Hace unas semanas, Glenda Galán de Dominicana en Miami me entrevistó por correo electrónico. Acá un fragmento. Para seguir leyendo, pasen a la revista en cuestión.
Para Sergio Gutiérrez Negrón la literatura puertorriqueña es una tradición y un horizonte que implican una búsqueda constante. Eso nos dice el joven escritor puertorriqueño, en esta conversación en la que nos cuenta algunos detalles de las novelas que le han valido varios reconocimientos, entre ellos, formar parte de la lista de los 39 escritores del Hay Festival, Bogotá 39, una distinción que toma como invitación a la lectura de las obras de los escritores seleccionados.
En sus novelas, Sergio aborda temas como la separación, el distanciamiento y la pérdida, algo que quizás, en su propia vida, lo han motivado a escribir una columna desde Estados Unidos para un periódico puertorriqueño y así mantener, de alguna manera, el contacto con la realidad que se vive en la isla. De esto también nos cuenta el escritor en este memorable diálogo.
–¿Si te digo: Literatura Puertorriqueña, ¿Qué te viene a la mente?
–Una tradición y un horizonte. Por un lado, se trata de una tradición que, como todas, es complicada. En este caso no sólo por la cuestión de qué se incluye y qué no se incluye, sino porque implica una búsqueda constante. Por más que me he dedicado a leer la tradición, tengo un rompecabezas incompleto al que le faltan muchísimas piezas—muchas porque no se consiguen, otras porque ni he escuchado de ellas. Este rompecabezas es aún más complicado porque implica dos ramas—la isleña y la de la diáspora—que, aunque a veces se tocan, muchas veces crecen en direcciones contrarias. Quizás por eso me gusta pensarla más como un horizonte, la literatura puertorriqueña es un juego de afinidades, un plano en el que colocar distintas piezas ayudan a pensar una realidad.
–El primer libro que cayó en tus manos y que leíste con entusiasmo fue…
–Sinceramente no recuerdo. Leí mucha literatura de “fantasía” anglófona cuando era adolescente, pero hoy en día toda se me mezcla. Eso sí, recuerdo dos grandes momentos que, en diferentes momentos, cambiaron cómo leía y escribía: el descubrimiento a los 18 años de Cien años de soledad, por más que sea, hoy en día, un cliché decirlo; y a los veinte de una novelita puertorriqueña llamada Felices días, tío Sergio de Magaly García Ramis.