domingo, febrero 24, 2013

No vivimos una época de cariños puros, determinantes de una posición espiritual eterna, dijo alguna vez la Julia, la Julia de Burgos, en un viejo artículo periodístico, en alguna esquina de Nueva York. 

viernes, febrero 15, 2013

ese cómodo mito de la revolución, dice echevarría



El mito de la revolución [burguesa] es un cuento propio de la modernidad capitalista; sólo para esta modernidad el valor de uso, la forma natural del mundo, no es nada y, a la inversa, el valor económico, la cristalización de energía, de actividad, de sujetidad humana, lo es todo. Es un mito que se conecta sistemáticamente con la estructura del mundo moderno; sólo allí donde rige la economía mercantil de corte capitalista, es decir, centrada en torno a un sujeto absolutamente creador—el valor que crea ex nihilo más valor, el capital o dinero que se autoincrementa milagrosamente--, sólo allí aparece esta idea de que efectivamente el valor de uso, y con él las formas históricas concretas de la vida social que lo constituyen como tal, pueden ser algo subordinado a una sujetidad fundamental, la del Hombre abstracto que produce y reproduce el valor económico. Ser creador consiste en poner valor; todo lo demás es secundario. Las formas concretas del mundo de la vida pueden se sustituidas por réplicas casi perfectas de las naturales que tienen la ventaja de una disponibilidad y una docilidad sin límite ante la exigencias de la dinámica del valor. Sólo entonces, desde esta perspectiva totalmente obnubiladas del valor valorizándose, las formas de la socialidad se presentan como meros recubrimientos o disfraces folklóricos de las funciones elementales de gregarismo humano, y las formas de la socialidad pueden ser vistas como atributos que el Hombre moderno, en su autoidolatría narcisista, puede quitar y poner a su arbitrio. El mito de la revolución resulta del esfuerzo que hace la humanidad romántica para vivir la realidad capitalista de la modernidad; se formula a partir de una especial experiencia del mundo que lo percibe como un proceso, aún inacabado, de creación, de triunfo sobre la nada y que percibe al ser humano individual en un compromiso simbiótico y en empatía con ese proceso. En este sentido, el mito de la revolución puede extenderse hasta incluir todo tivo de actividad humana, incluso la de los capitalistas o personificaciones de la sujetidad del capital; el empresario puede ser visto como un aventurero, como un hombre que arriesga su vida en la consecuión de un fin altruista; como un héroe romántico que, por encima de la meta del enriquecimiento, persigue, incomprendido, el perfeccionamiento del conjunto de los valores de uso de la comunidad a la que pertenece y en consecuencia la felicidad e la misma (69-70).
Bolívar Echevarría, "Modernidad y revolución" en Valor de uso y utopía (1998)

lunes, febrero 04, 2013

clemente, una columna



Acá cuelgo mi columna del mes pasado, de la sección Buscapié de El Nuevo Día, 30 de enero del 2013. El link original pueden accederlo cliqueando aquí.
Clemente

“El temor”, decía Clemente Soto Vélez, en el 1937, desde la cárcel federal de Atlanta, “es el hombre reducido a pura materia”. Justo entonces colocaba un punto, cerraba la oración, respiraba, me imagino, y seguía: “El hombre reducido a pura materia no necesita interpretación, pero hay que consignarlo, no puede pensar ni puede crear. De ese estado de materialización del temor surge la negación de la vida”.
Soto Vélez, poeta de Lares, había comenzado a escribir su primer libro, un ensayo poético a titularse “Escalio” tiempo atrás, pero justo antes de terminar lo apresaron por sedición nacionalista. Tomó dos juicios poder apresarlo y enviarlo a esta misma ciudad donde resido ahora.

Acá, en la cárcel, terminó la parte que había dejado a medio escribir, y añadió un prólogo (ése que cito), y un poema ralo como epílogo, titulado “Soledad”. En éste, el poeta abandonaba la prosa del resto del libro y se reducía a versos escuetos, silenciosos, atemorizados.


“Pensar, sólo, pensar, como piensan las fuerzas de la creación reunidas”, escribía Clemente, consignándose a la libertad del pensamiento crítico, haciendo del pensar la resistencia a ser “reducido a pura materia”. Clemente se recordaba que era preso político, y siempre lo sería: culpable, a todas luces, de pensamiento, de compromiso; de justo eso que, en el régimen de aislamiento en Atlanta, lo ayudaba a sobrevivir.


Clemente recibió su libertad en el 40. Pero fue otra vez enviado a cárcel americana por continuar su política y pensamiento. Allá conoció otros como él, presos políticos: esta vez comunistas estadounidenses. Tras cumplir su sentencia, le prohibieron el regreso a la isla. No publicó nada más por 17 años.


Hoy, releyendo a Clemente, pienso en lo raro de esa categoría. No la de poeta, sino esa de preso político, con su dejo de otras épocas, con su negación de vida. Me sorprende cómo resurge, todavía, aun leyendo poesía, y no puedo sino extrañarme. Decirme “qué rara su articulación”, esa bisagra que tiende entre lo cotidiano y lo que ya no es tal.


En ocasiones no puedo evitar, leyendo a Clemente, pronunciarla: “preso político”, aunque también pronuncio otras. Oscar López, por ejemplo.