lecturas sueltas de esta semana
1. El estado de la cultura 10.Ignacio Sánchez Prado, en HORIZONTAL.
La revista Horizontal, de México,
lleva un tiempo publicando una serie de “entrevistas” (o de cuestionarios), a
una variedad de críticos de la cultura. El número diez le tocó al crítico
mexicano Ignacio Sánchez Prado, quien no sólo es un lector increíble sino
también un amigo. Sus respuestas todas anuncian el tipo de trabajo crítico e
intelectual que lleva a cabo—un enfoque a lo institucional en el arte, sea cual
sea, y a la lectura cuidadosa de obras y contextos, etcétera. Entre sus
respuestas, la más que me gustó, y que me parece apta, es la que le da a la
pregunta de “¿Tiene sentido todavía la dicotomía entre ‘alta cultura’ y ‘cultura
de masas’? ¿Por qué?”. Esta pregunta normalmente es despachada de un manotazo
fundado en un populismo que se canta democrático y que aplana tales
distinciones de un modo que mucho tiene de político, pero muy poco de
descripción real de las prácticas y objetos culturales. Nacho, por el otro
lado, la responde de otro modo: la distinción entre “alta cultura” y “cultura
de masas’, dice,
Tiene sentido en
la medida en que la distinción refiere a medios distintos y a prácticas
sociales distintas. Pero no la tiene como criterio de valor, porque no hay
relación necesaria entre un género o medio específico y el valor o densidad
estéticos. Si se hace un mapa al vuelo de la cultura norteamericana actual y
sus producciones más valiosas, uno puede por supuesto citar literatura
experimental (como la novelística de Tom McCarthy o la poesía de Charles
Bernstein), pero también importan libros de circulación masiva, como Gone
Girl, que es una gran novela sobre la crisis económica de 2008 y que
fue llevada por David Fincher al cine.
Aunque parecería ser un gesto
sencillo, el constatar la diferenciación en tanto prácticas e instituciones
entre distintos modos de cultura, hace posible un estudio de objetos culturales
“populares” que no cae en el populismo, o en la batata moralista de la lectura
recia de los peores tipos de cultural studies (representations of x and y in w
and z). Creo que el mejor ejemplo de esto lo lleva a cabo en su libro Screening Neoliberalism, que estudia el
desarrollo de la comedia romántica en México institucional y artísticamente. Lo
chévere de las lecturas de Nacho, es que tienen sentido tanto para críticos
como para creadores. Es decir, leyendo crítica literaria (que es la que me
interesa normalmente) muchas veces me encuentro con argumentos que, en tanto
académico, me hacen sentido; pero en tanto creador, me hacen pensar que el
crítico en cuestión no entiende la
literatura en tanto práctica o institución artística inserta en tradiciones,
redes sociales, etcétera. Acá Nacho explica más abstractamente su comentario en
torno a “alta cultura” y “cultura de masas”:
Dicho esto, me parece esencial observar
que, si se toma en serio la idea de que tanto la “alta cultura” como la
“cultura de masas” producen registros estéticos importantes, hay dos
consecuencias inescapables. La primera es que, como críticos de la cultura,
tenemos la obligación de entenderlas todas y no operar desde descalificaciones
a priori de prácticas completas (como sucede con frecuencia con el “arte
contemporáneo”). Todas las prácticas y medios tienen practicantes brillantes y
mediocres, pero juzgar la práctica entera basados en lo mediocre es equivocado
e, incluso, deshonesto. Si yo dijera que la poesía mexicana debe tirarse a la
basura toda porque la mayoría de sus poemarios son malos, narcisistas,
aburridos o lo que sea, se pegaría un grito en el cielo. Pero hay gente muy cómoda
diciendo que el arte contemporáneo no sirve porque hay artistas que hacen
bobadas en museos. El crítico serio de la producción actual no puede darse el
lujo de ser prejuiciado.
