miércoles, febrero 25, 2015

futuros, una columna

Esta columna apareció el miércoles 25 de febrero del 2015 en El Nuevo Día

¿Cuál es el futuro de la austeridad? Lo pregunto sinceramente. ¿En qué horizonte es que se ancla la retahíla de medidas que siguen insistiendo en el sacrificio de hoy por el mañana? No pregunto por cuáles son las consecuencias reales y materiales de estas medidas. Ésas las está viviendo un mundo en el que la escasez se multiplica y las protecciones sociales se erosionan; un mundo en el que el pueblo le sale demasiado caro al estado y a los mercados financieros.

Lo que quiero entender es cómo es que los defensores de estas medidas se imaginan el mundo después de que las deudas hayan sido disminuidas y los bonistas reembolsados, especialmente tras los “necesarios” cortes salariales, el requerido aumento tributario, la predicada eliminación de los beneficios, la inevitable supresión de los cuidados sociales, la provechosa liquidación del “mantengo”, y el conveniente encogimiento del estado.

En fin, lo que quiero poder apreciar, aunque sólo fuese a nivel argumentativo, es cómo es que los defensores de estas medidas imaginan los futuros que esperan encontrar más allá de la crisis.

Y cuando digo futuros, aclaro, no hablo de los juegos especulativos de la bolsa. Aunque todo parecería indicar que es precisamente en ese nivel que reside y se agota todo el archivo de su visión imaginativa. En teoría, una vez la cuestión de la deuda haya sido aplacada, todo volvería a una vieja y ansiada normalidad caracterizada por la plenitud. Esta normalidad le beneficiaría a toda la ciudadanía, rica, pobre, y sobre todo productiva.

Pero, ¿a cuál normalidad? Habrá que suponer que es la breve y prometida normalidad de la riqueza circa 936, aunque esos detalles parecerían no importar. Tal vez sea eso lo más frustrante del discurso de la austeridad: que le insiste a los tripulantes en que hay que saltar, que grita que el bote se está hundiendo, pero ni tan siquiera se preocupa en mencionar lo que seguramente ya sabe: que el agua está congelada y los botes salvavidas, agujereados.

martes, febrero 03, 2015

la arquitectura, el cine, lo no-construido, y la literatura, dixit aira


Soñó con el edificio en la cima del cual dormía, pero sin adelantarse a la construcción, sin verlo completo y habitado sino tal como se encontraba ahora, es decir en obra. Era una visión tranquila, sin profecías inquietantes, sin invenciones, casi un modo de constatar los hechos. De cualquier forma entre sueño y realidad hay una diferencia, más notable cuanto menor es el contraste entre uno y otra. En este caso la diferencia se reflejaba en la arquitectura, que ya de por sí es un reflejo entre lo que se ha construido y lo que se construirá. Y el puente de los reflejos era un tercer término, que es prácticamente todo en la materia: lo no-construido.

Lo no-construido es característico de las artes que exigen para su realización el trabajo pago de gran cantidad de gente, la compra de materiales, el uso de instrumentos caros, etcétera. El caso más típico es el cine; cualquiera puede pensar en una película por hacer, pero las trabas que imponen el saber hacerla, los costos, el personal, hacen que noventa y nueve veces de cada cien la película no se haga. A tal punto que podría pensarse si ese cuantioso engorro que los adelantos de la tecnología no han hecho nada por aliviar, todo lo contrario, no forma parte esencial del encanto del cine, y paradójicamente lo ponen al alcance de todo el mundo, en términos de ensoñación impráctica. Con las demás artes, en mayor o menor medida, pasa lo mismo. Pero podría pensarse en un arte en el que las limitaciones de la realidad tocaran su mínimo, en el que lo hecho y lo no-hecho se confundieran, un arte instantáneamente real y sin fantasmas. Quizás existe, y es la literatura.

En ese sentido, a su vez, todas las artes tienen una base literaria, fundida en su historia y su mito. La arquitectura no es una excepción. En las civilizaciones avanzadas, o por lo menos sedentarias, el edificio necesita de la colaboración de varios gremios: albañiles, carpinteros, pintores, y después electricistas, plomeros, vidrieros, etcétera. En las culturas nómadas la vivienda la hace una sola persona, casi siempre la mujer. En estos casos lo social, esa extensión simbólica inevitable, se da en la disposición de las viviendas en el campamento. Con la literatura pasa otro tanto: hay obras en las que el autor se vuelve, por contracción simbólica, la sociedad entera, y escribe con la colaboración real o virtual de todos los especialistas de su cultura; otras obras son hechas por el hombre (que para la ocasión se vuelve mujer) solo, sin ayuda, y entonces la sociedad queda significada por la disposición de los libros propios y ajenos, por su aparición periódica, etcétera”.

César Aira, Fantasmas