domingo, marzo 08, 2009

querer transformar la incomodidad

1.
Querer escribir. Querer narrar algo. Querer transformar esa incomodidad que se me acumula en las palmas de mis manos, en mi pecho. Querer narrar algo que no me tenga. Darle final a esos documentos a medio teclear. Leerlos, saber hacia dónde tienen que ir, pero no saber cómo llevarlos.
Tener que escoger un idioma. El idioma correcto para equis narración. Tener que decir este cuento será en español. Este cuento será en inglés. Y no poder deshacer esa disposición. Porque se hace imposible deshilar la providencia. Obligarlos siempre a vivir en español, o en inglés es injusto, y conclusivo. Querer reversarlo, luego, querer rehacerlo en el otro idioma siempre lo tatúa de traducción. ¿Es eso malo?
Abuso: siempre los hago ser lo que no son. Sé que la equivocación está ahí, al llevar la historia y el personaje al documento en blanco. Y es que nacen despalabrados, desnudos, y cuando tomo asiento para deshacerme (hacerlos) me nacen binarios, divididos en dos, bilingües. Y me enojo y me digo, puñeta, tienes que escoger. Y el fallo siempre es político. Esta historia se tiene que narrar en español/no se puede narrar en inglés.
Continúo amputando. Pensarlos cuento, novela corta, relato. Pensarlos cortos, o largos y obligarlos una vez más. No tomo en cuenta la originalidad. La originalidad no me importa. La innovación no me importa. Lo que me concierne es llevar acabo la narración, es contarla con las palabras correctas—que siempre son incorrectas—es relatar (con todo lo que eso conlleva, ver desvalijadas).
2.
La mierda es que no son. Aunque los haga, aunque los piense, no son hasta que me equivoco. Y la equivocación es la única forma de llevarlos a cabo. Porque la equivocación es hacerlos materiales—y, al mismo tiempo, acertar.
Termino en el mismo espacio: queriendo escribir, queriendo narrar algo, queriendo transformar la incomodidad que se me acumula en las palmas de las manos. Releo las cientos de cientos de páginas que esperan. Imprimo cuentos viejos y los ojeo, imprimo las novelas cortas y las ojeo, y esa materialidad de papel barato y estrujado las hace leíbles. Las hace algo. Las ideas están ahí, los personajes ya están empezados, está Daisy, está el papá en la lanchita vieja, está el estudiante extranjero intentando hacer arroz, la southern belle, está el clima, está la situación, está el domingo soleado de brisa fresca, de final de semana, de tengo que lavar ropa y no quiero, de tengo que hacer la tesina y no quiero. Está inclusive una de las oraciones: accidental, perhaps, and yet never random. Pero en todas estoy, y ese es el principal obstáculo, lo que motivó esta entrada en la que ahora divago. ¿Cómo salirse de la narración? ¿Es posible? E insertar estas preguntas me hace pensar en Rivera Garza, lo cual ostenta otro lío: la constante consciencia de las lecturas pasadas. ¿Cómo librarse de ellas?
3.
Concluyo: el querer escribir, el querer narrar algo, el querer transformar la incomodidad que se acumula en las palmas de las manos siempre culmina en fracaso. Es imposible que no sea así. Toda narración termina siendo una mueca de lo contado, una mueca de lo que debió ser, una mueca de quien lo escribe, y quien lo lee. Ni la calidad ni el logro hacen la diferencia. El éxito es inverosímil, absurdo.
Y, entonces, ¿qué queda? ¿qué se hace?

3 comentarios:

Desvalijadas dijo...

qué nítido, estamos conectaos, bueno, es que ese es el dilema de mi tesis. narrar y fracasar. narrar para fracasar. hay que leer al cubano Lorenzo García Vega, ese sí sabe lo que es el destartalo y el anti-relato. por ahora, seguimos bregando con lo que hay, y a ver si dejamos de relatar y empezamos a relacionar.estéticas del collage!! un abrazo,

margarita

The Trade dijo...

"la incomodidad que se acumula en las palmas de las manos siempre culmina en fracaso"

ja ja ja ja ja ja ja
ja ja ja ja ja ja ja

A Juan le pasa lo mismo cuando ve porno...

Amanda Jayne dijo...

nice

:)