La segunda consecuencia, difícil de aceptar
para muchos, es que nadie puede llamarse a sí mismo una persona culta si solo
conoce la alta cultura. El ser “culto” en nuestros días es más difícil que
antes porque hay muchos más géneros que atender (muchos de ellos en la cultura
de masas) y una persona que no ve televisión o que no conoce la música pop no
es más culta que una persona que no lee literatura o que no le gusta la ópera.
Yo creo que a aquellos que tenemos el privilegio (porque ser culto es un
privilegio de clase en una sociedad tremendamente desigual de la que nos beneficiamos
nos guste o no) de acceder a la cultura tenemos la obligación de conocerla tout
court, sin la coartada de nuestros prejuicios o sensibilidades. Si algo nos
enseñaron los estudios culturales, tan denostados en nuestro país por lo mal
entendidos y estudiados que han sido en el medio literario, es precisamente que
el culturalismo no es un relativismo. Más bien, tenemos que conocer todo lo que
se produce para de ahí poder valorar.
2.The Gunshot Concert, por David Marcus, en DISSENT.
En este breve ensayo que sirvió de introducción a un número
de DISSENT sobre literatura y política, David Marcus lleva a cabo un esbozo
rápido de la relación entre literatura y política. Comienza, por eso del gancho, llevándonos al París del 1935, en el que, ante la amenaza presentada por
la ascendencia NAZI, se celebró el Primer Congreso Internacional de Escritores por
la Defensa de la Cultura. El congreso atrajo a un ramillete de más de doscientos
y pico de escritores de casi treinta y tantos países a la sala de la Maison de
la Mutualité a disertar en torno a asuntos como “el rol del autor en la
sociedad”. Ellos también buscaban, a grandes rasgos, pensar la relación entre
literatura y política. Imagino que el congreso fue sendo party de sentencias y
grandes palabrotas, asistido por Anna Seghers, Bretcht, Robert Musil, E.M Forster,
Victor Serge, Breton y Eluard, los surrealistas, etcétera. Según Marcus, el asunto “lasted five days and
its speeches tallied to several hundred pages. Its aim was to turn the cultural
philistinism of the Second International on its head—to demonstrate how
literature and politics were entwined—and it concluded with Gide’s spirited
call to arms: his demand for a new littérature engagée to seed
a world revolution”.
En el congreso, se tocaron muchos de los puntos inevitables en
tal discusión, y muchas de las respuestas que escuchamos aun hoy en día. Gidé y
muchos escritores del congreso, nos dice el autor, coincidieron en que la
novela debía ser el sitio de la crítica social—“a kind of hybrid of Marcist
political economy and Victorian social realism that we often now call the ‘social
novel’ (or sometimes the ‘naturalist novel’)”. Mientras, los surrealistas
insistieron que lo radical de la literautra se hallaba en lo cortante de una
expresión que revelaba lo absurdo de la vida cotidiana, y no tanto en su
capacidad de representación. A estos dos, Marcus le añade la novela política a
la Malraux o Hemingway, una novela política que no estaba comprometida con una
ideología en particular, pero que narraba el camino hacia una: “they documented
the drama and traumas of radicalization: the heated escitement and numerous
dissapointments of political action”.
Marcus continúa diciendo que si hay mucha literatura a la Gidé
y a la los surrealistas, no hay tantas al estilo de Malraux y Hemingway. Habla,
por supuesto, de la literatura estadounidense, de la cual dice: “With rare
exceptions, contemporary American literatura has limited itself to sociological
inquiry or formalist experiment instead of mining the murky depths of political
commitment”. Esto quizás sea el resultado de los fracasos que nos legaron Dos
Passos, Mary McCarthy, Saul Bellow y Ralph Ellison. Tras los fracasos de la posguerra, “the novel
was now an atlas of self-doubt and abnegation. Rather than narratives of
radicalization, we now had dramas of disillusionment: declarations of political
independence. As Lionel Trilling put it in his own novel of midcentury
disillusion, life in America was “no longer a matter of politics.”” Ante
este panorama, Marcus presenta una serie de preguntas que no busca responder él,
pero se las deja a los autores que participan en el número—hace unas semanas
comenté uno de estos, el ensayo de Niki Saval sobre la novela de la oficina
estadounidense. El número entero es buenísimo.
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