Acá cuelgo mi columna de mañana, de la sección Buscapié de El Nuevo Día, 28 de noviembre del 2012. El link original lo podrán encontrar cliqueando aquí, una vez salga.
El nombre "independencia" [Saldrá en el periódico como 'Nuestra entelequia']
“Independencia” refiere al
horizonte moral de la gramática política puertorriqueña. “Independencia” figura como la Meca en los tiempos antes de Muhammad, un
edificio polisémico dentro del cual residen todas las demandas éticas y políticas, tanto
liberales como marxistas, tanto democráticas como socialistas. “Independencia” es la línea que marca el comienzo de la política y, como
tal, no necesita de mayores indagaciones, de mayores propuestas. Sólo varía el discurso
con respecto al medio, al vehículo para
llegar a esa raya.
“Independencia”, en los referéndums de estatus, queda como un recordatorio, como
trasnominación de una lucha histórica, como trazo de ese horizonte futuro, de ese “podemos ser
de otro modo”. A diferencia de las otras dos opciones, que siempre son
modificaciones al estatus actual—las ampliaciones soberanistas al ELA como pequeñas
alteraciones; la estadidad como evolución—“independencia” anida como promesa abierta, como claraboya de futuro; como
invitación al juego, a la literariedad.
Con la dilapidación de los
movimientos liberacionistas de las primeras cinco décadas de la
historia política de nuestra isla, para bien o para mal, nos quedó, en el
atalaya que vela por el horizonte, el Partido Independentista Puertorriqueño. Un partido
que referéndum tras referéndum ha construido plataforma tras plataforma sobre las
migajas semánticas (y moralistas) de la palabra en cuestión, pero que
nunca se ha preocupado por esbozar lo que reside al otro lado. Si el PIP
desease ser algo más que la tiendita que mantienen las grandes empresas para
sostener la falacia de competitividad, y cuya franquicia comienza a ser
amenazada por nuevos partidos que minan su discurso ético, es
imperativo que se atreva a visualizar ese futuro, y que invierta su tiempo
entre cuatrienios, además de en la recolección de firmas, en elaborar, promover, y no sólo explotar,
esta visión.
Como habrá dicho,
acertando, una escritora descartable a la que se le ha prestado demasiada
atención, la independencia puertorriqueña es una “entelequia”. Pero, “independencia” es y será siempre el
nombre de nuestra entelequia, la entelequia de un siglo que va tirando
para sus ciento quince años y no promete terminar.
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