domingo, noviembre 23, 2008

cita: entre el sentimiento y la articulación, dice un personaje de Auster

El idioma nunca ha sido accesible para mí de la misma manera que lo fue para Sachs. Estoy separado de mis propios pensamientos por un muro, atrapado en una tierra de nadie entre el sentimiento y la articulación, y por mucho que trate de expresarme, nunca logro algo más que un confuso tartamudeo.

Paul Auster, Leviatán (de la traducción de Maribel de Juan, que es la que tengo a mano)

sábado, noviembre 22, 2008

otoño, 11: Orwell


1.
Existen escritores y existen diarios. Existen escritores con diarios y diarios de escritores. Existen escritores que escriben diarios, diarios que son escritos por escritores, y diarios en los que escriben escritores. El punto es que ambos existen. Los diarios y los escritores. También existe George Orwell. O existió (la actualidad de su existencia depende en tu creencia religiosa.). Y George Orwell escribió libros, algunos, varios, muchos, tal vez pocos. Sólo leí el Animal Farm y 1984.
George—cuyo nombre real era Eric Blair—escribió un diario.
O mantuvo diario, no sé cómo se conjuga la acción.
Por ende, Orwell (escritor) y Diario de Orwell (diario de escritor).
2.
Me recuerdo prepa en la universidad, mi cara manchada con los primeros destellos de una barba negra, mi cabeza recién salida de doce años de academia católica devorando todo el material que me llegaba a los costados. Me recuerdo entrando a una que otra reunión-slash-piquete de la UJS. Me recuerdo infatuado con la figura del Ché por algunas semanas—cómo evitarlo. Me recuerdo leyendo los diarios del mencionado (diario de guerrillero, no guerrillero con diario), leyendo una biografía de Fidel, me recuerdo intentando marcar bien mis pasos de tango con mi descubrimiento de la izquierda socialista militante puño-arriba, himno original de Lolita guindando de los labios. Me recuerdo a amiga libanesa Zeta prestándome el libro de 1984, creo que era de Signet Classics, la edición que me dio. Blanquito. Un punto negro, unas vainas azules alrededor. Algunos años antes había leído Fahrenheit 451 de Bradbury y era de mis libros favoritos, semanas antes había leído Brave New World del autor ese cuyo apellido jamás deletreo bien pero que empieza con H. No los menciono por pintarme de leído, sino para explicarle el momento universitario en el que me encontraba: huyendo de los quema libros, insistiendo que las emociones me liberarían y repitiéndome 2+2=5.
3.
A finales de julio me llegó un correo electrónico, enviado por una amiga, que me informaba que en agosto comenzarían a publicar los diarios de Orwell en tiempo real a través de un blog. Me pareció fantástico. Primero, porque me gustaba el autor; segundo, porque me daría material para escribir otro reportaje acerca del estado de la cuestión blogística, un tema que he estado siguiendo desde que cree mi primer blog hace casi 5 o 6 años en Xanga, o en Box. No recuerdo dónde, pero no importa.
El punto es que estaba emocionado. Recordé mis tiempos de prepa. Puse alarma en mi teléfono celular. Lo marqué en mi calendario. Sería increíble leer el diario de Orwell. ¿Qué maravillas descubriría? ¡Y en tiempo real! Sería un día a día de aquél cerebro que consideraba tan genial, tan fantástico. Planifiqué levantarme todos los días y pasar por alguna biblioteca del recinto, para conectarme, y leer las palabras de Orwell, justo como las había escrito hacía exactamente setenta años. ¿Saben lo inimaginable que hubiese sido para Orwell? Sería una máquina del tiempo. Una verdadera joya histórica. ¿Qué sucedía en agosto del 1938? Vería desde su recuperación en Marruecos a su regreso a UK, ¡el descenso de Europa a la guerra! Duraría sólo hasta el 2012, pues los diarios terminaban en 1942, tres años dentro del conflicto bélico.
Estaba nervioso.
4.
Lo que no pensé fue qué tipo de diario mantendría Orwell.
¿Sería un diario de escritor o un diario escrito por un escritor? Tal vez un diario en el que escribe un escritor.
5.
El veintidós de noviembre del 1938, hace exactamente 70 años, George Orwell, el autor, escribió en su diario, con una habilidad y precisión minimalista, casi japonesa, una reflexión que resumía su existencia, su diario vivir y en la cual encontré el sentido para mi propio día:
One egg.
6.
Lo acepto. Me aburrí cabalmente. No me importa el desayuno de Orwell. No me importa que le interesen los sistemas de irrigación que usan los marroquíes. No me interesa que por fin mató una serpiente, o que vio un pájaro que no conoce, o que los conejos le están comiendo las malditas zanahorias. Descubrí, triste y rápidamente, que no me importaba en lo más mínimo el diario de Orwell cuando hablaba de sí mismo, cuando me enseñaba lo aburrida que era su vida y me recordaba que era tan, pero que tan, humano.
Pero alteré la lectura. La hice emocionante. Es interesantísimo darse cuenta que todo lo que menciona está muerto. Que los amigos que conoce, que al perro que alimenta: todo, muerto. Bien muerto. Décadas muertas.
Así me entretuve. Así me entretengo. Por lo menos, los días aburridos. Tengo que aceptar que ayer fue un buen día para Orwell. Visitó el cónsul inglés (cultivated, very hospitable, married, appears to be in easy circumstance. Speaks French, very careful and grammatically very correct, but very strong English accent and manner while speaking of mentally going over grammar rules. The Assistant Consul or Vice Consul is young Englishman son of missionary, who has apparently been brought up in Morocco. Nevertheless has more characteristically English manner and accent than, eg. an Englishman brought up in India) y hablaron de la Guerra (Parr considered I was wrong about the local French attitude to the crisis. Thinks they really believed war was coming and were prepared to go through it though thoroughly fed up. Their apparent indifference was mere surface stolidity. He believes that there will be no general election for some time to come), de la condición de los negros en Senegal (It appears that the negroes in Senegal are French citizens, the Arabs in Morocco not, this province being still called by a fiction the Cherifien Empire. All negroes are liable for military service just the same as Frenchmen. In Morocco only French subjects, ie. mostly Europeans, do compulsory service. The Arab troops are voluntarily engaged men and enlist for long periods. They appear to get a (by local standards) respectable pension for long service. eg. our servant Mahdjoub Mahommed, who served about 15 years in an Arab line regiment, gets a pension of about Frs. 5 a day. ).
7.
En conclusion:
Existen escritores y existen diarios. Existen escritores con diarios y diarios de escritores. El Diario de Orwell que mantiene la organización The Orwell Prize es, afortunada o desafortunadamente, un diario por un escritor.

