domingo, marzo 15, 2009

una ave se posa en un palo de limones

1.
Ha estado lloviendo. Todo el fin de semana ha estado lloviendo. Una brisa fría se ha acumulado en mi cuarto, y no abro la puerta por miedo a perderla. Me tiro a la cama con un manuscrito sin terminar y con una novela que releer. El sol se asoma por detrás de la espesa nubosidad, sólo tengo una columna de ventanas Miami abierta. A lo lejos, en la sala, escucho a mi hermano peleando con un noticiero estadounidense. Lo escucho sufriendo por cuestiones que no le atienen directamente. El murmullo del televisor se escabulla por entre los lapsos de silencio en el silbido de un ave que se ha posado cerca de la ventana. Chilla corrido. No es extremadamente musical, es un silbido que ondula, que raspa. Alterna, por momentos, con otro canto un poco más grueso, más entrecortado. De ave grande, diría. Pero podría estar equivocado. Me gustaría poder nombrarlo. Poder decir eso que canta es un equis, y en equis encontrar un conocimiento de la fauna local que atestigüe veintidós años de isla y caribe adentro.
2.
Esto mismo me sucedió el viernes de la semana antepasada, cuando circulaba por la universidad, recopilando información para una crónica que tenía que escribir. Caminé por un sendero estrecho que da a tres bustos de tres poetas importantes, rodeado por árboles, con algo de santuario. Pensé lo mismo. Quería poder nombrarlos. Fui a ellos, por la grama que no se pisa, para ver si encontraba una placa, que me diera el nombre.
Miré al reloj. Estaba esperando que me llamaran de una universidad gringa, como había acordado por un e-mail, para una breve entrevista. Creo que este dato tiene mucho que ver con estas ganas de poder nombrar las cosas. ¿Cómo se registra el paso de uno por un lugar, el paso del lugar por uno? Me gustaría poder tener más derecho sobre la isla, que el derecho que tiene ella sobre mí. Me gustaría tener más de ella adentro, algo más que aquello que se me dio cuando nací—un certificado de nacimiento, una lengua, una cultura, palabras como zafacón y chévere.
Ya es demasiado tarde, me digo a veces, para aprender toda una vida. Para rellenar las dos décadas de isla con otra cosa más que la experiencia personal, para poder insertar la experiencia geográfica en todo esto. ¿Cuántos pueblos puedo conocer en los cinco meses que me quedan? ¿Cuántos pueblos se me quedan vacíos, nublados por el fog of war que cubre los terrenos no trotados?
3.
Cierro el libro y me concentro en el pequeño insecto que se ha unido al catálogo de sonidos. Supongo que es un grillo, quizás una cigarra, aunque no sé si en la isla existen. Su conocimiento, como el de la mayoría de los animales que conozco y puedo identificar de sólo escucharlos, se remonta al 1995, cuando mi padre trajo un CD de Grollier Multimedia Encyclopedia para la computadora. Solía llegar de la escuela y sentarme frente al monitor, ir a la sección de animales y visitar todos los artículos que podía antes de las siete de la noche, escuchando los clips de sonidos que traía el programa. Cuando los terminaba, volvía al principio, y los leía y escuchaba todos otra vez. El año siguiente, en el 1996, tenía nueve o diez años, mi padre trajo otra enciclopedia, mucho mejor equipada que aquella, Encarta ’97. A diferencia de la anterior, la nueva adquisición incluía dos animales que yo conocía personalmente: el coquí y el guaraguao. Pero hasta ahí llegaba el inventario de animales autóctonos de la isla.
4.
Una vez, buscando un artículo acerca de Puerto Rico, me tropecé con una breve nota dedicada a Pedro Roselló. Me parece irónico ahora, pero recuerdo claramente que fue el nombre del corrupto gobernador que me hizo sentir, al niño que fui, que la isla sí existía. Anterior a eso, me preguntaba porque nunca la había escuchado mencionar en Cable TV, que para mí era la única televisión que existía.
5.
Miro por la ventana y logro entrever un ave. No puedo acertar cuál canto le pertenece, porque me mira desde el muro de su posada en silencio. Es un pájaro pequeño, del tamaño de una mano, de plumaje marrón o negro oscuro. Da un salto hacia el brazo de un pequeño palo de limones que se está dando en el patio. La rama se dobla bajo su peso. El árbol aún es joven. Dio su primer limón hace algunos meses. De allí vuelve a saltar hacia el muro. Otro de su misma especie se posa a su izquierda. Siento que me miran. El grillo o la cigarra redoblan su chillido vibrante. Vuelvo a mirar a las aves y me quedo esperando a que canten, pero toman vuelo y se desaparecen detrás de la casa del vecino.

3 comentarios:

Xavier Valcárcel dijo...

esto es lindisimo serg. narración limpia y precisa. retrato cotidiano cinematográfico. me he visto.

la lluvia jode más de lo que debe. la isla tambien jode y nunca es lo que creemos. ojálá fuera sus pájaros.

por lo del vuelo digo.

nada.
hace rato no te leía.
deberíamos juntarnos antes de que el calendario ruede.
a un café.
yo invito.

Anónimo dijo...

I have been translating stuff here through Babel Fish. I don't think it does you justice, but it sounds like you're writing poetry from what I'm getting. I thought about translating a comment into Spanish, but I didn't want you thinking I was doing something strange with a fish!

Mariana dijo...

I like reading the world through your eyes, Sergei. Always have.

This entry saddens me with its touch of "farewell".