La fuga del italiano Andrea Granchi. |
Le volví a preguntar. Y resultó que sí, en algún momento entre agosto y septiembre, la doña decidió darle fin a una tradición que, en su familia, era ya más maña que discurso, más costumbre que ideología, un hábito que databa más de cincuenta años y se remontaba a alguna tarde en que Muñoz Marín entregó una parcela a un padre con un platanal de hijos.
No era que la persuadieron, ni que le llegaron las palabras del candidato. De hecho, era simplemente que “estaba harta”. No importaba que ganara su candidato, dijo, “como quiera no va a incumbir quién gobierne, por la Junta esa”. Así que, “que se chaven los de siempre”, remató.
Más o menos entre esos meses en los que decidió quebrar con la costumbre populete, estuve siguiendo por Facebook a unas cuantas personas que, ya fuera en el Campamento contra la Junta, en el piquete del 31 de agosto en Condado, u otras protestas, iban transformando la mera curiosidad, o la perreta virtual en acto, poco a poco articulando una nueva serie de prácticas, nuevas mañas para una nueva época.
No importaba que duraran lo que la marcha o la foto, o si marcaron el comienzo de una nueva rutina manifestante. Lo que sí importa es que, como en el caso de la señora, implicaron una interrupción a la monotonía, un corto circuito a la mala costumbre que muchos coincidimos no puede continuar y, por lo tanto, la apertura de una línea de fuga.
Es cierto que toda línea de fuga es ambivalente, potencia que tumba o se descarrila, pero aun así es fuga y eso, de por sí, es avance.