viernes, noviembre 21, 2008

la historia que le cuenta Quintín a Suzanne, mientras esta reposa en la cama.

—Había una perra—comienza Quintín—muy parecida a Rory en un lugar muy parecido a esta ciudad. Pero mucho más frío. Una ciudad al otro lado del mundo, en otro mundo, en la que todo era nieve y el frío era una fiera que salía de su jaula desde temprano en el año…
No era una historia particularmente feliz. Pero Quintín la había practicado ya. La había endulzado para cuando Ivette se la pidiera, luego de que él le hubiese captado la atención con la del primer galán en el espacio—nunca lo hizo. Tenía todo lo necesario para ser filmada por Disney. Quintín la dramatizó. Transformó a Laika en una víctima de la sociedad, en el producto de una madre o un padre o un dueño desquiciado que la lanzó a los fríos inviernos de Moscú. Describió a detalle los estragos, las patadas que le plantaron en el costado los hombres altos y rubios y de quijadas cuadradas que recorrían las calles soviéticas en chaquetas de pieles, las escupidas que le lanzaban los niños, las pedradas que le cercenaban triángulos de piel, que le abrían las puertas a la impávida violencia de los elementos. Era una vida dura, le explicó, andar solo por calles congeladas. El mundo deslizándose alrededor de Laika como una exposición de museo. A la izquierda una familia feliz, a la derecha, un dueño dándole de comer a su mascota. Más adelante, en la vitrina 5, verán lo maravillosa que puede ser cualquier vida excepto la tuya.
Pero, a veces, sólo a veces, el azar se equivoca y le concede una pequeña alegría hasta a los más jodidos, y esa bienaventuranza se le acercó a Laika con un pedazo de pan y una sonrisa y le dijo: te estaba buscando, pequeña cachorrita, soy el doctor Oleg. Y Laika lo miró desconfiada, le ladró, le enseñó los dientes no porque fuese capaz de morderlo, sino porque no podía creer que alguien viniera y por buena voluntad le ofreciera una gracia. Mas, el hombre no retrocedió, sino que dejó caer el pedazo de pan y sacó otro pedazo. Y así siguió, pedazo tras pedazo, hasta que los ojos oscuros y daltónicos de Laika descubrieron una pequeña llama en los de él, una pequeña luminosidad que emanaba calor, y aunque el hombre la pateara después, aunque cuando menos se lo esperara le hincaran una pedrada al cráneo, lo más que añoraba Laika en ese momento era un poco de calor.
Al llegar a lo que sería su casa por algunos meses, una habitación blanca, con insignias a doquier y la cara de un hombre al que todo el mundo miraba con devoción, Laika descubrió que no era la única, que había otros dos cachorros que, sin decir nada, sólo de verlos, sabía que habían vivido las mismas tragedias que ellas. En ningún momento se dijeron nada, porque presentían que sólo uno de ellos permanecería. Sólo uno de ellos satisfaría las expectativas del doctor Oleg. Y, sólo por esa razón, Laika aguantó todo. Soportó ser encerrada en una jaula por días, sólo para ser removida y encerrada en una más pequeña, como una muñeca china dentro de la cuál siempre hay una más diminuta y más diminuta. Soportó comer comida en liquiditos, que a pesar de que sabían a demonios la alimentaban, soportó mil y una pruebas tan sólo porque el doctor Oleg la miraba siempre a los ojos y ella estaba segura que él lo sufría tanto como ella, que él quería poder salvarla de aquellas pequeñas torturas, pero que si lo hacía, lo obligarían a devolverla a la calle, a devolverla a esa nieve tan despiadada y tan cruel.
