Confieso que es la
primera vez que regreso a la isla después del huracán. También que, cuando me
levanté el segundo día y salí a caminar por el patio de la casa de mis papás,
olvidé los estragos de las ráfagas, los videos, los zapatos frente al Capitolio
y, con ellos, nuestros muertos. No fue un olvido intencional sino una de esas
lagunas a las que te empuja a fuerza la cotidianidad. Lo olvidé todo y, aunque
me pregunté por el palo de guayabas que ya no estaba, hice un repaso de los otros
y noté que allí seguían, verdes. Me tomó un segundo registrar que, entre el
muro de contención que aguanta el monte y el de propiedad que marca el
vecindario, detrás de los otros árboles y al fondo del patio, algo sucedía con
el limonero.
El palo de limón lo
sembraron antes de que me fuera. Pero a través de lo que ya va haciéndose una
década de regresos intermitentes e imposibles, lo he visto crecer. Cada vez que
vuelvo, salgo a coger los limones verdes y duros que produce y los exprimo a la
docena hasta sacarles el poco jugo que insisten en ofrecer y que siempre me ha
parecido una prueba fehaciente del carácter voluntarioso de la vida vegetal.
El limonero estaba seco.
A primera vista, sus ramas se expandían en todas las direcciones, fuertes. Pero
no tenían ni una hoja. Toqué una rama y pude romperla sin esfuerzo. ¿Qué le
pasó?, me pregunté y, al instante, noté que si las ramas permanecían en su
lugar era porque alguien—mi padre, supongo—les había armado un exoesqueleto de
alambres y sogas finitas que las mantenían en su lugar. Tracé el armatoste
hasta el tronco y de ahí otra vez hacia las ramas más extensas. En la punta de
una, anunciándose futuro, vi dos hojitas verdes renacer.
“María”, me dije, como
explicándomelo y me sentí profundamente culpable.
Desde entonces encuentro
ese limonero en todos lados; en los letreros aún caídos, en los postes inclinados,
en las anécdotas de mis familiares. A primera vista, uno parecería ver el mundo
antes de María, pero uno no hace más que acercarse y nota los alambres y soguitas
que lo sostienen todo, evitando el desplome.