miércoles, febrero 24, 2010

phd in literature, dixit Robert Edwards

Fragmento de The PhD in Literature, por Robert Edwards
Open your mouth with an opinion,
and she’s changed the subject.
If she asks you a question,
She’ll answer it herself and be displeased
with your typical male lack of vision
Get a word in edgewise,
and she frowns at your bad manners.
Contradict, and she complains of a cold.
Unfold a poem and she protests
of broken glasses, and so cannot listen.
Move toward the door
and she begs you to stay, inviting you back
all the way to the car.

exceptions, dixit Robert Edwards

Exceptions, Robert Edwards
Here is the mountain
from which no one has fallen.
Here is the lake
where no swimmer has drowned.
Here is the gun
that was never loaded.
Here are the toys
that have never drawn blood.
Here is the revolution unbetrayed.
Here is the poem that saved a life.

martes, febrero 23, 2010

la que hace de fui fuimos, dice rubén

0.
Espero el timbre del recreo hace doce años, dice Rubén.
1.
Mi amigo Rubén es bueno con las líneas.
A veces, no se lo digo, pero siento que todo lo que escribe funciona de epígrafe para un texto futuro mío—ese que escribo, esos que apunto en una nota y guardo en un cartapacio que dice, ideas pa’ después.
2.
A veces, no se lo digo, pero durante las clases simulo que estoy tomando notas en la laptop y entro a Facebook, para leer su último estatus, y me digo, mi amigo Rubén es bueno con las líneas.
3.
Desde algunos meses atrás, acumula en su blog poemas que están compuestos por largos inventarios de aforismos. Un cincuenta y ocho por ciento de ellos me llega, se me cuela en la frente y me digo, esto es un epígrafe.
4.
A veces, como sucedió hoy, entré a su espacio y me dije, mi amigo Rubén conoce la añoranza—entiéndase que no me lo dije así, que el pensamiento se hace menos obtuso cuando se escribe. Leyendo las líneas, de una a una, saqué algunas que se acoplan bien al día de hoy, al clima de hoy, a la promesa de lluvia de los pronósticos, luego de un fin de semana en el que la primavera prometió.
5.
Rubén dice, por ejemplo, Extraño el vocabulario nuestro, todas las palabras que por accidente inventamos. Y, la pregunta inevitable, ¿En cuántos universos paralelos habrás dejado de quererme?. Luego, la imagen: La cama, después de ti, fue un aeropuerto. La frustración: Espero por horas, entonces cuando prendo el cigarrillo llega el autobús. Y, el bálsamo: Me consuela la posibilidad de otros universos, de espacios paralelos a este, esa variedad inconfirmable, esa alternativa en plural, la que hace de fui fuimos.

martes, febrero 16, 2010

kaede imaginada en la ventana, fragmento

Esto es un fragmento de un proyecto de novela corta que empecé en navidad y que recién concluyo.

