jueves, mayo 29, 2008

verano, 3: elegía por el manuel

Es jueves y no tengo internet. Es de las pocas cosas que me molestan de vivir en Santa Rita, de tener un budget tan apretado. Y lo necesario que es, el Internet. Algunas personas pueden hacer sin él, pero yo llevo conectado desde el mil novecientos noventa y cuatro. Lo vi crecer, como quien dice. Es de esos beneficios—maldiciones—que vienen y van con que tu padre haya sido uno de los encargados de crear las redes de comunicación locales. Lo sigo viendo acrecer, al Internet, digo, con cierto aprecio. Pero de eso no hablaré hoy.
Estoy encajado en mi apartamento minúsculo y el clima sigue jodiéndome. Está nublado desde esta mañana. Un relámpago y trueno rompe cada hora y pico, pero no avanza a llover. Por lo cual, no puedo salir—arriesgarme—y tirarme para la universidad con la laptop.
Saqué dos libros para leer—tres, si no olvido a la Srta. Virginia Woolf—y los puse frente al sofá. No sé qué me pasa últimamente, que no me puedo concentrar en nada. En ningún libro, quiero decir. En casa de mi suegro, leí las primeras cincuenta o sesenta páginas de casi ocho libros—de Bariloche, de Neumann; de Sabrina Love, de Mairal, y de El susurro de la mujer ballena del peruano de pelo blanco, cuyo nombre olvido. Todos me parecieron interesantes, pero ninguno me cautivó. Me molesta, me molesta esa chapusería de mi parte.
Kafka on the Shore, de Haruki Murakami y No todas las suecas son rubias de Manuel Abreu Adorno. El de Murakami lo leí hace algunos años, cuando recién salió—entre él y Dave Duncan (escritor de fantasía canadiense) son los únicos autores que sigo con el fervor de los lectores de Harry Potter—pero últimamente, he estado releyendo sus trabajos. Los cortos primeros, claro, pero no recuerdo muchas cosas de este, que es uno de sus dos épicos, y pues, me dio ganas. El otro, el de Abreu Adorno, lo he leído en partes.
Lo comencé a leer hace algunos meses, y leí las primeras dos partes. Lo abandoné. Leí la primera parte, y la última. Me falta una del medio. ¿Por qué este brincoteo constante? Ni idea. Hay algo de Abreu Adorno que me da una nostalgia terrible. Creo que es su persona. O lo que representa. He leído algunos cuentos de Llegaron los hippies, pero han sido fotocopiados. No he conseguido la dichosa colección. Y me siento obligado a buscarla. Creo que Manuel murió demasiado joven. Creo que Manuel, si hubiese vivido, hubiese llevado la literatura puertorriqueña hacia otra ruta.
Irónico, que los dos autores que considero más innovadores en las letras isleñas de los pasados treinta años, hayan muerto jóvenes, y los dos se llamen Manuel. Manuel Ramos Otero murió a los cuarenta y tanto, entiendo yo, y de Sida. Sin embargo, publicó una serie de obras respetables. Me pregunto qué hubiese hecho con veinte años más. Dónde estaríamos. Quiénes escribirían. ¿Nos hubiésemos librados del maldito insularismo que se traga todo lo que escribe aquí? ¿De las cadenas que nos mantienen encerrados como un laberinto al minotauro? Ni idea.
Pero Ramos Otero tuvo tiempo. Demasiado poco, estoy de acuerdo. Cuarenta años de vida no son suficientes. Mucho menos para un escritor de su talla. Pero aún así, tuvo tiempo para parir. Tomó las tradiciones locales y las destartaló. Creo nuevas técnicas, bregó con nuevas ideas. Refrescó la literatura.
Abreu Adorno iba por otro lado. Llevaba la literatura por carreteras diferentes. Hacía otra cosa, menos desarrollada que la de Ramos Otero, pero igual de innovadora. No sé mucho de su biografía, más allá de que si que murió demasiado joven. A los veintinueve años. ¡29! ¿De qué murió? No tengo la menor idea. Publicó dos libros y un poemario. Se fue a París, obviamente detrás del romanticismo del escritor latinoamericano exiliado, y lo vivió, de cierto modo. Sobrevivía escribiendo para diarios de aquí, desde allá; haciendo traducciones, cuidando niños. Y No todas las suecas son rubias es el resultado de ello. Es un tipo de historia cómo Rayuela, pero jamás tan inmensa. Me refiero en la historia, apenas. O tal vez, en el setting parisino. Un personaje casi biográfico—un poco más viejo, más calvo, más pipón—y una sueca, no tan rubia. El prólogo de esta única edición de la novela lo hace un amigo suyo, Saúl Yurkievich. Y es éste prólogo lo único que sé de la vida de Abreu Adorno. En otras palabras, conozco a este Manuel como personaje de Yurkievich. Y es un personaje que me encanta.
Se conocieron antes de que el difunto se instalara en París, cuando vivía aún en Barcelona, en el año setenta y siete. Un editor le dio a Yurkievich un poemario de Manuel, que le impactó y que llama un pasaporte literario, su mejor santo y seña. Luego, cuando Manuel publicó, en Ediciones Huracán, en Puerto Rico, Llegaron los Hippies, Yurkeviech hizo hincapié de que estaba frente a un posible gran escritor. Dice Manuel pertenecía plenamente, o sea con gusto y conciencia, a la generación pluricultural y políglota, la de los rockers y salseros, la de las grandes urbes, la cineasta y televisiva, la de los mochileros en blue jeans, familiares de los aeropuertos, la de otros viajes, los narcóticos como evasión al mundo inhabitable, de la desesperanza yla desesperación por el mundo inhabitable, de la desesperanza y la desesperación por el generadas, la de los rebeldes con causa que reivindicaban su latinoamericanidad. Reivindican nuestra América sin lastres nativistas, asumiendo la circunstancia histórica, aceptando el condicionamiento real de sus países sin renuncias a la utopía liberadora, tratando de reconvertir la mixtura, la hibrides y la dependencia positiva en efectividad literaria, en catapulta de lanzamiento artístico.
En vida, Manuel sólo publicó Llegaron los hippies, que cuenta Yurkievich que dejó impactado a Julio Cortazar al punto de que siempre que se reunían, el autor de Rayuela se descubría hablando de algún cuento de dicha colección. Ya para ese entonces, Manuel había entrado al famosísimo editorial Seix Barral con una novela que se llamaría Elegía por Eleanor Rugby, pero—parece que la mala suerte persigue a los Manueles—en ese momento la situación editorial en España cayó en crisis, y la editorial osó por abandonar el proyecto. Buena novelería, injustamente silenciasa, dice Yurkievich.
Este próximo párrafo los transcribo literalmente desde el libro, porque no hay mejor forma para describir el tipo de escritor que era Manuel, un escritor seguro de su talento: Manuel sufrió no tanto la incomprensión de los editores como la crisis editorial que, a partir del ochenta, no hizo más que agravarse. Manuel no conseguía resignarse a ese relegamiento forzoso, a esa inexistencia pública que puso a prueba su vocación. Víctima en parte de su precocidad literaria, que le acortó el período de aprendizaje y le proporcionó un comienzo auspicioso, creyó que la literatura, como para Mario Vargas Llosa, sería para él ininterrumpido ascenso, hasta que conoció el sabor amargo de la exclusión. No obstante, con resentida terquedad, siguió escribiendo. Alternó la redacción de su tesis doctoral sobre el barroco en la actual literatura caribeña, que preparaba bajo mi dirección, con la de su última novela. Terminó de escribir la tesis en la víspera de su muerte.
La novela, No todas las suecas son rubias, se publicó siete años después de su muerte. Su muerte anónima, para mí. Su muerte misteriosa. Su muerte profética. Me pregunto cuántos manuscritos más quedan de Manuel por ahí. Entre las cajas de cosas que deben estar dormidas en los brazos de algún familiar desconocido, despreocupado, y lo suficientemente egoísta para mantenerlos encerrados entre cartón.
Si hubiesen vivido, digo yo. Si hubiesen llegado, por lo menos, hasta mediados de los noventa, ¿dónde estaríamos parados? ¿Qué tan lejos? Creo que los dos Manuel—Ramos Otero y Abreu Adorno—tenían las claves necesarias, e intentaron apuntarnos hacia una dirección innovadora, que pensé hasta hace poco se había abandonado. Hay algunas esperanzas, pienso yo. Hay algunas novelas que se han publicado desde la muerte de los manueles que valen la pena, que son fuertes, que siguen—consciente o inconscientemente—esas líneas que estos hilvanaron.
Desafortunadamente, son muy pocas.

