En algún momento recibí un mensaje de texto que nada tenía que ver con lo que pensaba pero que me hizo pensar en el día que había pasado. Mi última clase de este semestre había estado dedicada al Divino Narciso. Y, no me malinterpreten, antes de este momento había apreciado a Sor Juana, sin embargo esta vez sentí algo de cosquillitas con ella, algo bonito, algo de comprensión soslayada al contexto de su lectura. Como si el acto de lectura en sí mismo estuviese atado intrínsecamente al texto. Como si algo de esa incomprensión inicial que te produce esa loa primera se instalase en ti una vez las aguas turbias comienzan a apartarse. A apartarse no porque se hagan totalmente legibles, sino a apartarse porque se hacen cómplices, o porque uno se hace cómplice, porque uno se sumerge en ellas cuando hay una voz plácida, una voz cómoda, una voz que dice sufrir de la locura de la melancolía dándote las claves (no las del texto, sino las suyas) que te hacen ceder a esa opacidad, a esa borrosidad, a esa nubosidad que es el barroco americano. La sigilosa forma de una oreja que cabe, como pedacito de cartón en el rompecabezas de mil piezas, en esternón ajeno. Imagen aislada, sobrante, pero qué importa.
La brisa se intensifica y decido mirar en el teléfono, decido mirar en el teléfono la pequeña notificación que dice que he de esperar cierta aspereza del clima, cierta oscuridad del cielo, cierta concatenación atmosférica relacionada a los diecitantos tornados que han reñido a través del sur de los Estados Unidos durante esta tarde, y algo de eso me hace lógica. Una lógica ajena, déjame aclarar, porque no sé nada de estas tormentas que vienen con relámpagos y truenos y tornados, pero sin aguaceros, sin lloviznas, sin el chillido mojado de la tormenta tropical que tanto conozco, que tanto me gustaba cuando era niño creciendo en urbanización de brea que se inundaba a la más mínima advertencia (tienen otros ritmos, las tormentas de Atlanta). Me hace lógica porque el árbol que está a mi lado está comenzando a inclinarse. Pero los muchachos negros (me incluyo) siguen/seguimos allí. Ellos jugando y yo mirando. Ellos jugando y yo pensando en mis proyectos de verano, mis proyectos académicos (las monografías no paran), en mi otro proyecto novelesco (la primera oración suena a una mujer diciendo ‘fui la primera en verla’), en la alegría que siento en el instante presente (nada de futuros, nada de futuros, me insisto), Pensando en mil cosas y, a la misma vez, pensando en nada, como se hace cuando está cansado, cuando se insiste en fijar el pensamiento en ese vacío hasta imaginarse el punto rojo, ese círculo rojo y epifánico que corona la carpa del circo (eso es de Rayuela, ¿verdad?).
Cuando se vacía el vaso lanzo los pedazos de hielo al suelo y camino al apartamento, supuestamente a buscar dinero e ir al pequeño mercado que está al otro lado del parque a comprar otras pocas cervezas, pero me tropiezo con una de mis vecinas, con la que es de Nuevo Méjico, y me habla de la naturaleza de los tornados, de las precauciones a tomar y yo me hago el bobo, porque hay algo lindo de hacerse el bobo, y le digo que no he visto un tornado nunca fuera de las películas. No miento, pero sigue siendo parte de hacerse el bobo, porque a la gente le gusta explicar, a la gente le gusta contar, y yo hago lo que sea por la sociabilidad, por esa gracia que hay en las relaciones interpersonales cuando existe cierto equilibrio, cierto equilibrio libre de tensiones, rico en esa magia que es el cotidiano, lo romántico de la mundanidad clasemediera que tanto me gusta y que tanto me motiva.
Entonces, saludo a la otra, a la que vive con ella, que es igual de buena gente, o de querida, como suelen decir esta gente con la que me paso ahora, esta gente en la que comienzo a depositar mis cariños, y que provienen de alguna parte montañosa de los Andes (que es como decir de una parte acuática de la playa); y abro la puerta roja de mi casa, y enciendo la computadora para mirar mi email pero termino abriendo la ventana de Microsoft Word donde escribo esto ahora mismo, y antes de culminar, paso por el carro, por el carro plateado, ya es de noche, y busco mi copia del Divino Narciso, para citar una parte en la que ella dice algo de la máquina del mundo, o de la fallida máquina del mundo, pero no la encuentro, así que escribo esto así, parafraseando, y decido cerrarlo así, porque cuando se llega al momento presente sólo queda lanzarse devuelta al pasado, o teorizar del futuro, y me he prohibido hacer ambos, durante este mes, me he insistido en vivir el presente y nada más.