Entonces, un día la sacaron, la colocaron encima de una mesa y apenas podía caminar. Le tomó dos, tres intentos llegar adonde Oleg para lamerle la mejilla. Él le tomó el hocico con ambas manos y le susurró algo. Le susurró ahora gózate las próximas horas, y se la entregó en los brazos a otro doctor que siempre había estado ahí, a un doctor que en las noches se asomaba por su jaula y le ofrecía una galleta dura, una promesa de que todo mejoraría. Y el doctor, Yazdovsky se llamaba, la montó en un auto negro y cruzaron las pistas de hielo y nieve por las que había sobrevivido por tres largos años, y ella observó la nieve, y la nieve la observó a ella y le habló en su idioma de ráfagas y témpanos que jamás nadie podía descifrar, pero que Laika entendía, porque lo había vivido, porque había sentido su mordisco arrastrarla en más de una ocasión hasta esa vorágine hosca que es la falta absoluta de calor.
Al detener el auto, el doctor Yazdovsky la cargó hasta una casa que si algo tenía de sobras era calor, una casa adornada con ornamentos que Laika jamás había visto, una casa en la que la recibió una mujer, una mujer alta y ancha y preciosa porque no la miraba con asco, una mujer que le extendió un plato de unas carnes calientes que Laika devoró en un segundo. Y cuando terminó de comer, envueltos en un alboroto de risas y palabras, emergieron dos niñas de una habitación y comenzaron a rascarla detrás de la oreja, y comenzar a jugar con ella, a lanzarle bolas para que las recogiera, a abrazarla, a darle un sentido aún más cálido, aún más placentero a la palabra calor. La noche transcurrió así, sin que la nieve interviniera, sin que la nieve pudiese adentrarse en aquél santuario, y sin darse cuenta, se quedó dormida.
Cuando se levantó estaba encerrada nuevamente en una jaula. Pero esta vez era distinta. Esta vez tenía paredes con cojines y la comida en forma de gel a la cuál se había acostumbrado. Y al otro lado del vidrio estaba Yazdosvsky, que ni por un segundo de los dos días en los que estuvo ahí encerrada se movió. A veces, aparecía el doctor Oleg y le decía cosas adorables, cosas que la hacían ladrar de la emoción, que la hacían ansiar estar de regreso en aquél castillo, estar abrazada en el centro de una familia. Pero no sucedería. La mañana del cuarto día ajuntaron su jaula a una serie de propulsores que la mandaron al espacio, y Laika, apretada por la velocidad contra el vidrio, y los ojos pegados al visor observó las nubes de nieve quedarse abajo, observó a Oleg y a Yazdovsky desaparecer, observó todo encogiéndose cada vez más, todo lo bueno, todo lo malo, todo el frío. Se quedó dormida, en una ocasión, y al levantarse, vio al planeta Tierra hecho una pelota debajo de ella. Al principio no supo lo que era, pero luego, como si la habilidad de reconocer el terruño estuviese instalada en el más profundo disco duro de toda especie nacida en el seno del globo terráqueo, la realización la azotó y, por primera vez, Laika se supo especial, se supo única en el planeta. Y ahí terminó su historia y Suzanne sonrió con los ojos cerrados y dijo un: ¿escuchaste eso Rory? Y Quintín siguió acariciándole el cuello hasta que la pensó dormida. Y en ningún momento le dijo que Laika murió asfixiada, que murió quemada porque el life-support system de la astronave estaba averiado, porque hacía demasiado calor afuera, porque jamás ni Oleg ni Yazdovsky consideraron devolverla con vida, porque si no hubiese muerto por fallas técnicas, hubiese muerto envenenada con una porción de la comida que había sido alterada para asesinarla en pleno viaje. Porque detrás de las buenas intenciones siempre hay algo más, hay algo oscuro, y frío, tan frío como la nieve.

