Hoy en el diario argentino Clarín salió una crónica/relato de no-ficción en la que expando sobre un tema que exploré en mi última novelita, aún inédita--el trabajo como captura, como narrativa que deshumaniza. Si yo hubiera podido ponerle el título, le habría llamado "El expolio", pero las leyes del clickbait funcionan de otra manera.
El hombre me dice que su único familiar, su nieto ha muerto. Lo han atropellado, me aclara. Tartamudea: “Han atropellado a mi nietito”.
Cierro los ojos y me acomodo los espejuelos y el auricular a través del cual conversamos. Le doy mi pésame como por instinto y le pregunto que cómo se llamaba el nene. Lo escucho sorber. Primero pienso que bebe café, porque aún no son las ocho y media de la mañana. Muy pronto se me ocurre que llora.
Miro sobre mi hombro, veo a la jefa de nuestro grupo de ventas, e inmediatamente recurro a La Biblia, el manual gigante encuadernado con argollas que nos da la Compañía. Durante el entrenamiento de nuevos vendedores nos dijeron que allí se hallarían casi todas las situaciones en que podría encontrarse un “telemarketer”. Los encabezamientos están en mayúsculas y en negrillas e indican la situación. Están clasificadas por palabras claves, como un diccionario. Al identificarse la que se busca, se encuentra un pequeño guión que ayuda a los vendedores a manejar la situación. Busco LUTO pero no la encuentro. Cierro el cartapacio.
El hombre me dice el nombre del niño y que tenía nueve años. Vuelve a repetir que lo han atropellado. Que fue un vécino. Que fue un accidente. Se le rompe la voz y escucho una arcada como la que precede un vómito, pero lo que sigue no es el sonido de un estómago esplayándose, sino el gemido más triste del mundo.
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