Acá cuelgo mi columna del mes de julio de este año, que había olvidado colgarla. El link original acá.
Ante el toma y dame electoral que ha sido la política puertorriqueña por el pasado medio siglo, hace falta el surgimiento de una coalición que ofrezca una verdadera opción en las papeletas.
Una coalición compuesta por todos aquellos grupos políticos que se han mantenido al margen, y los partidos que aparecen cada cierto tiempo, prometedores pero efímeros.
Una coalición que aúne a sus seguidores, de las capacidades y las bondades de las grandes mentes políticas que tienen en sus rangos. Así, grupos de larga data con una base de apoyo presente, aunque dispersa, como lo son esos pertenecientes a los múltiples y frondosos brazos de la izquierda, podrían comenzar a figurar en un plano político práctico que viene necesitando de su intervención real desde hace tiempo.
Dado: el un-dos-tres-pescao colorao de todos los cuatrienios no es la única forma de hacer política. De hecho, quizás que lo menos se hace en los escenarios de las alcaldías y legislaturas es la política, entendida como ejercicio democrático por el bien común. Parecería que todo lo contrario.
También entiendo que hay otras políticas, más productivas y reales, que son llevadas a cabo en la calle, en el trabajo social de ciudadanos que no están casados con ningún partido.
Una coalición política no significaría el fin de desencuentros, de la crítica. Jamás de la crítica. Las complacencias -todas ellas, incluyendo la comemierdería de la izquierda rezagada- son las panaceas por la que apuestan estos dos consensos insípidos que cada vez parecen más intocables: la alternancia populo-penepeísta y el desencanto chic e irresponsable de la mercadotecnia.
No obstante, una opción real cada noviembre, una que englobe diferencias, podría ayudar a dar un espaldarazo a ese otro trabajo político antes mencionado, y quizás así crear una grieta en este cinturón de fuerza en el que nos hemos metido.
Lo que se necesita es probar la posibilidad de otra cosa. Y, tal vez por eso de la esperanza, se me hace que la única forma de hacer esto es mediante convenios, alianzas que, brevemente, jueguen al abandono de los egos, de las ínfulas proceristas, a eso del bien común.
Ante el toma y dame electoral que ha sido la política puertorriqueña por el pasado medio siglo, hace falta el surgimiento de una coalición que ofrezca una verdadera opción en las papeletas.
Una coalición compuesta por todos aquellos grupos políticos que se han mantenido al margen, y los partidos que aparecen cada cierto tiempo, prometedores pero efímeros.
Una coalición que aúne a sus seguidores, de las capacidades y las bondades de las grandes mentes políticas que tienen en sus rangos. Así, grupos de larga data con una base de apoyo presente, aunque dispersa, como lo son esos pertenecientes a los múltiples y frondosos brazos de la izquierda, podrían comenzar a figurar en un plano político práctico que viene necesitando de su intervención real desde hace tiempo.
Dado: el un-dos-tres-pescao colorao de todos los cuatrienios no es la única forma de hacer política. De hecho, quizás que lo menos se hace en los escenarios de las alcaldías y legislaturas es la política, entendida como ejercicio democrático por el bien común. Parecería que todo lo contrario.
También entiendo que hay otras políticas, más productivas y reales, que son llevadas a cabo en la calle, en el trabajo social de ciudadanos que no están casados con ningún partido.
Una coalición política no significaría el fin de desencuentros, de la crítica. Jamás de la crítica. Las complacencias -todas ellas, incluyendo la comemierdería de la izquierda rezagada- son las panaceas por la que apuestan estos dos consensos insípidos que cada vez parecen más intocables: la alternancia populo-penepeísta y el desencanto chic e irresponsable de la mercadotecnia.
No obstante, una opción real cada noviembre, una que englobe diferencias, podría ayudar a dar un espaldarazo a ese otro trabajo político antes mencionado, y quizás así crear una grieta en este cinturón de fuerza en el que nos hemos metido.
Lo que se necesita es probar la posibilidad de otra cosa. Y, tal vez por eso de la esperanza, se me hace que la única forma de hacer esto es mediante convenios, alianzas que, brevemente, jueguen al abandono de los egos, de las ínfulas proceristas, a eso del bien común.
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