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Kaede, en el tope de una torre del distrito de Shinjuku en Tokio.
Kaede, desnuda, desde el tope de una torre del distrito de Shinjuku en Tokio, observaba la ciudad ahogada en una gruesa niebla que la hacía desaparecer tras unos rascacielos. Estaba en el piso cuarenta y dos. Está en el piso cuarenta y dos de algún hotel que le han pagado. No pensaba—piensa—en nada. Sólo observa la ciudad, sólo la mira como si siempre hubiese estado ahí, como si se tratase de una pared. La llevaba—lleva—mirando por algunas horas. Esa tarde regresaría el equipo de filmación. Le vale un bledo.
¿Cómo tiene el rostro?
Me lo imagino cubierto por la misma bruma que se traga la ciudad. Una expresión adormecida, quizás drogada. Sí, está drogada. Está drogada y de su mano izquierda cuelga un cigarrillo que encendió hace algunos minutos pero del que no ha fumado. Se consume solo. Pronto las cenizas llegarán al filtro. O quizás ya habían llegado, y un montículo de sobras yacía sobre la alfombra.
Kaede no piensa en nada, aunque intenta—intentaba—recordar la primera vez que estuvo en ese hotel. Intentaba—intenta—recordar las líneas de aquella película, la primera. Poco a poco, cómo si se transmitieran a través de una línea de teléfono estropeada, le comienzan a llegar. Me imagino que en el vidrio puede verse, cual si se tratase de un televisor, deslizándose por la habitación vestida en aquella bella pieza que en el filme le había comprado la anciana millonaria; puede verse deteniéndose frente a la mujer y preguntándole que qué desea, y la mujer le dice que cante, y la personaje que Kaede actúa da un paso y se posiciona justo donde está la Kaede que me imagino y cierra los ojos y canta una canción.
¿Qué canta?
No sé.
Me imagino que el director de esa primerísima película le preguntó a Kaede que qué canción en inglés sabía. Kaede le contestó con un número de ellas. Sabía muchas, por supuesto.
Digamos que es Wild is the Wind, de Nina Simone.
Sí, digamos que canta a la Simone y la anciana millonaria la mira, y siente que se ahoga, y justo cuando va a comenzar a llorar, entra la otra actriz, la actriz que el director sí se llevó, la actriz que hoy en día ha salido en más de tres películas, y esta actriz abraza a la anciana millonaria y la besa en el cuello, y el personaje de Kaede, sin percatarse, continúa cantando, dándole todo lo que ella tiene a la señora, dándole todo lo que ella tiene al director, porque las dos pueden jurar—el personaje de Kaede y la Kaede joven que actúa—que ese es el día para el que se han estado preparando.
Tocan a la puerta y el ensueño se deshace. El de Kaede, no el mío. Espera que toquen una segunda, una tercera vez. Sólo entonces se dio la vuelta y caminó a la puerta. No se molestó en mirar por el ojal. Le quita el seguro, regresa a la cama y se sienta en una esquina. Aún está desnuda. Toma un segundo para que el estrépito del equipo de filmación entre y comiencen a acomodar las luces. Hablan entre ellos en japonés y coreano. Esta película la paga una casa productora de Seoul. En ningún momento le dicen nada a ella. Trabajan como si ella no existiese. Como si ese pequeñito cuerpo juvenil, desnudo, tan frágil, no estuviera. Cuando por fin lo hacen, cuando por fin lo hacen le dicen disculpa, puedes moverte, tenemos que cambiarle las corchas a la cama. Ella dice por supuesto, y sonríe por fuera.
Sonríe por fuera porque por adentro se pudre.
La otra actriz y el actor que saldrán en la peli están conversando entre ellos al lado del baño. Suenan de buen humor. El equipo coreano—este es el segundo día de filmación—es bastante amigable. Los actores hacen lo que hacen porque le gusta, o porque necesitan la paga. Kaede no. Kaede lo hace porque ya no le importa. Pero no puede quejarse.
La pornografía ya no es lo que antes. Si se queja demasiado la echarán. A ella y a las otras actrices que trabajan con el agente que le consigue los castings las tratan como princesas. El director la llama un segundo. La llama por otro nombre. Su nombre de actuación. No sé cuál. Me siento a observar pornos por internet intentando atrapar un atisbo de alguna muchacha en la que pueda encontrar una mirada quebrada, en la que pueda sentir ese aire de familiaridad y decir, esa es Kaede. Nunca la encuentro. Creo que Kaede no se encuentra tampoco. Creo que Kaede se mira en el vidrio una vez más y se dice que tras esa película se largará. Y se dice que le hace falta su padre, que le hace falta su madre, y aún no sabe que ésta murió, aún no lo sabe ni lo sabrá hasta que regrese a Kioto, hasta que la señora que cuida las aves se lo cuente y Kaede, sin saber qué hacer, como me contó Alice, se encierre con dos pinturas de su madre en una habitación y comience a escribir en sus diarios. Por más que intento no puedo imaginarme más. A veces me obligo a formular imágenes para ir con las historias de Alice; a veces me siento frente la computadora y busco retratos con los cuales construir a la hija del ornitólogo. Pero mis ejercicios fracasan, siempre, siempre. Puedo formular una, o dos escenas antes que el homúnculo que me imagino se transforme en Alice, y sea Alice la que está desnuda frente al vidrio, y sea Alice la que yace en la cama actuando un orgasmo mientras algún actor japonés o coreano se la coge, entonces siento que se me trinca el estómago, que se me revuelca la comida y corro al baño y me desdoblo frente al inodoro, en vómitos.