***
Valió la pena sentarme a escribir. Ha salido el sol.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Oye, me contarn que Manuel Abreu Adorno se suicidó porque aparentemente le dio Sida. Eso me dijeron, yo también comparto tu admiración por Manuel.

Anónimo dijo...

"Creo que Manuel, si hubiese vivido, hubiese llevado la literatura puertorriqueña hacia otra ruta".

Lo mismo digo yo.

Acerca del comentario sobre la muerte de Abreu: si te contaron, que te digan de dónde sacaron la información. Por alguna razón dudo que esa haya sido la causa.

Hice mi tesina sobre Abreu Adorno y creo que el único dato biográfico que me faltó sobre él fue la razón de su muerte.
¡Qué pérdida para nuestra literatura!

Sergio Gutiérrez Negrón dijo...

Gracias por el comentario. Otra persona me dio otra teoría acerca de su muerte. Me dijeron que algo de una infección celebral, o algo así. Y otro me dijo que de pulmonía. Ya no sé qué creer.

Saludos.

Anónimo dijo...

N.O.N. Lo de Manuel me lo dijo una profesora que me da clases en La Católica. Según ella, el dato se lo dio José Luis Vega. Un escritor puertorriqueño(J.C. Rueda), igualmente me dijo que Manuel se suicidó. Yo soy un fan de Abreu Adorno. De hecho, es mi escritor puertorriqueño favorito, y pienso que si no hubiese muerto la literatura puertorriqueña sería otra y él sería tal vez el único escritor puertorriqueño conocido internacionalmente. Sólo espero que algún día publiquen "Elegía a Eleanor Rigby o el día en que mataron a..." Yo sería el primero en comprarla. Ah, y que re-editen "Llegaron los hippies y otros cuentos", es uno de los mejores libros de cuentos que he leído y sólo lo tengo fotocopiado.

Saludos

Anónimo dijo...

Ninguno de estos comentarios acerca de su muerte es correcto. Antes de difamar con rumores estupidos trasladados de boca en boca de profesores o estudiantes ajenos a el, no es justo para su legado el que asuman estas razones incorrectas acerca de su muerte. Si le admiran tanto, sean justos en aceptar su muerte como un "mistero" al cual solo los cercanos a el conocen su motivo. No hay nada que ocultar mas que Manuel dislumbra en el cielo y vive a traves de sus letras.