lunes, noviembre 17, 2008

otoño, 10: oro


1.
To what consequences will this nearly messianic expectation invested in this man lead? In order for this presidency to be successful, it will have to lead to some disappointment, and to survive disappointment: the man will become human, will prove less powerful than we might wish, and politics will cease to be a celebration without ambivalence and caution; indeed, politics will prove to be less of a messianic experience than a venue for robust debate, public criticism, and necessary antagonism. (escribe Judith Butler)
2.
The cover story in Time magazine on 5 June 2006 was ‘The Deadliest War in the World’ – a detailed account of the political violence that has killed four million people in Congo over the last decade. None of the usual humanitarian uproar followed, just a couple of readers’ letters. Time picked the wrong victim: it should have stuck to Muslim women or Tibetan monks. The death of a Palestinian child, not to mention an Israeli or an American, is worth thousands more column inches than the death of a nameless Congolese. (escribe Zizek)
3.
In 2001, a UN investigation into the illegal exploitation of natural resources in Congo found that the conflict in the country is mainly about access to, control of and trade in five key minerals: coltan, diamonds, copper, cobalt and gold. According to this investigation, the exploitation of Congo's natural resources by local warlords and foreign armies was ‘systematic and systemic’. Rwanda's army made at least $250 million in 18 months by selling coltan, which is used in cellphones and laptops. The report concluded that the permanent civil war and disintegration of Congo ‘has created a “win-win” situation for all belligerents. The only loser in this huge business venture is the Congolese people.’ Beneath the façade of ethnic warfare, we thus discern the contours of global capitalism. (escribe Zizek)
4.
The danger is thus that the predominant narrative of the meltdown won’t be the one that awakes us from a dream, but the one that will enable us to continue to dream. And it is here that we should start to worry: not only about the economic consequences of the meltdown, but about the obvious temptation to reinvigorate the ‘war on terror’ and US interventionism in order to keep the economy running. Nothing was decided with Obama’s victory, but it widens our freedom and thereby the scope of our decisions. No matter what happens, it will remain a sign of hope in our otherwise dark times, a sign that the last word does not belong to realistic cynics, from the left or the right. (escribe Zizek)

martes, noviembre 04, 2008

y...

