miércoles, mayo 28, 2008

verano, 2: Santa Rita, copy-paste

1.

Creo que fue en Saqueos o en La ciudad infinita que Dorian Lugo escribió—no recuerdo si hablando de San Juan o Río Piedras en específico—que era una ciudad, o barrio, que podría pertenecer a cualquier parte de Puerto Rico. Calles fracturadas, edificios desparramados, casas pequeñas apretadas entre gigantescas acumulaciones de bloques y pintura; la plaga de gatos, los carros alineados en los dos extremos de la brea, sus gomas rompiendo el flujo de basura por las cunetas. Uno que otro vagabundo—o la señora de Santa Rita que vive en su Toyota Tercel blanco en la calle Manila—trotando día y noche, pidiendo dinero, el calor intenso pariendo espejismos… Recuerdo estar extremadamente de acuerdo.

Lo único que diferencia a Santa Rita de Santa Quéseyo de Pueblo Fulano es su aproximación a un recinto universitario—y más aún, que este es el principal de la Isla. Lo cual afecta su condition-mundane. El exceso de ojos estudiantiles que entran y participan en el Aula—el estudiante artista, encima de todos los demás—la altera, la morfa, la cambia. Los trabajos de fotografías de los estudiantes de arte, los photo-boards y los cortometrajes de los estudiantes de Comunicaciones, los settings de los escritos de los estudiantes de diferentes cursos de escritura creative writing ahogan a Santa Rita. La sobre-exponen.

Y esta sobre-exposición la hipervisibiliza, y esta visibilidad—de aquí abandono a Dorian y entro en Eduardo Lalo—extrema y cegadora permite el no-pensamiento. Lo que importa es estar aquí, el artículo genuino que se ha convertido en copia de sí mismo, en parodia sin ironía, en fealdad. Tanto el exceso como la falta de mirada, crean la condición invisible.

2. Todo esto para decir que desde ayer estoy en la Santa Rita hipervisible-invisible. Esta mañana, de camino a la universidad, conté tres personas en el Recinto. Claro, sólo bordeé la Torre, para llegar a la biblioteca de música, pero no importa. Tres personas en mi lado del recinto. Es extraño. Igual de extraño que cuando anoche salí a dar una vuelta—el apartamento me asfixiaba, y no encuentro la manera de librarme del sexteto de mosquitos que se han establecido en mi sala y que me está torturando con besos picantes—y apenas vi un alma. Incluyendo los bums, no vi a ninguno. Y este abandono me preocupó un poco, aunque no me detuvo. Hace poco un cabrón abofeteó a una amiga y le robó el celular, en pleno día. La semana pasada, otro par de pendejos asaltó a una anciana en la parada de guaguas. Y hace algunos meses, le robaron el radio del auto de mi novia. Digo, no tenía nada valioso encima. El celular y las llaves del apartamento. Recuerdo que lo dejé todo por esa misma razón. Luego me arrepentí, pensando que si me asaltaban y me robaban el celular y las llaves, no tendría monedas para pagar un teléfono público. Sí, en eso pensé como por treinta minutos. Esos fueron los primeros pensamientos—y eso, que salía además con la excusa de pensar un poco los tres capítulos que estoy editando—, los segundos fueron considerando la posibilidad que me asaltasen una tarde que anduviera con la computadora. Eso es peor. Me da pavor. No podría vivir si me robasen la laptop. Tengo aquí todo mi trabajo. Dejé de pensar en ello al rato, por miedo a tentar al diablo, como no dice mi abuela, sino su vecina.

Odio, a veces, ser tan pendejo. Y por pendejo, me refiero a indefenso. Y por indefenso, me refiero a limitado a pelear con mis cuatro extremidades. Tener una pistola, creo yo, sería demasiada tentación para matar a gente que no necesita morir. Tener una cuchilla me daría la oportunidad de apuñalar un gato, lo cual no quiero hacer. Un taser, sería demasiado divertido; y pepper spray, no creo que me sirva para nada. La mejor opción sería poder volar. Sí, poder volar por alguna metida de pata genética. Volar lo suficientemente alto para estar sobre el edificio más alto de Santa Rita—lo suficientemente lejos del sol para no imitar a Don Ícaro. [Creo que el edificio más alto de Santa Rita es dónde vive Astrid; o tal vez, es Torre Norte. Ahora no sé.] Volar, sí, sí, cursi, lo sé. Pero sólo desde ahí podría andar en un territorio virgen, estando en Santa Rita. A menos que algún estudiante de fotografía se me haya adelantado y haya hecho una serie de “fotografías citadinas desde el aire”. Eso me jodería los planes. Eso me quitaría las ganas de volar, y me dejaría sólo las de ser invisible.

2 comentarios:

Ana dijo...

Volar... creo que cada día más queremos hacerlo.
O quizá practicar mimetismo.

Mariana dijo...

La manera que retratas Río Piedras me encanta, después de tantos años ahí, uno se da cuenta de cuán único es, con todas sus particularidades y características, aunque no del todo buenas... y tu "paranoia" me causa mucha gracia, pero es porque tienes buena razón para sentirte así. :-)