Un río que pasa por entre una montaña y el mar--que no cupo en esta foto--en algún lugar de Tayrona. |
Se aproxima la primera hora del seis de enero del dos mil catorce y, en
algún lugar entre el whiskey y el galón de agua al que me entrego para evitar
una fausta mañana, intento conciliar o el sueño o el segundo capítulo de mi
nuevo proyecto de novela, pero no puedo hacer ninguno de los dos porque una
banda de vallenato toca en el edificio de al lado, dedicándole todas y cada una
de las canciones a los novios, para que sean felices, o a los novios, para que
tengan muchos hijos, o a los novios, para que tengan una primera noche que les
de bochorno a sus padres.
Hace poco aprendí, además, que el nombre vallenato viene de Valle Dupar
algo que parece obvio, pero no lo sabía. Igual un chiste: ¿cuál es el hijo de
la ballena? El vallenato. Da gracias, pero también da cocos, como bien se
podría decir empatándolo con otro chiste, que alguna vez me dijo aquella amiga
que conocí en STEP, que era un programa de entrenamiento de nuevos ingenieros y
que algo tenía que ver con la NASA y en el que yo fui el único que seguí una
carrera impráctica.
De Cartagena me quedan tres semanas y este pasado fin de semana lo pasé en
Rodadero, Santa Marta, y estoy a punto de recalentar una arepa con huevo que
compramos esta mañana, pero que no me comí. Por más que esté acá no puedo dejar
de pensar que la ciudad vieja de Cartagena es una conspiración para hacerme ver
el viejo San Juan con otros ojos, y que Rodadero no es sino el Boquerón de mi
niñez. Todo esto para decir que quizás Benítez Rojo tenía razón y que la isla
que se repite no tiene que ser isla, sino más que nada costa, y quizás así
mutatis mutandi... Claro, mantengamos las cosas claras, nada de esto tiene que
ver con mi isla, que es Caguas, que
es Bairoa, y Borinquen Pradera en la ruralía, y tíos carpinteros y ebanistas
que cantan décimas—ABBAACCDDC—que poco tiene
que ver con costas, pero podemos olvidarnos de ello y el hecho de que mientras
crecía sólo iba a la playa una vez al año y que viva el Caribe y la piña.
Tengamos esto por una nota y dejémoslo ahí inconcluso.
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