Ya habías escuchado de ellos. De vez en cuando y de mil en cien, sus nombres habían sido pronunciados por algún conocido. Quizá no lo registraste en el momento, pero ahora que lo piensas, ahora que es inevitable, recuerdas esas conversaciones.
Llevan ahí mucho tiempo, después de todo, aunque imperceptibles para la mayoría de la isla. Su trabajo, sin embargo, se ha llevado a cabo con fuerza e intensidad, pero en voz baja. Te preguntas, ahora, ¿cómo es que no los notaste antes?
Fue solo el huracán, la destrucción, y el colapso posterior lo que los dejó expuestos. Fue entonces que los viste como eran, no ya grupos dedicados a equis o ye tipo de trabajo social o ecológico, sino células autogestionadas que, de repente, parecían funcionar a partir de otras coordenadas.
Recuerdas cómo, cuando fuiste enterándote de las iniciativas post-María de estas distintas brigadas, de los distintos comedores sociales y grupos comunitarios, de la Casa Pueblo de Adjuntas, etcétera, pensaste precisamente en que no parecía real.
Para procesarlo, imaginaste una historia de ciencia ficción que tomaba lugar en un mundo distópico, de destrucción medioambiental, explotación mercantil, y gobiernos ineficientes. En ese mundo, cada cierto tiempo se daban crisis terribles en los que la vida se hacía imposible. Casi por reflejo, surgían pequeñas repúblicas fugaces. En ese espacio, estas pequeñas agrupaciones activaban solidaridades viejas y garantizan la supervivencia de sus pequeños territorios. Luego, cuando pasaba la crisis, se deshacían en el aire, y la gente volvía a lo suyo.
En tu historia, lo que generaba el drama era el momento en el que un grupo de gente intentaba sostener esas pequeñas irrupciones republicanas más allá de su instante. En tu historia, los personajes se preguntaban ¿qué pasaría si insistían en mantener abierto ese espacio de autonomía más allá de la crisis? ¿Qué pasaría si aceptaran que el futuro no es un después, y que lleva tiempo entre nosotros?
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