Extranjeros, les llamo, al verlos entrar, riéndose en grupo. Pronunciándolo todo con su lengua anglosajona… No, me equivoco, me escucho corrigiéndome.
No son extranjeros: son gringos.
No sé por qué hago esta distinción, y la hago sólo cuando intento traducir la escena al papel. Hay cosas que se le permite a la extranjería, escribo, errores que ellos pueden cometer con impunidad, y los gringos no.
Es cosa rara, eso.
Un prejuicio tonto. Inmaduro, quizás.
Tacho esa línea, la de los gringos, en la libreta. Mas, ahora, en su no-estar, la línea me parece más contundente. Piensa, antes de escribir, Sergio.
Me incomoda que el guía—un estudiante al que le pagan por llevar al grupo de gringos de aquí pa’ allá—les explique con una sonrisa que tenemos un ‘very close relationship with the US of A’, así les llama, Us of A, y casi me parece que está orgulloso. Me enerva (¿por qué? ¿desde cuándo me importa?). Ellos le sonríen, tiran de sus hombros y siguen hablando entre si, porque no les interesa un comino. Yo los estudio, desde acá, en silencio, porque algún día seré yo el extranjero.
Poco a poco la masa heterogénea se deshace en pequeños grupos de semejantes. ¿Cuántos de ellos se considerarán ‘american’? Me pregunto. Sin prefijos, sin aclaraciones de procedencia. ¿Lo harán los cinco negros que se apartan hacia acá, hacia dónde yo estoy? ¿Los siete coreanos que se sientan en la hilera de mesas de a dos que está más a la izquierda? ¿Los dos muchachos espejuelados, que me parecen filipinos, y que se susurran entre ellos?
Un muchacho rubio le pregunta al guía como se dice hamburger en español, antes de pedir. Otro, igual de rubio, le pregunta a una muchacha coreana, bajita, gordita, abiertamente tímida, cómo se dice quién-sabe-qué en coreano. Ella le responde, él se vira, se ríe. Sigo comiendo, observando. Las muchacha coreanas, la que tradujo y su compañera, que conversaban en perfecto inglés hasta el momento, cambian, de improviso, al idioma de sus padres. Sigo comiendo. Los filipinos también conversan en otro idioma. Bebo lo que queda en mi vaso.
Escribo: Todo esto debe significar algo. La indiferencia, la alternancia repentina de idiomas. Pero, al no lograr descifrar qué específicamente, dejo el escrito a mitad.
No son extranjeros: son gringos.
No sé por qué hago esta distinción, y la hago sólo cuando intento traducir la escena al papel. Hay cosas que se le permite a la extranjería, escribo, errores que ellos pueden cometer con impunidad, y los gringos no.
Es cosa rara, eso.
Un prejuicio tonto. Inmaduro, quizás.
Tacho esa línea, la de los gringos, en la libreta. Mas, ahora, en su no-estar, la línea me parece más contundente. Piensa, antes de escribir, Sergio.
Me incomoda que el guía—un estudiante al que le pagan por llevar al grupo de gringos de aquí pa’ allá—les explique con una sonrisa que tenemos un ‘very close relationship with the US of A’, así les llama, Us of A, y casi me parece que está orgulloso. Me enerva (¿por qué? ¿desde cuándo me importa?). Ellos le sonríen, tiran de sus hombros y siguen hablando entre si, porque no les interesa un comino. Yo los estudio, desde acá, en silencio, porque algún día seré yo el extranjero.
Poco a poco la masa heterogénea se deshace en pequeños grupos de semejantes. ¿Cuántos de ellos se considerarán ‘american’? Me pregunto. Sin prefijos, sin aclaraciones de procedencia. ¿Lo harán los cinco negros que se apartan hacia acá, hacia dónde yo estoy? ¿Los siete coreanos que se sientan en la hilera de mesas de a dos que está más a la izquierda? ¿Los dos muchachos espejuelados, que me parecen filipinos, y que se susurran entre ellos?
Un muchacho rubio le pregunta al guía como se dice hamburger en español, antes de pedir. Otro, igual de rubio, le pregunta a una muchacha coreana, bajita, gordita, abiertamente tímida, cómo se dice quién-sabe-qué en coreano. Ella le responde, él se vira, se ríe. Sigo comiendo, observando. Las muchacha coreanas, la que tradujo y su compañera, que conversaban en perfecto inglés hasta el momento, cambian, de improviso, al idioma de sus padres. Sigo comiendo. Los filipinos también conversan en otro idioma. Bebo lo que queda en mi vaso.
Escribo: Todo esto debe significar algo. La indiferencia, la alternancia repentina de idiomas. Pero, al no lograr descifrar qué específicamente, dejo el escrito a mitad.
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