Huyo de las vanguardias como también huyo de
todo lo que huela a tradicional o canónico. Intento que mi territorio narrativo
sea fértil, pero estrecho. En literatura no me interesa la libertad absoluta
como tampoco la rigidez timorata. Es en esa línea delgada donde transito sin
ningún miedo. De hecho, el único terror verdadero que siento es caer en la solemnidad:
ese padecimiento histórico que caracteriza a la literatura mexicana. Toda
suerte de impostación no es más que reflejo de un temperamento acomplejado.
Tampoco caigo en el extremo de la vulgaridad ni en el énfasis de la expresión zarrapastrosa.
Repito: mi territorio estético es estrecho. Me impongo esa visión para no
sentirme un semidiós antipático. Nadie me aparta de la idea de que lo peor que
le puede pasar a un autor es reconocerse como conservador y convencional”, dice
Daniel Sada en Como una penitencia diaria, un breve ars poética.
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