lunes, noviembre 30, 2009

you never know shit, uno breve

Él le dice que es de una isla, que probablemente no reconocerá el nombre, porque ella recién llegó de ese otro lado del mundo que nadie conoce desde que se desaparecieron los atlas globales de los salones de clases, y que ha cambiado de fronteras y de nombres tantas veces como él chancleteó de posturas políticas en sus años de bachiller. Pero ella le dice que sí la conoce, y bebe de su taza de café, y le cita nombres que él debería recordar de sus clases de historia nacional en la primaria o, por lo menos, porque eran nombres de plazas y calles de su barrio mientras crecía. Ella le dice algunas cosas de su país y él le sonríe y tira de sus hombros, bebe de su cerveza, y le da a entender que sabe de lo que están hablando, y cuando ella menciona epítetos que él debería reconocer sólo por cordialidad, porque ella conoce los que él no conoce, él sonríe e intenta adivinar las últimas sílabas de las palabras que ella pronuncia y así hacerle pensar que está al tanto. Evidentemente, lo logra y ella jamás cuestiona la veracidad de esa primera conversación, y piensa que él sobreentiende la gravedad de las anécdotas que cuenta de su madre o de su padre, o inclusive de su niñez, y le sorprende que él dice las cosas correctas en el momento correcto, que es lo suficientemente ligero como para actuar como si el trauma no existiese y al mismo tiempo reconocer su presencia con sutilezas cariñosas. Para ella todo le viene como sorpresa y cuando habla con su hermana, que recibió asilo político en otro país, y le cuenta de él, la hermana dice que tiene suerte, y ella le dice que lo sabe, que jamás se hubiese esperado que sucediese tan rápido.
Esta conversación sucede en su idioma, ese otro idioma que él jamás aprenderá, y mientras ella conversa en el teléfono celular, acostada en la cama con esos pantalones de lana que insiste en usar para dormir, por el frío, él la mira desde el pequeño sofá, que ella compró en un yard sale sólo porque le pareció el sofá más lindo del mundo y que finalmente sólo pudo apretar en su habitación, y se pregunta a si mismo quién es ella cuando habla esa otra lengua y por cuánto tiempo podrán ignorar la huraña vorágine que insiste en deshacer la banalidad de lo cotidiano.