Barack Hussein Obama.
^_^
Edmundo Paz Soldán lo dice bien y no tengo mucho que añadir:
Obama no lo tendrá fácil: hereda un país en recesión, metido en dos guerras sin final aparente. Ya llegará el momento de aterrizar. Por ahora, a disfrutar de esta victoria.

otoño, __: este ni cuenta, ni tiene foto

1.
Si Obama perdiese tendría que aceptar que veintidós años son demasiado pocos para entender los engranes que hacen que todo esto fluya. Que las palabras no me dan para abrazarlo, que el tan-citado desencanto de mi generación es—mal cliché—justo y necesario. Que es inevitable. Tan inevitable como un aguacero en pleno otoño, o una insolación en verano de sequía.
2.
Sí, lo acepto. Deposito mis esperanzas en las elecciones de un país con un sistema diferente, de un país que no es el mío y, al mismo tiempo, lo es. Las deposito allí porque no sabría cómo posicionarme aquí para lanzar el balón a la canasta. Porque no sé desde dónde es que son tres puntos, y desde dónde dos. Porque no sé en dónde es que se hace el gol, ni qué palo se usa para un buen juego de golf. Todo me parece idéntico e igualmente errado. Me voy de culo jurando que A es B, y que B es C, pero que C no es A. Y tengo que aceptar que nunca fui bueno para el álgebra, ni la geometría, ni para la aritmética. No sé cómo es que funcionan las variables. Sus abstracciones se me hacen tan lejanas como azuladas palmas bailantes, como el jíbaro que viste esa pava color sangre, o la cruz blanca, ¿de qué es la cruz blanca? Ya ni sé.
3.
Pero, ¿cómo saber si todo es lo mismo?
Me siento que escucho un disco de pasta, un LP, le llaman; o un casette o tape en pleno mil novecientos noventa y uno, Antes de Napster. Estoy seguro—lo juro, in fact—que después de la primera canción viene la segunda y, luego, la tercera. Que no hay opción de shuffle. Que no puedes brincar a una pista grabada en el ‘72 en medio de una canción sin tener que cambiar el disco—y andas en el tren, con el bulto vacío.
4.
Mierda.
Me voy a jugar The Sims 2.
Allá gana quien yo quiera que gane.

domingo, noviembre 02, 2008

otoño, 9: el peor sueño del mundo

1,
Tuve el peor sueño del mundo.
Como sabes, uno en los sueños no cambia, aunque sepas que estás en el futuro, o en el pasado. Estaba yo en el futuro, no tan lejano. Unos ligeros años, no más. Me veía igual. Esperaba igual frente al portón de la Universidad que da hacia la Torre. Esperaba debajo de uno de los dos espacios techados que abrazan este portón. Vestía una jacket largo y negro, como de niuyorquino de película y tenía guantes de terciopelo. Me picaba un frío brutal. Pensé que debía de ser la nieve, aunque no había nieve. La imagen de la ciudad era Río Piedras. Pero no creo que estuviese en Río Piedras. Digo, en el sueño sabía que no estaba en Río Piedras. Estaba en Estados Unidos; algún estado frío, terminando algún doctorado igualmente frío. Además, estaba nervioso. Esperaba por alguien. Alguien-es, en plural. Continuaba metiendo mi mano en el bolsillo derecho, y acariciando una paleta que tenía, como para asegurarme que estaba ahí. La paleta era importante, lo sabía en el sueño, aunque no cuándo desperté y lo recordé. Por eso la menciono ahora. La paleta entre mis dedos, la paleta en el bolsillo.

