martes, febrero 16, 2010

kaede imaginada en la ventana, fragmento

Esto es un fragmento de un proyecto de novela corta que empecé en navidad y que recién concluyo.

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Kaede, en el tope de una torre del distrito de Shinjuku en Tokio.
Kaede, desnuda, desde el tope de una torre del distrito de Shinjuku en Tokio, observaba la ciudad ahogada en una gruesa niebla que la hacía desaparecer tras unos rascacielos. Estaba en el piso cuarenta y dos. Está en el piso cuarenta y dos de algún hotel que le han pagado. No pensaba—piensa—en nada. Sólo observa la ciudad, sólo la mira como si siempre hubiese estado ahí, como si se tratase de una pared. La llevaba—lleva—mirando por algunas horas. Esa tarde regresaría el equipo de filmación. Le vale un bledo.
¿Cómo tiene el rostro?
Me lo imagino cubierto por la misma bruma que se traga la ciudad. Una expresión adormecida, quizás drogada. Sí, está drogada. Está drogada y de su mano izquierda cuelga un cigarrillo que encendió hace algunos minutos pero del que no ha fumado. Se consume solo. Pronto las cenizas llegarán al filtro. O quizás ya habían llegado, y un montículo de sobras yacía sobre la alfombra.
Kaede no piensa en nada, aunque intenta—intentaba—recordar la primera vez que estuvo en ese hotel. Intentaba—intenta—recordar las líneas de aquella película, la primera. Poco a poco, cómo si se transmitieran a través de una línea de teléfono estropeada, le comienzan a llegar. Me imagino que en el vidrio puede verse, cual si se tratase de un televisor, deslizándose por la habitación vestida en aquella bella pieza que en el filme le había comprado la anciana millonaria; puede verse deteniéndose frente a la mujer y preguntándole que qué desea, y la mujer le dice que cante, y la personaje que Kaede actúa da un paso y se posiciona justo donde está la Kaede que me imagino y cierra los ojos y canta una canción.
¿Qué canta?
No sé.
Me imagino que el director de esa primerísima película le preguntó a Kaede que qué canción en inglés sabía. Kaede le contestó con un número de ellas. Sabía muchas, por supuesto.
Digamos que es Wild is the Wind, de Nina Simone.
Sí, digamos que canta a la Simone y la anciana millonaria la mira, y siente que se ahoga, y justo cuando va a comenzar a llorar, entra la otra actriz, la actriz que el director sí se llevó, la actriz que hoy en día ha salido en más de tres películas, y esta actriz abraza a la anciana millonaria y la besa en el cuello, y el personaje de Kaede, sin percatarse, continúa cantando, dándole todo lo que ella tiene a la señora, dándole todo lo que ella tiene al director, porque las dos pueden jurar—el personaje de Kaede y la Kaede joven que actúa—que ese es el día para el que se han estado preparando.
Tocan a la puerta y el ensueño se deshace. El de Kaede, no el mío. Espera que toquen una segunda, una tercera vez. Sólo entonces se dio la vuelta y caminó a la puerta. No se molestó en mirar por el ojal. Le quita el seguro, regresa a la cama y se sienta en una esquina. Aún está desnuda. Toma un segundo para que el estrépito del equipo de filmación entre y comiencen a acomodar las luces. Hablan entre ellos en japonés y coreano. Esta película la paga una casa productora de Seoul. En ningún momento le dicen nada a ella. Trabajan como si ella no existiese. Como si ese pequeñito cuerpo juvenil, desnudo, tan frágil, no estuviera. Cuando por fin lo hacen, cuando por fin lo hacen le dicen disculpa, puedes moverte, tenemos que cambiarle las corchas a la cama. Ella dice por supuesto, y sonríe por fuera.
Sonríe por fuera porque por adentro se pudre.
La otra actriz y el actor que saldrán en la peli están conversando entre ellos al lado del baño. Suenan de buen humor. El equipo coreano—este es el segundo día de filmación—es bastante amigable. Los actores hacen lo que hacen porque le gusta, o porque necesitan la paga. Kaede no. Kaede lo hace porque ya no le importa. Pero no puede quejarse.
La pornografía ya no es lo que antes. Si se queja demasiado la echarán. A ella y a las otras actrices que trabajan con el agente que le consigue los castings las tratan como princesas. El director la llama un segundo. La llama por otro nombre. Su nombre de actuación. No sé cuál. Me siento a observar pornos por internet intentando atrapar un atisbo de alguna muchacha en la que pueda encontrar una mirada quebrada, en la que pueda sentir ese aire de familiaridad y decir, esa es Kaede. Nunca la encuentro. Creo que Kaede no se encuentra tampoco. Creo que Kaede se mira en el vidrio una vez más y se dice que tras esa película se largará. Y se dice que le hace falta su padre, que le hace falta su madre, y aún no sabe que ésta murió, aún no lo sabe ni lo sabrá hasta que regrese a Kioto, hasta que la señora que cuida las aves se lo cuente y Kaede, sin saber qué hacer, como me contó Alice, se encierre con dos pinturas de su madre en una habitación y comience a escribir en sus diarios. Por más que intento no puedo imaginarme más. A veces me obligo a formular imágenes para ir con las historias de Alice; a veces me siento frente la computadora y busco retratos con los cuales construir a la hija del ornitólogo. Pero mis ejercicios fracasan, siempre, siempre. Puedo formular una, o dos escenas antes que el homúnculo que me imagino se transforme en Alice, y sea Alice la que está desnuda frente al vidrio, y sea Alice la que yace en la cama actuando un orgasmo mientras algún actor japonés o coreano se la coge, entonces siento que se me trinca el estómago, que se me revuelca la comida y corro al baño y me desdoblo frente al inodoro, en vómitos.

1 comentario:

Mara Pastor dijo...

epa. que bueno leerte. me extranjerizo contigo y asi nos familiarizamos. tambien en una ciudad magullando el lenguaje y encontrandome en el magulle. comprando cafes que no me tomo y sintiedome culpable por no poder hacer la rutina de traerme un termo y asi no desperdiciar tanto carton reciclado.