Esta es columna aparecerá el próximo miércoles, 28 de marzo, en el Buscapié de El Nuevo Día. La cuelgo aquí.
Buensoñar
Anoche
soñé con Fortuño. Estábamos acampando juntos en una playa de Culebra. Él tenía
su propia caseta. Bastante grande, bastante azul. La mía era anaranjada y más
pequeña. Desperté dentro del sueño porque olía rico. Salí de mi aposento, y me
encontré al Gobe cocinando sobre una estufita. Estaba descamisado, su espalda
musculosa oscureciéndose bajo el sol. Me ofreció café, me dijo que el desayuno
estaría pronto, y siguió absorto en sus labores. “Caramba, que buen tipo. Quién
lo diría”, pensé.
Decidí
ir al agua para quitarme la arena que había acumulado en las coyunturas. ¿Qué hacía Fortuño aquí?, me pregunté, aún en
el sueño. ¿Cuándo nos hicimos amigos? Ni tan siquiera voté por él, me dije. La
idea me asustó. ¿Lo sabría? Quizás estaba confundido, pensé. Quizás estaba aquí
bajo la falsa impresión de que yo había marcado una X bajo su nombre, y a
fuerza de todas las reglas de la democracia habíamos entrado en una relación de
identidad política. Quizás estaba bajo la falsa impresión de que me
representaba, que él era yo en cuanto a que actuaba por mí y mis derechos. Su
posible confusión me enterneció. Me pareció honesto de su parte. Nadie había
hecho esto por mí antes. ¿Era así que se sentía la verdadera democracia
representativa, tan parecida a un primer beso?
Volví
a donde esperaba y Fortuño me dijo que me sentara con él a comer. Ocupé su
lado, hombro a hombro, un plato con arepas colombianas y huevo frito en nuestras
faldas. Mirábamos, en silencio, el despliegue de arena caliente que se estiraba
frente a nosotros y que luego se sumergía bajo las olas, y se hacía invisible,
pero no por eso menos arena. Le agradecí. Él me dijo que para eso estaba.
Luego
desperté, sintiéndome como que la democracia venidera se acercaba. Me preparé mi propio café, mis propias arepas
colombianas. Palpé mi pecho, a ver si sentía el hilo que me unía a mis
representantes. Por un segundo lo sentí, y me quise quedar ahí, tan lejos de los
periódicos, de los telenoticieros, del desencanto que trae la distinción entre
sueño y realidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario