sábado, septiembre 19, 2009

fábulas viables, una columna

Esta columna, Fábulas Viables, fue publicada el pasado 14 de septiembre del 2009 en Diálogo Digital. Den la vuelta por allá y léanla, al igual que ojéen el resto de su contenido. Igualmente, se subió también al excelente blog cultural de la periodista Diana Soto, ComUnArte. Les exhorto que también se den la vuelta por allá. La reproduzco aquí por cuestiones de archivo y de mantener todas mis cosas en un lugar.
1.
Digamos que comienza como uno de esos viejos chistes. Un puertorriqueño, un colombiano, un argentino y una norteamericana conversan en una esquina de una lujosa casa de un estado sureño (ochenta años atrás, tres de estos cuatro hubiesen sido perseguidos). Digamos también que hacen inventario de las respectivas desgracias nacionales. El colombiano se acomoda el cuello de la camisa, se ajusta los espejuelos, y comenta que su país se inventó el narcoturismo. El argentino ríe y hace alguna referencia elaborada a la catástrofe económica del corralito. La norteamericana da un sorbo de su copa de plástico y tira de sus hombros, como si el gentilicio fuese suficiente. El puertorriqueño se juega con la barba y busca cómo hacer algún comentario jocoso de su situación política. Mas, cuando casi tiene algo de su gobernador republicano y su parecido a una caricatura, el colombiano lo interrumpe y dice que los puertorriqueños tienen, ahora, la Inquisición de Torquemada.
Digamos eso.
2.
Que comienzan las preguntas, por supuesto. La explicación generalizada, nacida de un breve artículo que leyó el puertorriqueño en la versión en línea de un periódico. Menciona al Secretario de Educación, dice algo borroso acerca de las palabras soeces que se encuentran en estos libros. Les da un breve resumen de algunos de ellos, les explica que son libros que han sido escritos por, o tratan de, maricones con bigotes, porquería lumpen, tecatos, y desagradables comunistas exiliados a México, entre otros males. En breve, les dice, casi las cinco últimas décadas de la relumbrante escoria de la literatura puertorriqueña.
Sonríe.
3.
Digamos que todos se quedan un poco confundidos. Digamos que alguien pregunta que qué queda al remover esos libros de los currículos escolares. Digamos que el puertorriqueño dice que quedan algunas piezas naturalistas de principio de siglo, una que otra cosa de la ruralía de la primera mitad del Veinte. Quizás algo se le escapa, aclara. El argentino, luego de añadir alguna palabra estereotípicamente argentina, dice que, por lo menos, eso les da a los jóvenes puertorriqueños la oportunidad de borrar casi un siglo, empezar desde cero. Y no suena mal, claro está.
4.
El puertorriqueño se queda con eso en la cabeza, de seguro. Piensa que, por qué no, debería alentar al Secretario de Educación a eliminar unos cuantos libros de historia, además. Quizás inclusive modificar un poco el calendario de días feriados. De este modo, saltar de finales del diecinueve al veintiuno, con un pasivo intercambio de poder colonial. No suena nada mal. Quizás, con un poco más de fondos, se podría inclusive contratar nuevos escritores que reescriban todo lo removido (obvia referencia a cierto libro que no trata de una granja de animales, cuyo nombre son unas siglas ochentosas). En vez de todas las trivialidades que parió el siglo pasado, estos obreros de las letras podrían intentar contextualizar todos los héroes que los actuales olvidaron. Muchísimas tramas posibles: famosos cirujanos de increíble habilidad en el tenis que renacen con la meta de salvar a un país; jóvenes de oscuras melenas de buen y limpio linaje (cristianos viejos, claro está) que combaten corruptos con horribles casos de calvicie y buen gusto por trajes de tres piezas; quizás, la maravillosa épica de cómo se combatió una pila de ogros que buscaron cambiar el código civil, concluyendo, claro está, con la mariconería que aquejó la sociedad puertorriqueña por el último siglo. Y, no se puede olvidar, la excelsa Batalla de la Pimienta combatida en dos frentes, contra temibles universitarios y fuertísimos chamaquitos de escuela intermedia.
5.
Digamos que la censura no es algo tan feo. Digamos que se trata de un chiste. Que es algo necesario para proteger a una sociedad. Digámoslo lo suficiente, de corrido y con altoparlantes, como hemos hecho otras veces, a ver si así, finalmente, nos tragamos el buche.

1 comentario:

Profe Svarch dijo...

El Argentino exige que se agregue a este post una descripción detallada de su incomparable atractivo físico.

Viva Perón.