de mi primer otoño, de sonido de zapatos en hojarasca siempre que camino a mi apartamento, un inventario de esa cosa nueva que para mí es la lluvia de hoja seca, la brisa que hace que se caiga lo que fue un árbol sobre ti, rompiéndose en medio vuelo, haciéndose aves, como escribió aquel poeta desconocido, isleño, Samuel Lugo. Un inventario de hablar de la colonia sin hacerlo. Un inventario de decir sin decir, de circunlocuciones, de circunnavegaciones, de cuestiones salidas del diario de Colón. Eso, un inventario: justo al lado del Publix, donde North Decatur se encuentra con Clairmont. Un inventario, acá hay una calle Ponce de León, pero no tiene nada de lo que las Ponce de León tienen que tener, no tiene vida, no tiene esa cosita riopedrense que hacía brincar. Lo pronuncian Ponz di Li-oun. Un inventario, eso, un inventario con un final pero que me dice que puedo hacerlo, que este tipo de cosa no se desaparece aunque se encaje, que la espera lo añeja, que la lectura inaplicada le da sabor, pies de viejos italianos sobre la vid.
Un inventario, si, no más, porque de eso se trata.
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