Esta columna fue publicada en el miércoles, 29 de enero del 2014 en El nuevo día.
Una vez un amigo brasileño me dijo que para saber qué opinaba gran parte de un país debía leer las secciones de comentarios de los periódicos y revistas de mayor circulación. Para él, la naturaleza abierta y desestructurada de la red ofrecía un vidrio apto para ver la fermentada psiquis de sus compatriotas.
Al principio, como toda sentencia “pop”, me pareció acertada. Después de todo, seguimos siendo primos de Zolá, y el pesimismo social se nos da como segunda naturaleza.
Entrar a la sección de comentarios de los artículos que leo por Internet termina siempre frustrándome y deseando que lo virtual fuese duro y que hubiese equivalente alguno a tirar la puerta o enganchar el teléfono de golpe.
Normalmente, las secciones de comentarios albergan las opiniones más retrógradas posibles. Casi siempre sigo leyendo porque no puedo creer la cantidad de personas que, opinando sobre un caso de violación o de un robo, terminan culpando a la víctima, o hasta defendiendo al agresor. A esto se le añade, a diario, los latigazos más fuertes de una homofobia tajante, que deja poco de espalda y mucho de sangre. Lo mismo con ese clasismo violento que atribuye todos los males de la sociedad a los menos pudientes, negándose radicalmente a ver la estructura que ahí los tiene.
En estos días, he comenzado a pensar que la premisa misma de la sentencia del brasileño estaba equivocada, que las secciones de comentarios dicen mucho menos de lo antes estipulado. En los 70, Jo Freeman argüía que, del mismo modo que no había objetividad periodística ni libertad de mercado, tampoco había tal cosa como un grupo desestructurado. En cualquier grupo abierto terminaba dominando una estructura informal en la que ciertas relaciones de poder eran invisibilizadas. Lo llamó “la tiranía de la falta de estructura”.
Algo similar ocurre en Internet. La naturaleza abierta y desestructurada de la Red no es sino un espejismo. Si insistimos en que los comentarios permiten ver algo, quizás podríamos concluir someramente que ese algo sólo es la cantidad de idiotas tiranos que tienen acceso a un teclado, y a una conexión de Internet, por supuesto.
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