Esta columna apareció el miércoles 25 de marzo del 2015 en El Nuevo Día.
El otro día escuchaba a un viejo guerrillero venezolano de los años sesenta decir, a una sala llena, y con algo de sorpresa que lo más increíble de “todo esto”-hablaba del estado actual de la sociedad capitalista (neo)liberal- es que su arma más fuerte, más allá de sus agresiones económicas, que sus invasiones militares, había venido a ser lo fácil que lo absorbía todo en su tejido cultural. Que lo más sorprendente es que su violencia no ocurría a nivel de contenido -puedes hablar de lo que quieras, después de todo- sino que ocurre al nivel formal, al nivel del modo en el que puedes “decir lo que quieras”.
El hombre se detuvo entonces y tosió. Al comienzo de su turno, había dicho que había preparado unas palabras sobre la persona a la que se homenajeaba, palabras acerca de su carrera y su lugar en la Historia. Pero así de rápido puso los papeles boca abajo y comenzó a improvisar con respecto al “decir lo que quieras”, a la inherencia 24/7 a través de los medios y los productos culturales de un sistema de valores que, según él, sorprende.
Sorprende porque, aunque insiste en la necesidad de cada uno de nosotros de apartarse del ganado, en hacer nuestro propio camino, seguimos caminando todos en la misma dirección, excepto que sin percatarnos de ello. En otras palabras, lo que le sorprendía al viejo guerrillero del mundo actual era que, a pesar de la libertad de “decir lo que quieras”, la gente parecía querer decir muy poco.
El hombre se recuperó de su tos, y volvió a aquello de la “forma fuerte” del sistema económico, de lo difícil que es enfrentarse críticamente a una ideología que tiene bordes muy ásperos, pero que los esconde mucho mejor y exitosamente que cualquier otro. Eso es lo más violento del mismo, y más hoy en día, dijo, que su violencia no es tanto cosa de contenido, sino, más que todo, es cuestión de estilo.
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