lunes, mayo 07, 2012

la escalera


La escalera se torció frente a él. Se hizo un espiral, una chorrera, un torbellino hecho de pequeñísimas vorágines ansiosas por consumirlo; y, al otro lado, llovía. Llovía un aguacero frío, aguacero hecho para darle fin al espeso calor que humedecía impregnablemente esas ocho de la noche. Llovía y él en chancletas, y él allí, frente a ese escalón, con todo puesto en su contra, a sus espaldas un espacio cálido, a sus espaldas una opción, un hueco que apuntaba a otra vida, pero insistía en la escalera, y esa insistencia surgía de su piel, no de un supuesto interior, pero sino de una pulsión en su piel que declaraba su existencia por primera vez, y, en su voz neonata le ordenaba a descender, a saltar, a desperdigarse por aquél acantilado, a alimentar el sinnúmero de fauces que esperaban, impávidas, por su banquete, por esa oportunidad de devorar las temporalidades paralelas que surgirían tan pronto él tomase la decisión. Y lo hizo. Dio el paso. Bajó la escalera casi corriendo. Abordó el automóvil.


Por la algarabía de la diluvio, no escuchó la puerta cerrarse detrás de él. 

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