martes, marzo 28, 2017

lo mejor de las novelas son, pura y simplemente, algunos fragmentos, dice juan benet


El otro día escuchaba una charla que dio Alberto Moreiras, titulada Universidad. Principio de equivalencia, en México hace unos meses, en la que este jugaba con la diferenciación entre éxito y logro dentro de la Universidad. En los primeros quince o veinte minutos de su discurso, Moreiras trajo a colación unas cartas del novelista español Juan Benet a un joven Javier Marías. Moreiras jugó con ella, extrapoló, especuló y las llevó más lejos, pero lo que citaba me picó la curiosidad y busqué por internet hasta dar con un breve escrito de Marías en el que citaba la correspondencia del 25 de diciembre de 1986. En una carta, en la que Benet mismo citaba un ensayo suyo que desconozco, lanzó una definición del arte de la novela que siento resonó con ideas que he garabateado en mis cuadernitos. Acá la pongo y pregunto, así de salida, ¿no presenta Benet aquí un modelo tanto de escritura como de lectura?

'El asunto -o el argumento o el tema- [de la novela] es siempre un pretexto y si no creo en él como primera pieza jerárquica dentro de la composición narrativa es porque, cualquiera que sea, carece de expresión literaria y se formulará siempre en la modalidad del resumen. Definir la narración como «el arte de contar una historia» me parece una banalidad incalificable; ni siquiera es una tautología [...]. Pienso a veces que todas las teorías sobre el arte de la novela se tambalean cuando se considera que lo mejor de ellas son, pura y simplemente, algunos fragmentos.' Y si HL 1, HL 2, HL 3, etc. [la novela que escribía Benet, Herrumbrosas lanzas], han de servir tan sólo como piezas de sustentación de unos cuantos fragmentos agradables de leer ¿a qué más puedo aspirar de acuerdo con lo anteriormente expuesto?

[...]"Muchos poetas creen -y en eso oscuramente justifican la brevedad de sus composiciones- que todo o casi todo lo que escriben es de esa condición. Pero es una tontería o una falacia permanente, como la fe de un creyente. Y precisamente la confianza en que todo sea de la misma altura es lo que aborta el fragmento. Por consiguiente, creo que los fragmentos configuran el non plus ultra del pensamiento, una especie de ionosfera con un límite constante, con todo lo mejor de la mente humana situado a la misma cota. Por eso te hablaba antes del magnetismo que ejerce esa cota y que sólo el propio autor puede saber si la ha alcanzado o no, siempre que se lo haya propuesto pues es evidente que hay gente que aspira, sin más ni más, a conseguir la armonía del conjunto."

¿Les parece? Lo leo y no puedo dejar de pensar que el difunto españolete delinea, de cierto modo, una forma de escritura y lectura de novelas: escribir y leer novelas con la esperanza de dar con un fragmento que resuene--¿no es ese un fin ya de por sí satisfactorio, un logro? 

martes, marzo 21, 2017

la carta, una columna





Llegué al aeropuerto el sábado y me recibió mi mamá y mi hermano. Me monté en el carro y, sin aviso ni prólogo, la señora que me dio el segundo apellido también me dio un sobre blanco. Sólo la mano extendida y la carta. Justo en ese momento mi hermano cambió el CD del radio y supongo que la máquina se tardó en leer el nuevo disco, porque se dio un momento de silencio que hizo todo el asunto mucho más ominoso: la carta, la mano, el regreso al País después de año y pico.
No recuerdo la última vez que mi madre me dio un sobre. ¿Será que nunca?
Tampoco recuerdo si alguna vez recibí otra carta del Estado Libre Asociado. Quizás sí. Espero que sí.
No era carta una carta de amor. Todo lo contrario: me estaba dejando.
En ella, la secretaria interina de la Comisión Estatal de Elecciones aclaraba que me estimaba, y mucho, pero le apenaba informarme que, según consta en su récord, no ejercí mi derecho al voto en las dos últimas elecciones generales. Por lo tanto, había tomado una decisión que, de repente, me pareció despiadada, fría. Dijo que desactivará mi registro electoral el mes próximo.
Así, sin pena alguna. No supe cómo reaccionar. Quise decirle que no lo hiciera. Que no era necesario. Que estaba aquí para ella.
Seguí leyendo. La carta venía con ultimátum. Si no hacia lo que me pedía, la decisión sería final. ¿No era lo nuestro algo que trascendía toda ley y jurisprudencia aplicable? ¿No era lo nuestro una relación incondicional en la que ni ella ni yo pedimos estar, pero en la cual nos encontramos súbita y, de cierto modo, felizmente?
Si no hacía lo que me pedía, dijo (su cordialidad me pareció entonces tener más en común con el rencor), no podré participar en el plebiscito del 11 de junio.
El plebiscito: se me había olvidado.