Esto no lo escribí ahora. No. Lo escribí antes, porque hoy, o quizás ayer, dependiendo de cuando decida subirlo al blog, desperté (tu responsabilidad la conjugación) con ganas de escribir. De escribir cosas breves que se diferencien de mis proyectos largos, que se diferencien de esa columna que a veces es placentera y a veces me molesta (evidente en los resultados), que escribo una vez al mes y que tinta y papel de periódico pasa desapercibida por la gente a la que le escribo. Punto. Me desperté con ganas de escribir y que lo que escribiese no tuviese nada que ver con mensajes de texto, nada que ver con correos a mis estudiantes, o a mis superiores, o algún destinatario de esos invisibles a quien uno le escribe artículos académicos en lengua rala. Desperté con ganas de usar palabras como divagar y vientre, como goce, pero por mi antipatía a la facilonga poesía erótica que ha envenenado la ínsula, no puedo movilizarlas a la letra, así que recurro al inventario (terquedad, salvajemente, salvo, salmo, triunfalista). También abrí los ojos con la onomatopeya jugando rayuela sobre la lengua, pero ceder me haría demasiado pop, y también intento escurrirme de esa mano de uñas mal picadas y mordidas que se restriega en el instante (¿qué es lo contrario al pop?). Asimismo quería decir algo utilizando sustantivos lindos como carnaval, o esquizofrenia, o vallejo, no sé, (te juro que vallejo me parece palabra), pero entonces, ¿academicista? Así que nada, así que nadar, así que el inventario es la salida, el inventario es la válvula, el inventario atrofiado, el inventario que satisface en lo que consigo la lengua legalista, la lengua legalista con tono firme, de bigote, y estampa oficial.
Añadir la nota aparte, al azar: he comprado espejuelos nuevos.
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