lunes, febrero 15, 2010

bus

1.
Esperas el bus y no sabes.
Está tarde, te dices. El individuo a tu derecha te responde, en tu idioma, lo está, lo está. Sonríes y cortas la conversación. Algo cómodo en la soledad del peatón.
Llega la muchacha en el gorro y se para a tu izquierda. La brisa se intensifica, el bus no llega. It’s cold, te dice ella. Le respondes: it is, it is.
¿Sabes cuándo llega el bus? Pregunta, en inglés.
Le dices que, en teoría, hace diez minutos.
2.
Al rato, luego de la conversación de diez minutos, llegas al café y te compras una taza, caliente. Te sientas frente a tu libreta y escribes hay algo en los nombres. Insistes, tiene que haber algo en los nombres.

martes, febrero 09, 2010

café maltiempo

1.
Todas las mañanas me compro una taza de café. Un vaso de cartón construido a partir de 10% de fibra reciclada post-consumidor. Casi nunca la termino.
Es un nuevo desarrollo. Antes, rara la vez lo hacía.
2.
Al salir a caminar hacia el trabajo esta mañana, el cielo estaba tan gris que comprendí algo que una amiga me dijo hacía muchos años, por internet. Eso fue lo que me dije: comprendo a Sara ahora y sentí que había cruzado un largo trecho.
Por más que intento, no puedo precisar qué es lo que comprendo.
3.
Esta semana se cumplen seis meses exactamente. Ya el idioma ha pasado de la pantalla plateada al diario vivir. A veces, cuando estoy con hispanoparlantes, me descubro hablando en inglés. Nos pasa a todos. Tenemos que hacer un esfuerzo consciente para alternar.
Algunas madrugadas, sin embargo, apenas puedo hablar. Las palabras me salen magulladas, como si alguna bacteria las hiciese cóncavas mucho antes de alcanzar mi garganta.
4.
Dos sueños.
En uno me levanto en mi habitación y puedo jurar que la casa se incendia, que el humo es tan espeso que se maculan mis pulmones. Me despierto sólo para descubrir la ventanilla del heating atacándome con su calentura artificial—moví la cama de lugar esta semana, la costumbre tarda en anidar.
El segundo es recurrente y anterior, por lo cual debería ser el primero. Es un elevador que cae. En ocasiones, estoy solo. Me aguanto de la barrilla niquelada y espero por el golpe, que nunca llega. En otras instancias estoy con desconocidos. Siempre los mismos, siempre extraños. Lo que cambia siempre es el elevador. Hay noches que es de vidrio y veo el paisaje del paracaidista malogrado, en otras es inmenso y espacioso, como los de la biblioteca Woodruff, pocas veces es pequeño y claustrofóbico, como el de aquél apartamento en el que vivía Sally y Astrid, y en el que, una vez hace mucho tiempo, nos quedamos encajados JL, Rubén, Sally, y no sé quién más. Recuerdo que lo abrimos y escalamos el pie y medio que nos faltaba para llegar.
5.
Comienzo a notar esta cosa que llaman clima.
El domingo hizo sol, tras algunos días de lluvia y maltiempo. Las calles estaban repletas de gente caminando. Como en día de fiesta.
6.
La motivación merma.
7.
¿Qué más fuerte que Nina Simone, en noches como la de ayer? ¿Qué más fuerte que Cosmos, de Nicholas Payton, del primer soundtrack de Cowboy Bebop—una de las pocas piezas que no son de los Seatbelts?
8.
Todas las mañanas olvido el café por un rato. Termino bebiéndomelo frío.