Ya pronto se cumplen dos años de haber llegado aquí. Cada vez se hace más cierta la máxima con la que F. me despidió. Aunque, a decir verdad, no la pronunció. Me la dio escrita en un marca-páginas que él había hecho y que, en mi subsiguiente viaje de Atlanta a Salamanca, perdí—recuerdo tenerla en el avión, pero no la recuerdo al aterrizar.
Además de sus tallados—era un pedazo de maderita fina, ¿qué más esperar de un ebanista?—tenía un dibujo de una bola de béisbol. Una bola como en negro, con las líneas en un rojo marrón que parecía sangre que comienza a secarse. Por eso me gustó. Al otro lado, tenía las palabras. Lo que queda es guardar silencio, sonreírle, no decir nada, a aquél que racionaliza su estadía en el dug-out, mientras critica los que se matan en pleno juego. Quizás esa no sea la cita correcta. No. Estoy seguro que no es la cita correcta, que se trata de mi propia tergiversación. Era más breve, más contundente.
El punto es que es cierto. Lo que queda es guardar silencio y sonreírle. Escuchar al bateador que promete home runs pero que lleva la temporada sentado. Decirle que tiene la razón, darle un toque en el hombro, apretar bien el bate y salir al juego. El punto es que es cierto. Lo que queda es guardar silencio y sonreírle. Escuchar al bateador que promete home runs pero que lleva la temporada cerrado. Decirle que tiene la razón, darle un toque en el hombro, y regresar al banco.
Para F. el diamante es la montaña cagueña. El juego fue haber decidido quedarse, haber salido, y, después de tanto, regresar y adoptar la manta de su progenitor, fue retomar el cuatro, dar vueltas por la isla y cantar sus décimas, sin pena alguna. Muy diferente, dice él, a dejar que la decisión hubiese sido tomada sin su consentimiento.
A veces me lo imagino filosofando un poco, después de la entrega del obsequio esfumado, diciendo algo similar a “el juego no es la salida, el juego es el movimiento; no justificar lo estático, el juego es saber esquivar las balas; saber regresar y no incomodar al come-banco, es sonreírle. El juego es sonreír. O buena parte del juego se trata de sonreír. Del resto, nadie se entera más que el que juega”.
Son las ocho de la mañana. Esto no es lo que me senté a escribir originalmente. Siempre es raro despertarse en casa ajena. Sonreírle a la que duerme con una sonrisa distinta a la que se refería F. (el imaginario); una sonrisa de un jugador a otro.
¿Quieres una canción? Pues, toma. El señor Akinmusire y sus confesiones a la hija aún no nacida.
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