Esta columna apareció el miércoles 22 de abril del 2015 en El Nuevo Día.
La primera mitad de la sesión de “concientización” financiera a recién graduados, de cómo pagar nuestra deuda estudiantil, pasó sin grandes sobresaltos. Sin embargo, a mitad de charla, mientras detallaba vías para apelar la posibilidad de la incapacidad de pago, el tono cambió. El flaquísimo facilitador sureño se volvió algo agresivo, y se interrumpió para decir que, pasase lo que pasase, “teníamos” que pagar nuestras deudas. No podíamos “no” hacerlo.
Hubo un silencio y el hombre continuó: tal vez algún día nos encontrásemos con problemas de salud, familiares, o laborales. Sin duda, estos reclamarían nuestros recursos. Pero nuestra responsabilidad primera, dijo, como si se sincerase, era para con la deuda. Una deuda, concluyó, “como bien sabíamos”, es una promesa, y si éstas no se cumpliesen, no habría sociedad.
Una estudiante, una pelinegra con “piercing” en la nariz, levantó la mano, y, tartamudeando un poco, comentó que el primer préstamo estudiantil de muchos allí databa a cuando apenas tenían diecisiete años, por lo que era algo políticamente incorrecto recurrir al lenguaje de la culpa en una orientación oficial. El hombre se disculpó por el malentendido, y aclaró que no quería entrar en discusiones políticas. De hecho, dijo, no hablaba de política, sino de nuestra obligación natural para con la sociedad.
La estudiante miró a su alrededor, como si buscase aliados. Al ver que nadie más decía nada, se paró, e interrumpió al hombre nuevamente, ahora sin titubear. Dijo que no había nada natural en la deuda, nada natural en tener que endeudarse, que lo único natural en todo aquel salón era la ensalada que nos ofrecían como parte del almuerzo que acompañaba la sesión, y quizás ni eso.
Alguien en la sala se rió. Siguió un silencio tenso, interrumpido sólo cuando una de las organizadoras declaró un receso. Miré, casi por instinto, a la ensalada en la mesa. A diferencia de las otras bandejas, estaba intacta: las hojas de lechuga, los rojos tomates, las julianas de pimientos dorados.
La primera mitad de la sesión de “concientización” financiera a recién graduados, de cómo pagar nuestra deuda estudiantil, pasó sin grandes sobresaltos. Sin embargo, a mitad de charla, mientras detallaba vías para apelar la posibilidad de la incapacidad de pago, el tono cambió. El flaquísimo facilitador sureño se volvió algo agresivo, y se interrumpió para decir que, pasase lo que pasase, “teníamos” que pagar nuestras deudas. No podíamos “no” hacerlo.
Hubo un silencio y el hombre continuó: tal vez algún día nos encontrásemos con problemas de salud, familiares, o laborales. Sin duda, estos reclamarían nuestros recursos. Pero nuestra responsabilidad primera, dijo, como si se sincerase, era para con la deuda. Una deuda, concluyó, “como bien sabíamos”, es una promesa, y si éstas no se cumpliesen, no habría sociedad.
Una estudiante, una pelinegra con “piercing” en la nariz, levantó la mano, y, tartamudeando un poco, comentó que el primer préstamo estudiantil de muchos allí databa a cuando apenas tenían diecisiete años, por lo que era algo políticamente incorrecto recurrir al lenguaje de la culpa en una orientación oficial. El hombre se disculpó por el malentendido, y aclaró que no quería entrar en discusiones políticas. De hecho, dijo, no hablaba de política, sino de nuestra obligación natural para con la sociedad.
La estudiante miró a su alrededor, como si buscase aliados. Al ver que nadie más decía nada, se paró, e interrumpió al hombre nuevamente, ahora sin titubear. Dijo que no había nada natural en la deuda, nada natural en tener que endeudarse, que lo único natural en todo aquel salón era la ensalada que nos ofrecían como parte del almuerzo que acompañaba la sesión, y quizás ni eso.
Alguien en la sala se rió. Siguió un silencio tenso, interrumpido sólo cuando una de las organizadoras declaró un receso. Miré, casi por instinto, a la ensalada en la mesa. A diferencia de las otras bandejas, estaba intacta: las hojas de lechuga, los rojos tomates, las julianas de pimientos dorados.
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