Un automóvil anónimo, una forma de automóvil, un vacío negro que recuerdo como automóvil se detuvo frente dónde yo estaba, en la avenida Ponce de León, justo debajo del semáforo, aunque ésta estuviera verde—quién-sea que lo guiara no veía Río Piedras, veía la ciudad estadounidense, la ciudad significada en el sueño. Las puertas se abrieron y desbordó un hombre como de mi edad—de mi edad de ahora, digo, no del sueño—y una mujer de veintitardes. Sabía que los conocía, a ambos. Aunque a él no tanto. Él caminó hacia mi y me dio la mano, y me sonrió, y me dijo un tanto tiempo que yo le respondí casualmente. Ella, por el otro lado, me miró nerviosa. Yo marché hacia ella, y le besé la mejilla. Había algo entre nosotros, aparentemente. Una tensión. Hubo algo entre nosotros, aparentemente. Una relación. Lo supe de improviso. Ella me acarició la barba con nostalgia. Yo le dije bueno verte. El hombre no se inmutó, parecía estar preparado para esto. Supuse que era su pareja. Su pareja seria. Estaban cubiertos por esa sombra que tienen las parejas estables, las parejas serias, las parejas de largo recorrer. Mientras ella me decía algo que yo ignoraba, el hombre abrió la puerta trasera del carro. Por alguna razón, mi atención estaba totalmente dedicada a la acción de aquél hombre. El motivo de nuestro encuentro, sabía yo durmiendo, estaba en aquél asiento trasero. La mitad del hombre desapareció en el interior, y cuando salió cargaba una niña. Una niña preciosa, aunque no recuerdo su cara. Tal vez de dos años, quizás tres. Mi pecho se detuvo. Toqué la paleta en el bolsillo. El hombre le besó el cachete. Caminó hacia mí. La mujer me dio la espalda. El hombre me ofreció la niña. Al levantarme estuve confundido, pero en el sueño, en el sueño la tomé, la tomé como si siempre lo hubiese querido hacer. Y la abrace. Pero la niña me empujó, comenzó a llorar, a decir con el gigante no, con el gigante no, y yo no sabía a qué se refería y la seguía abrazando. Miré al hombre y se la pasé a sus manos. Sintiendo que no lo quería hacer. Y él la puso en el piso, y ella lo miró a él, de pie en sus pequeñitas piernas, y volvió a repetir lo del gigante, y él la regañó. Le dijo respeta. Acuérdate lo que habíamos hablado. Entonces dijo algo que no recuerdo exactamente, y que reproduzco a continuación probablemente en forma errada, pero que de todos modos es lo que me hizo escribir esto, lo que me hizo despertarme, lo que me duele tanto: él es tu papá, nena o tal vez fue él es tu papi o quizás, él es tu otro papi, del que te habíamos contado. Y yo despierto doy un paso atrás, y el yo dormido da un paso atrás. Y sentimos los dos un dolor en el pecho tan y tan hondo, un dolor tan y tan ajeno que nos vacía los pulmones de poquito en poquito. Y yo me despierto pensando: La nena no sabía quién yo era.

2,
En el peor sueño del mundo me acuclillo frente a la niña y saco la paleta de mi bolsillo. Ella me mira desde ojos llorosos y la toma. Le digo que la voy a llevar a un parque, y allá le daré otra paleta. Le sonrió, aunque lo que quiero hacer es llorar como lo está haciendo la mujer dentro del automóvil. El hombre le da un empujoncito a la niña, y me sonríe, como diciéndome, lo siento, mano. Yo meneo mi cabeza, respondiéndole no te preocupes. La nena da un paso hacia mí. Mira al hombre, porque sabe que a él debe dolerle también. Él obliga otra sonrisa. Subo la nena a mis hombros. Le digo a la niña que le diga adios a su mamá. Ella lo hace. Les damos la espalda y comenzamos a caminar el largo trecho hacia la Torre de la Universidad, aunque realmente no estemos ahí, aunque realmente estemos caminando por alguna acera forrada en nieve y en frío. No sé cómo cargar una niña exactamente y ella se da cuenta. Me corrige. Me dice que suba más un brazo con una voz adorable. Lo hago. ¿Ves? Me dice y yo le digo, sí, veo, mi amor. Le empiezo a contar del parque al que la voy a llevar, de cómo la llevaré a escoger paletas después, le hablo de mil cosas para no tener que quedarme callado, para poder distraerme y olvidar ese ardor que siento en el pecho.
Cuando llegamos al parque la dejo en los columpios un momento e intento marcar el número de celular de mi madre, o de mi padre, o de mi hermano, o de mi hermana, pero la llamada no sale. La fuckin’ llamada no sale y no sé qué hacer. Y la nena me mira y yo le sonrió. Pero no soy tan fuerte como el hombre que la trajo, como su padre de crianza, y siento que las lágrimas escaldan las cornisas de mis párpados. Comienzo a llorar. Comienzo a llorar y la nena me mira desde lo más alto del columpio con una tristeza tan pero que tan honda, que me hace llorar aún más.
Tengo una hija que no me conoce, me digo; y al pensarlo, el yo dormido solloza aún más fuerte, y despierta al yo verdadero y yo miro el techo de mi habitación y me sobo el pecho, porque me duele. Realmente duele.