En
términos generales, es inevitable que un escritor se haga un repertorio de
temas y palabras (que son en buena medida lo mismo) y que éstos vuelvan una y
otra vez, en distintas configuraciones. La combinatoria no se opone al anhelo
de novedad, de invención, sino que es la regla que lo mueve. Para el artista,
toda la innovación está en volver a crear sentido; y en que sea siempre otro sentido a aprtir de los mismos elementos, no de otros. Si se
permitiera a sí mismo la introducción de elementos distintos, correría peligro
la construcción de su mito personal y entraría en un diletantismo o en la mera
producción de obras e arte para consumo del público. (Por supuesto que la
diferencia, lo distinto, lo nuevo, lo inesperado, pueden ser también elementos
que entran en la combinatoria.....) [...] Aquí tocamos la definición misma del arte: es la configuración de los
elementos la que hacen arte, no los elementos en sí. La forma, no el contenido.
En realidad, es este mecanismo de combinatoria el que produce la repartición
forma/contenido.
Quizás
aquí, como en tantos otros puntos, habría que tomar en cuenta la diferencia
entre el escritor que empieza a escribir y el que sigue escribiendo. Los
elementos que constituyen la combinatoria en cuya recurrencia el escritor
encuentra el modo de persistir, aparecieron una primera vez, la vez de la
invención. Ese momento, 'la invención del contenido', es único, no se repite.
La obra está hecha desde el comienzo. La repetición perfecta, por más que se
busque toda la vida, es imposible: la combinatoria, el juego de la forma, toma
su lugar. Claro que la forma va creando su propio contenido, y así es como el
escritor revive a lo largo de toda su vida su origen: su vida es su mito de
origen.
César Aira, Alejandra Pizarnik (1998)
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