Para empezar no hay ninguna forma cultural pura, ni siquiera las religiosas. La cultura es un discurso, un lenguaje, y como tal no tiene principio ni fin y siempre está en transformación, ya que busca constantemente la manera de significar lo que no alcanza a significar. Es verdad que al ser comparado con otros discursos de importancia—el político, el económico, el social—, el discurso cultural es el que más se resiste al cambio. Su deseo intrínseco, puede decirse, es uno de conservación, puesto que está ligado al deseo ancestral de los grupos humanos de diferenciarse lo más posibles unos de otros.
La isla que se repite, Antonio Benítez Rojo
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