lunes, febrero 04, 2013

clemente, una columna



Acá cuelgo mi columna del mes pasado, de la sección Buscapié de El Nuevo Día, 30 de enero del 2013. El link original pueden accederlo cliqueando aquí.
Clemente

“El temor”, decía Clemente Soto Vélez, en el 1937, desde la cárcel federal de Atlanta, “es el hombre reducido a pura materia”. Justo entonces colocaba un punto, cerraba la oración, respiraba, me imagino, y seguía: “El hombre reducido a pura materia no necesita interpretación, pero hay que consignarlo, no puede pensar ni puede crear. De ese estado de materialización del temor surge la negación de la vida”.
Soto Vélez, poeta de Lares, había comenzado a escribir su primer libro, un ensayo poético a titularse “Escalio” tiempo atrás, pero justo antes de terminar lo apresaron por sedición nacionalista. Tomó dos juicios poder apresarlo y enviarlo a esta misma ciudad donde resido ahora.

Acá, en la cárcel, terminó la parte que había dejado a medio escribir, y añadió un prólogo (ése que cito), y un poema ralo como epílogo, titulado “Soledad”. En éste, el poeta abandonaba la prosa del resto del libro y se reducía a versos escuetos, silenciosos, atemorizados.


“Pensar, sólo, pensar, como piensan las fuerzas de la creación reunidas”, escribía Clemente, consignándose a la libertad del pensamiento crítico, haciendo del pensar la resistencia a ser “reducido a pura materia”. Clemente se recordaba que era preso político, y siempre lo sería: culpable, a todas luces, de pensamiento, de compromiso; de justo eso que, en el régimen de aislamiento en Atlanta, lo ayudaba a sobrevivir.


Clemente recibió su libertad en el 40. Pero fue otra vez enviado a cárcel americana por continuar su política y pensamiento. Allá conoció otros como él, presos políticos: esta vez comunistas estadounidenses. Tras cumplir su sentencia, le prohibieron el regreso a la isla. No publicó nada más por 17 años.


Hoy, releyendo a Clemente, pienso en lo raro de esa categoría. No la de poeta, sino esa de preso político, con su dejo de otras épocas, con su negación de vida. Me sorprende cómo resurge, todavía, aun leyendo poesía, y no puedo sino extrañarme. Decirme “qué rara su articulación”, esa bisagra que tiende entre lo cotidiano y lo que ya no es tal.


En ocasiones no puedo evitar, leyendo a Clemente, pronunciarla: “preso político”, aunque también pronuncio otras. Oscar López, por ejemplo. 

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